René Avilés Fabila
Microrrelatos Bíblicos *
*Tomados del libro El evangelio según René Avilés Fabila
Génesis
En el principio, el Hombre creó a los dioses.
Dijo: Sean, pues, hechos los dioses y los dioses quedaron hechos.
Después de seis días de intenso trabajo, el Hombre descansó.
Derrota cabal
El magnífico e inquietante politeísmo fue, por desgracia, vencido por el monoteísmo que un hombre de muchos dioses, Platón, le sugirió a la humanidad. Ésta, atolondrada como ha sido siempre, extravió la oportunidad de ser feliz, cobijada -como egipcios, griegos, romanos y aztecas- por una multitud de deidades, todas llenas de pasiones y sentimientos.
La Biblia no es producto divino
De Jorge Luis Borges a Adolfo Bioy Casares: “Si comparas la muerte de Sócrates y la de Cristo -le dijo Borges a su entrañable Bioy Casares- no hay duda de que la de Sócrates era la más grande de los dos. Sócrates era un caballero y Cristo un político que buscaba la compasión (…) con su efecto teatral falsamente grandioso de ‘Perdónalos, no saben lo que hacen’… o maldiciendo una ciudad donde no le llevaron el apunte, no parece un individuo muy admirable.”
Jesucristo no escribió ni una línea. Hablaba y hablaba. Era un orador consumado como lo fue Demóstenes, sólo que empleaba no un tono de arenga sino de falsa humildad, porque si lo deseaba, podía hacer milagros, poseía poderes sobrenaturales. Predicó con la palabra confiando en que sus discípulos habrían de narrar su historia, sus hazañas y su desgraciado final que de sobra conocía. No habló más de tres años y en ese tan breve periodo supo dejar huella indeleble en la humanidad. Tanto así que dividió el tiempo en antes y después. La Biblia es una suma incierta de textos que con la religión hecha institución se convirtieron en la palabra de Dios. Textos repetitivos, afines entre sí, que citan a otros que nadie ha conocido, dejando fuera a los más atractivos porque humanizaban a Jesucristo, los llamados Apócrifos: es la obra más difundida del planeta.
Jesús debió tener una fuerte personalidad, ni siquiera se tomó la molestia de pedirle a sus seguidores que redactaran su predicación. Se limitó a lo suyo: recorrió pueblos de una zona entonces remota y de escaso interés salvo para los romanos que se adueñaban de aquello que les interesaba, Egipto y Palestina, entre otras naciones. Una vez muerto, los discípulos se concentraron en redactar una infinidad de textos narrando su vida y milagros. Todos se convirtieron en biógrafos de la portentosa figura que había ido como manso cordero hacia la crucifixión, sin repelar, afirmando que con su muerte redimía a la humanidad. Nada logró. Los seres creados por él se han convertido en personajes destructivos y criminales. Las guerras han adquirido una proporción inaudita y buena parte de ellas son en su nombre o llevadas a cabo por quienes afirman ser sus vasallos.
Tampoco su padre escribió algo. A lo sumo dictó. Lo hizo con Moisés al decirle cuáles eran los diez mandamientos de la Ley de Dios. ¿Por qué diez y no nueve o doce? Ah, los actos del Supremo son siempre un misterio y la Biblia una serie de exageraciones, libros que más pertenecen al campo de la ficción que al de la historia. Como tal, leámosla.
Propiedad privada, su origen
Para las grandes teorías políticas, para los mayores pensadores, la propiedad privada es el origen de todos los males del ser humano. La condenan Locke, Rousseau y Marx, para nada más citar a tres filósofos de distintas tendencias y épocas. También los utopistas, con Moro y Campanella al frente, la miran como algo terriblemente mortífero, pues, tal como resumiría de modo magistral Engels, con ella aparecen nada menos que la división de clases y el Estado. Aunque tal vez sean los anarquistas los que con más fuerza la detestan, no olvidemos que Proudhon la consideraba un robo.
La Iglesia cristiana, en cierto momento de su ya vetusta existencia, tampoco quiso quedarse atrás (ella era la que mejor conocía el problema) y señaló que en el principio no había propiedad privada. El Paraíso era de todos (bueno, todos eran Adán y Eva). Luego vino la serpiente y con una inofensiva manzana consiguió destruir aquella sociedad donde imperaba el comunismo primitivo y donde no había división del trabajo por sexos ni diferencias sociales. Adán y Eva tenían semejantes derechos y la igualdad prevalecía entre ambos.
Por ello, bien vistas las cosas, la actual Iglesia tendría que luchar con firmeza contra la propiedad privada: es anticristiana. Dios, al crear al hombre y a la mujer, no tuvo la idea de ponerlos en las peores circunstancias que hoy conocemos. La serpiente del cristianismo equivale al primer listo de la historia (Rousseau) que, cercando una porción de terreno, dijo: esto es mío. Si realmente queremos ser felices, tanto cristianos como laicos, tendríamos que luchar juntos para que la propiedad privada de nueva cuenta se largue al demonio, es una obra infernal.
Pregunta razonable
Si Zeus, convertido en cisne, hizo el amor con Leda, ¿por qué no aceptar la versión de que el Paraíso cerró sus puertas al descubrir Adán que Eva se había hecho amante de la serpiente?
Mito y religión
Ni toda la historia es cierta, ni toda la mitología es falsa.
Lo que hoy llamamos con cierto desprecio mitología -con el desdén impuesto por las nuevas religiones dominantes, todas monoteístas- ha encontrado acomodo dentro de la más hermosa literatura. Debo insistir una vez más: las mitologías primero fueron religiones respetables y serias, como hoy lo son el budismo, el islamismo y el cristianismo.
La Iliada y La Odisea de Homero son al mismo tiempo historia, religión y literatura.
La nueva religión
Las religiones, sin excepciones conocidas, insisten tercamente en que un dios supremo fue el creador de todas las cosas, de los animales y los seres humanos, de los vegetales y las aguas. Todo ello revela un evidente complejo de inferioridad en la humanidad: no importa la época ni el lugar ni la raza, siempre hay una fuerza que engendra la vida, le da forma y hasta modela los espíritus. Es necesario fundar una nueva religión, una donde el rey de la creación sea el ser humano y quien para no aburrirse decida moldear a su imagen y semejanza a uno o a varios dioses, según las necesidades de cada pueblo y cada cultura, y le conceda poderes sobrenaturales para que pueda decirnos que él nos ha creado o inventado.
Dieta balanceada
¿Qué demonios comían los hombres en los tiempos bíblicos? Habría que saberlo, puesto que todos los grandes personajes llegaban a edades notables. Citemos sólo un caso: el famoso Matusalén, quien con mayor fortuna hubiera podido cumplir el milenio, lo que ha sido comentado en exceso: una vida sana, ausencia de tabaco, alcohol en cantidades mínimas, una dieta a base de alimentos como verduras, frutas, poca carne roja, peces y pan de trigo defienden del tiempo. Sin embargo, lo que más llama la atención es que muchos patriarcas de pronto resultaban padres a edades insólitas para nosotros, que a duras penas llegamos a los ochenta años de edad. Por el Génesis, capítulo XXI, sabemos que el Señor visitó a Sara. ¿Con qué objeto? Para darles un hijo a ella y a Abraham. “Siendo entonces de cien años: pues en esa edad del padre nació Isaac”, al que de inmediato circuncidaron según las leyes de aquella época que sólo conservan los judíos. Es notable (e insólito) el hecho de que un anciano (hablo de nuestra esperanza de vida) pudiera tener relaciones sexuales e incluso un hijo.
Yo, nacido cristiano, jamás fui circuncidado, pese a que en Romanos, IV, 11, las escrituras advierten: “Y recibió la circuncisión como señal, como sello de justicia de la fe…” Alguna vez le pregunté a mi padre la razón y me respondió con otra pregunta: ¿Para qué? No es más que una medida higiénica. Sobre la edad y las posibilidades de procrear a tan avanzada edad, mi abuelo, respondiendo a mis inquietudes, se limitó a sonreír con algún morbo en los labios: Ah, eran mejores tiempos.
Jonás y la ballena
Jonás llegó a Nínive para profetizar (otro encargo de Jehová) su destrucción a causa del excesivo número de pecados que diariamente allí se cometían.
Estaba fatigado y, antes de predicar, entró en un mesón y acomodó su voluminosa humanidad en una gran silla, llamó al dueño y le dijo: Tengo tanta hambre que me tragaría una ballena entera. El encargo fue cumplido por un diligente cocinero que la trajo fresca, recién capturada, y la preparó con hierbas finas y delicados vinos. Después, con la panza repleta, el glotón Jonás fue al centro de la ciudad y advirtió de las terribles consecuencias que le aguardaban a la pecaminosa Nínive. Pocas personas le hicieron caso y el profeta optó por dejar el asunto en manos de Jehová y regresar a su casa.
Se hizo a la mar y durante la travesía se desató una tempestad. Los marinos, pensando que el enorme peso de Jonás era un peligro para la embarcación, lo arrojaron al agua.
Tres días después, el mensajero divino llegó a una tranquila playa. Había logrado sobrevivir, flotando. Para mi fortuna —pensaba mientras exprimía la túnica y secaba al sol sus sandalias—, no me encontré con una ballena. Hambriento se dirigió al poblado más próximo con la intención de devorar un elefante.
Pero esta historia es resultado de lamentables traducciones bíblicas. En realidad las ballenas, pacíficas en general, no tragan humanos por indigestos. Sólo lo ha hecho aquélla que atrapó a Pinocho (de pequeña estatura), según narra Carlo Collodi. La grandiosa Moby Dick mató a coletazos a sus insistentes perseguidores del Pequod, incluido el capitán Ahab, antes de perecer ella misma. En el caso del juguete de madera que cobra vida, no hay más interés que transportarlo. Dicho en diferentes términos, como sugiere el cineasta George Meliès1, la ballena es una especie de autobús bienintencionado, al servicio de peregrinos y viajantes desamparados. A Jonás lo condujo a buen puerto, obvio, por instrucciones de Dios.
1René Avilés Fabila, en su relato “El primer autobús de la historia”, precisa lo siguiente: Según George Meliès, la ballena no es un temible monstruo sino un simple autobús marino. Juan José Arreola acepta la idea y va más lejos. En su cuento “De un viajero”, un desconocido, en el vientre del enorme cetáceo, se dirige a Jonás: “mucho me temo que ha tomado usted la ballena equivocada…” Y, si consideramos que finalmente el hombre descendió en una tranquila playa, sano y salvo, la versión es correcta y sería entonces indispensable aceptar que Geppetto, creador y padre de Pinocho, que también utilizó una ballena como transporte, no fue devorado. Lo anterior nos lleva a una conclusión contundente: Moby Dick no era la bestia que Melville describe, representación del mal, era tan sólo un inmenso colectivo que pretendía ponerse al servicio de cientos de marineros.
Biblia y sexo
Que la Biblia está llena de alusiones eróticas y sexuales es algo muy claro y sólo a los curas aldeanos, a los beatos y a los santurrones no les acaba de convencer, pero si algún dibujante actual se decidiera a interpretarla como en otros tiempos lo hizo Doré, pintaría una tras otra, escenas eróticas. Sólo el Cantar de los cantares, escrito por el afamado rey Salomón, cuyas habilidades en la cama eran legendarias, contiene tanto material como para producir una fuente ilimitada de orgasmos. En su defensa supuestamente ética, la Iglesia ha dicho que es una parábola y que trata del amor entre Jesús y los fieles, o de Jesús con la Iglesia. La realidad es otra, es la minuciosa y espléndida relación amatoria de una pareja, hombre y mujer, y bien leído se trata, más que de una parábola, de un hermoso y cachondo poema que por sí mismo vale toda la existencia del Viejo Testamento. Total, la mismísima Biblia explica que “penetrará asimismo en las agudezas de las parábolas” (Eclesiástico, capítulo XXXIX).
Pero hay algo más, si dejamos de lado los simbolismos que pueblan a la Sagrada Biblia, a cada paso hallamos encuentros amorosos, hijos que nacen de hermosas esclavas y reinas, princesas y doncellas de inaudita belleza que con facilidad se entregan al placer. Es sospechoso, por otra parte, que cada vez que aparece Jesús, entre otros milagros, nacen hijos en parejas que ya no podían concebir.
Paráfrasis de un texto de Borges
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel
Sin quitar la vista de la cicatriz que Abel muestra en la frente, Caín, hijo mayor de Adán y Eva, implora perdón por haberlo matado.
Abel, preferido del Señor, responde diciendo que es un hecho poco importante: lo ha olvidado y no conserva rencor por su hermano.
Caín se exalta y vanamente trata de convencer a Abel de la monstruosidad de su asesinato. La Historia me recuerda como el primer criminal. En vida anduve errante y fugitivo, escondiéndome de hombres y bestias; muerto, la aflicción no me abandona; tal ha sido mi propio infierno, la condena de Dios. Tu nombre se ha multiplicado mientras el mío es sinónimo de maldad entre cristianos y no cristianos. Hermano: necesito de tu indulgencia para expiar mi culpa.
Abel insiste en su actitud y rechaza los argumentos de Caín sin darles importancia. La discusión adquiere matices violentos. El odio aparece en los ojos de Caín, quien furioso toma una gran piedra y mata a su hermano.
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel.
Injusticias celestiales
Si en el Cielo todo es armonía y perfección y en apariencia nada las turba, ¿por qué entonces se dio la rebelión de Luzbel, hoy mejor conocido como el Diablo o Satanás? ¿Significa esto que había injusticias o quizá que esa perfección era ficticia y controlada? ¿Quién puede garantizar que no habrá nuevamente otro ángel rebelde? Según Milton (citado por Daniel Defoe en su formidable trabajo Historia del diablo [1726], para mi gusto la mejor obra de la demonología universal, la más completa acerca de ese ser misterioso y para la mayoría temido y odioso), no se trató de la rebelión (¿sería más propio utilizar el término revolución por razones de mayor claridad?) de un sólo ángel, lo fue de toda una legión. Los datos hablan de “la mitad del Cuerpo Angelical, o del Ejército de Serafines”. No hay duda, pues, que el Paraíso prometido como recompensa a una vida virtuosa y plena de bondades y respeto hacia la Ley de Dios puede ser un sitio en donde el malestar sea latente, en el que las preferencias del Señor creen en algún momento resentimientos y de este modo aparezca otro amotinamiento o brote de rebeldía. La existencia del Diablo en sí misma ya es motivo de desconfianza celestial: ¿cómo es que allí donde reina la perfección haya aparecido una revolución? Hoy la historia de la humanidad nos prueba que las revoluciones, los grandes actos de rebeldía, únicamente aparecen en donde hay injusticias y diferencias graves, es decir, contradicciones. Lo curioso del caso es que en el Infierno sí hay uniformidad: todo mundo recibe el castigo que se merece sin distingos sociales ni preferencias. Nos queda, a manera de conclusión, el beneficio de la duda: a menos que haya modificaciones sustanciales en el Paraíso o Cielo, es muy probable que la rebeldía vuelva a surgir y que las filas demoníacas, esas legiones de diablos y diablillos, aumenten, mientras que en la Casa de Dios las almas buenas sean menos y que cada vez se cumpla puntualmente el viejo proverbio que dice: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los Cielos.
El revolucionario Jesús
Al reino de los cielos se llega por la ruta de la violencia. En ello hay coincidencias notables de Jesús con algunos revolucionarios quienes afirmaron que la violencia es la gran partera de la historia o que se podría acceder a una sociedad perfecta, sin clases sociales ni contradicciones, a través de la dictadura del proletariado y la guerra de guerrillas. Hablamos, por supuesto, del pensamiento de Marx, Engels, Lenin, Trostsky, Bakunin, Ernesto Guevara, Mao Tse-tung y Ho Chi Minh.
Esta aguerrida y aparentemente insólita precisión viene en Mateo, 24. Jesús estaba en el monte de los Olivos con sus discípulos cuando les dijo lo siguiente mientras con la mano derecha mostraba los edificios y templos: “De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.”
Y siguió de largo en tono apocalíptico:
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será el principio de dolores. Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste estará a salvo.”
Luego de una larga y hermosa perorata encendida y llena de pasión revolucionaria, Jesús concluye: ‘‘Entonces llegará el reino de los cielos, donde está el Señor, mi padre’’.
No cabe duda, Jesucristo era un generoso revolucionario que predicó la violencia como fórmula ideal para conseguir la felicidad y la justicia entre los pobres de espíritu.
Por una Biblia divertida
De niño mis abuelos me leyeron la Biblia. Poco más adelante, tomé la lectura por mi cuenta. Debo confesar que no me gustó, era un libro intimidante de castigos y amenazas, de dificultades para perdonar y de un dramatismo excesivo, particularmente la Pasión, llevada a sus límites por el filme de Mel Gibson, La Pasión de Cristo.
En cambio la mitología griega, que leí al mismo tiempo, era una notable propuesta donde los dioses no cesan de mezclarse con los humanos y de cometer pecadillos eróticos.
En algún momento, ya convertido en escritor, a eso de los veinte años, comencé a “reescribir” la Biblia, a ponerla a mi gusto: salvar asesinos, traidores y rufianes en general y a despojar de sus vestiduras inmaculadas a una larga hilera de personajes epopéyicos.
Algún día pondré juntos todos esos textos y se convertirán en mi propia Biblia, una más divertida y humana, donde los milagros, las visiones y las profecías tengan un sentido y haya menos salvajismo y sangre.
Mi encuentro con Dios
Ayer me encontré con Dios. Estaba desolado, visiblemente conmovido. Le pregunté qué ocurría y sólo pudo decirme que su perfección lo abrumaba. Me hizo una petición: Dile a tus semejantes que rueguen por mí, antes de regresar entre sombras iluminadas a su eterna soledad.
Para evitar el tedio celestial
Finalmente, Dios, desesperado, se puso a rezar solicitando un milagro: que sus adeptos, sus fieles, le rezaran pidiéndole algo, lo que fuera. Estaba harto de su soledad y de la falta de comunicación tanto en el cielo como en la tierra.
La edad de Dios
La edad de Dios es como la del Universo: siempre ha estado allí: en ambos casos es la eternidad; por eso Dios se aburrió y tuvo que inventar el tiempo y algo complementario: los seres humanos. Así comenzaron sus problemas y no le quedó más remedio que imponer su poderosa voluntad a través de diversas representaciones: cada una de acuerdo a la naturaleza de los distintos grandes grupos sociales. Para unos es Alá, para otros Buda, para algunos más, el padre de Jesucristo, pero siempre está allí, terriblemente viejo y en consecuencia incapaz de cambio.
El amor de Dios
Partamos de lo esencial: Dios es varón. ¿Dios, entonces, podría amar a una mujer? Tendría que ser perfecta como él, hermosa como él, plena de sabiduría como él. Aún así, ¿Dios se enamoraría? Torcuato Tasso dijo que existía una mujer de tal belleza que si se quitara el velo, “hasta el mismo Dios se hubiera enamorado de ella.” Pero han querido las religiones monoteístas que la perfección sea imperfecta y que su capacidad para querer pasionalmente a una mujer, algo universal, quede por completo relegada. Dios no se enamora, sólo los humanos, su creación. O lo que es aún peor, Dios -nos dicen- ama a sus criaturas de un modo espiritual. No, no hablamos de ése, hablamos del amor que brota del sexo y del corazón, del amor que surge entre un hombre y una mujer y que Dios no puede dar.
Moraleja: los seres humanos no estamos hechos a imagen y semejanza del Señor. Peor aún, nuestras pasiones y sentimientos nada tienen que ver con la divinidad.
Antimoraleja: quien o quienes hicieron a Dios olvidaron darle la maravillosa posibilidad del amor-pasión.
El Paraíso y el amor
¿Qué hacían realmente Adán y Eva en el Edén sino el amor de todas formas? Sólo dejaban de hacerlo para comer y descansar. No había trabajo ni hijos que atender ni cultura y mucho menos religiones. La Serpiente (al parecer especie única en ese sitio) es un símbolo fálico y como tal tentó a Eva, no sabemos con precisión si hubo algo más o si todo se limitó a comer un fruto prohibido: la manzana. El caso es que aquello se acabó y en la maldición divina algo se le escapó al Señor: hacer el amor, al contrario, lo estimuló al decirnos creced y multiplicaos. Desde entonces la actividad más señera de los humanos es justamente hacer el amor, a nadie le importaron los otros castigos como ganarse el pan con el sudor de la frente o parir con sufrimientos. Lo fundamental es el sexo. Se hace con tanto entusiasmo que encuestas y estudios recientes han podido comprobar que sus móviles son: un noventa por ciento placer y sólo un diez restante la procreación.
La hoja de parra
La Biblia dice (Génesis, I, 25): “Y ambos, a saber, Adán y su esposa, estaban desnudos: y no sentían por ello rubor ninguno”, pues estaban en el Paraíso y no cabían los malos pensamientos, mucho menos la existencia inquietante de un voyerista. De ser así, y nadie duda de las Sagradas Escrituras, ¿de dónde salió la ridícula hoja de parra que pudorosa cubre el sexo tanto de Eva como de Adán y que hemos visto en cuadros y esculturas de artistas geniales y de impostores que pintan y esculpen al por mayor escenas bíblicas? Como bien sabemos, fue hasta luego de la expulsión que notaron su desnudez y “acomodáronse unas hojas…” No es complicado descubrirlo: fue una canallada hecha por religiosos dogmáticos y puritanos para que -ante el pasmo de todos- el cristianismo muy pronto dejara su bella espiritualidad y se convirtiera en un magnífico negocio de falsa moral y en consecuencia de ropajes.
Por culpa de sacerdotes aldeanos y obispos, cardenales y papas santurrones, ahora los museos de arte sacro se han poblado de morbosos y degenerados que en otoño se sitúan ante tales obras en espera de que las hojas caigan.
Luchas sociales y amorosas en el Paraíso
No cabe duda, la sabiduría del Señor es infinita y magnífica: antes que Eva pudiera reclamar derechos ante el desdén con que la trataba Adán o que apareciera algún listo para reclamar su parte de tierras en el Paraíso, abriéndole las puertas a la propiedad privada, prefirió que un personaje oscuro y perverso, la serpiente, “el animal más astuto de todos cuantos animales había hecho el Señor Dios sobre la tierra”, según afirma la Biblia, Génesis, III, 1, intrigara para destruir a la primera pareja de la humanidad.
Sin embargo aquí el lenguaje se torna complejo y misterioso. El Génesis habla de seducción lo que podría tener implicaciones eróticas o sexuales. No sólo ello, se habla de una víbora que tenía la capacidad de hablar y si consideramos que existen serpientes lujuriosas (cfr. René Avilés Fabila, quien habla de una “serpiente falo” en De sirenas a sirenas), podemos pensar que Eva y la víbora fueron más allá de una invitación a devorar un fruto prohibido: la manzana. Si aceptamos la idea que tiene muchas pruebas en su favor, entonces Adán fue el primer cornudo de la historia. El resto es de sobra conocido: el inicio de la grandeza de la humanidad y el fin de un club privado muy exclusivo: el Paraíso.
Las puertas del Cielo
Las puertas del Cielo son parecidas a las del campo. La única diferencia es que las primeras están vigiladas por san Pedro. Como es de imaginarse, pocos son aquellos que las utilizan; los pecadores prefieren rodearlas para fácilmente entrar en el Paraíso, sin hacer trámites parecidos a los aduanales.
Verdad absoluta
Es verdad, hay un Paraíso perdido que nos llena de pena y nostalgia, la más dramática imagen de ello la brinda Milton cuando al final de su prodigiosa obra El Paraíso perdido, menciona la tristeza de Adán y Eva al abandonarlo (derramando “algunas lágrimas naturales”) y ver frente a ellos un mundo enorme y complejo que tendrían que poblar, padecer y gozar. Más debieron lamentarlo cuando su hijo Caín asesinó a su hermano menor Abel, consiguiendo así ser el primer asesino de la historia y en consecuencia el primer inquilino del Infierno, donde ya lo esperaba un complacido Satanás, pues como es obvio, Él todo lo sabe, no es ingenuo ni tonto. No debemos olvidar que pasó una larga temporada al amparo de Dios y ello le brindó conocimientos sinfín y capacidades poco comunes que no dejan de ser admirables pese al pavor que inspiran.
Los más felices
Durante el diluvio universal no todo fueron desgracias y sufrimientos; los peces, los mamíferos acuáticos como las ballenas, los delfines y las sirenas resultaron inmensamente felices porque su reino se había agrandado en forma espectacular, al menos por ciento cincuenta días.
Las puertas de Gaza
Una de las mayores hazañas bíblicas es la de Sansón llevándose las gigantescas puertas de Gaza. De ello da cuenta la Biblia en Jueces, XVI. En realidad es un combate por el amor pasión. Atraído el héroe judío a ese poblado por “una mujer pública”, su presencia no pasó inadvertida. Los filisteos “cercaron la casa y pusieron centinelas a la puerta de la ciudad, y estuvieron al acecho toda la noche, con el fin de matarle por la mañana al tiempo de salir. Sansón durmió (con la mujer, desde luego) hasta la medianoche; y entonces levantándose fue y arrancó las dos hojas de la puerta de la ciudad con sus pilares y cerrojos o barras, y echándoselas a cuestas llevólas a la cima del monte que mira hacia Hebrón.”
No hay mayor información al respecto, aunque es obvio que fue un esfuerzo descomunal. Lo que sí ha quedado muy claro es que Sansón las dejó allí y que muchos habitantes de la zona las utilizaron para entrar y salir del campo.
El Limbo
La teología católica creó un sitio tedioso, oscuro y sin vida para las almas de todos aquellos que murieron sin haber sido bautizados, a las pobres las mantienen eternamente aletargadas para expiar el pecado original. Es evidente que lo hallamos más cerca del Infierno que del Purgatorio y, desde luego, del Cielo. Quienes suelen estar allí son los niños fallecidos antes de que el sacerdote les diera el primer sacramento. Las voces populares se refieren a él como un estado de plena inconsciencia. Vive en el Limbo, dicen de una persona ensimismada o distraída. Como es de suponer, nada en el cristianismo primitivo se refiere al Limbo, es un invento posterior, que data del siglo XIII y no hay, en efecto, ningún suplicio, sólo un idiota reposo eterno en una cámara sombría y subterránea, sin pensamientos ni palabras y, lo que es el mayor castigo, sin la visión de Dios, lo que acarrea una tristeza infinita, perpetua. No existe el Bien ni el Mal. El Limbo es una total injusticia que deja mal parada a una religión que habla de bondad pura, quintaesenciada. Para bienestar de los crédulos, ya fue declara su inexistencia oficialmente.
El verdadero Dios único
En las religiones imperantes, en las de un dios único, hay un principio inalterable: la lucha del Bien contra el Mal. Dios representa al primero y el Diablo al segundo. Suponer que este binomio o dualidad es real, es un error grave que permite la existencia de un ser casi tan poderoso como el mismo Dios y que está en eterna lucha contra Él. En realidad el Diablo no existe como tal ni tiene su reino perverso en las sombras. Habita en el Paraíso. Dentro de Dios coexisten la maldad y la bondad. A veces triunfa la primera y ocurre, en consecuencia, un asesinato o una tragedia terrible. Si es la segunda quien triunfa, nada ocurre y las personas procuran ser respetuosas con el prójimo.
No hay Demonio, sólo un ser supremo atormentado, en cuyo interior libran una guerra interminable el Bien y el Mal. En otras palabras, el Diablo es el lado perverso de Dios.
El Diablo, ¿obedece órdenes o también goza, como nosotros, de libre albedrío?
Durante las tentaciones, el demonio en vano trata de hacer falible el espíritu de Cristo. En la primera, lo provoca: Jesús había ayunado durante cuarenta días y Satanás, viéndolo hambriento, le dice: “Si eres el hijo de Dios, convierte las piedras en pan.” A lo que el Señor responde: “No sólo de pan vive el hombre.”
En la segunda tentación, en el pináculo del templo el Demonio increpa a Cristo: “Si eres hijo de Dios, déjate caer, tu padre enviará a los Ángeles para que no te hagas daño.” Jesús responde y aquí hay algo fascinante, diciéndole: “No tentarás al señor tu Dios.”
En la tercera, Satanás ha mostrado su incapacidad para doblegarlo, no obstante, vuelve a tentarlo: llevándole a la cumbre de un monte, le ofrece todas las riquezas que desde allí podían ser observadas. Jesús responde con visible malestar: “Retírate, Satanás, porque escrito está: sólo al señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.”
Esto quiere decir que el demonio, tiene dueño o amo y que deberá, en consecuencia, doblegarse ante Él y obedecerle. No dejemos de lado que fue Luzbel un ángel hermoso y privilegiado. Ello nos lleva a una conclusión desconcertante: las acciones demoníacas no son producto de la voluntad de Satanás sino de su Señor. Cuando uno sufre sus tentaciones, él no es culpable. El pobre diablo es víctima de Dios y de sus intenciones de jugar permanentemente con su más acabada creación: la humanidad.
El triunfo de Lucifer
Se ha querido ver al demonio, sobre todo por las generaciones sucesivas a la época de Jesucristo, como a un gran perdedor. Afortunadamente otros lo consideran un ser pérfido y victorioso. ¿No triunfó al conseguir la expulsión de Adán y Eva del Paraíso? Lucifer cayó, en efecto, pero logró reponerse del golpe dado por Dios al planear la ruina de Adán aprovechando la ingenuidad (que no maldad) de Eva. Un coro diabólico le cantó en esos momentos triunfales. Si el Señor tiene su liturgia y costumbres donde aparecen ángeles cantando himnos y alabanzas, el demonio tiene la suya propia y no está exenta de grandeza. No en vano, el propio Milton se dejó seducir por la grandeza de Satanás: “Pasea en torno suyo sus ojos funestos, en que se pintan la consternación y un inmenso dolor, juntamente con su arraigado orgullo y su odio inquebrantable.”
La guerra entre el Bien y el Mal no será eterna y concluirá, así lo afirma el catolicismo, cuando triunfe la primera gran fuerza. Mientras tanto, Satanás, el rey del Mal, a diario se lleva almas a su casa demoníaca. Y, por último, pese al Juicio Final, el Infierno será tan eterno como lo es el Cielo. Gran victoria del que fuera entrañable siervo de Dios: Luzbel. Su revolución ha triunfado: allí, en el Averno, hay una total libertad para torturar almas bellacas e irredimibles.
Los grados de maldad del Demonio
Jonathan Swift precisó alguna vez, antes de acercarse a la locura, que “cuando el diablo está satisfecho es buena persona”. Tenía razón, estudios posteriores así lo han probado. Una vez que la cosecha de almas ha sido buena, el monstruo se suaviza, se dulcifica y hasta de buen humor se pone, es capaz de liberar almas perversas que Dios, obviamente se niega a recibir en el Paraíso.
Esto nos lleva a otra reflexión. ¿El Demonio es pecador? ¿Qué mandamientos de la Ley de Dios viola? Tengo la firme idea de que es un cristiano ejemplar, cumple con todo aquello que le fue asignado por Dios. ¿No anda el pobre buscando aquí y allá, en todos los tiempos, almas débiles, probando la fortaleza de los piadosos e intachables creyentes? Es un feo oficio que con frecuencia padece severas recriminaciones y hasta ironías de escritores talentosos como Goethe.
No cabe la menor duda, el Demonio es la más sufrida y abnegada víctima del Señor. Recemos por su descanso eterno. Lo merece.
El Diablo antes del Diablo
¿Cómo miden o cuentan el tiempo los que adoran solamente a Satanás? Lo dividen en antes y después de L (Lucifer), lo que significa que cuentan a partir de la caída de Luzbel, mucho antes de que Dios se decidiera a crear el Paraíso y enseguida a la primera pareja: Adán y Eva. De este modo su calendario es más antiguo que el cristiano. Por supuesto, sus triunfos sobre el Bien, son considerados como milagros y tienen un buen número de deidades del Mal -lo contrario a los santos y santas que pueblan el cristianismo-, y se les puede rogar por la perdición de un alma o para que alguna persona cometa un glorioso pecado.
El fin del Diablo del fin
Supongamos que finalmente —en el largo y accidentado combate entre el Bien y el Mal— Dios logra destruir al Diablo, ¿qué sucedería? La lucha que le ha dado sentido a la humanidad concluiría y el equilibrio quedaría roto. ¿Tiene sentido vivir en un mundo carente de maldad? Sería como anticipar el Paraíso, al menos una especie de antesala. Si todos nos resistimos a morir (para eso hemos inventado las religiones, la medicina y el arte) y preferimos permanecer el mayor tiempo posible en este mundo, se debe a que la sola posibilidad de ingresar en el Cielo nos preocupa. El Mal y el Diablo, su Señor, cumplen con la más honrosa de las tareas: permitir que el Bien exista y que nosotros tengamos la capacidad de discernir entre ambos. Esperemos, entonces, que la lucha sea eterna y que, aun llegando el fin del mundo, subsista para felicidad de todos.
Judas superstar
La indignación que los cristianos sienten ante el Vía Crucis los ha hecho perder de vista la dura y trágica vida de Judas, uno de los discípulos más abnegados y útiles que tuvo Jesús de Nazaret, pese al fango que han echado sobre su nombre. La misión de Judas en la tierra fue penosa: vender a su Maestro por treinta monedas de plata. Y nadie supo llevar la tremenda responsabilidad histórica con mayor dignidad y coraje.
Recordemos.
Cuando estaba en el Huerto de Getsemaní, Jesús recibe el beso y las palabras de Judas Iscariote: “Dios te guarde, Maestro”, y como respuesta interroga con ingenuidad desconcertante: “¿A qué has venido? ¿Así, con un beso, entregas al Hijo del Hombre?” Absurdo en verdad, porque el propio Jesús, durante la Última Cena, advirtió que uno de sus apóstoles lo pondría en manos de sus enemigos.
Lo que sigue, descrito magistralmente en los Evangelios, es de sobra conocido: el nazareno es aprehendido y enjuiciado por sedicioso y subversivo; la flagelación, la corona de espinas, el peso de la cruz sobre los débiles hombros de un Jesús agotado, las tres caídas y el dramático corolario: la crucifixión en medio de dos ladrones, humillado por la soldadesca y, al fin, la muerte temporal. Todo ocurrido gracias a la “traición” de Judas, sin duda, como De Quincey sugirió, el mejor de los discípulos.2 Engañó, padeció remordimientos, se suicidó y con su sacrificio hizo posible el triunfo del cristianismo: sin él hubiera tomado un curso menos grandioso, el Calvario no habría ocurrido y la fragilidad lo acompañaría igual que a las religiones menores.
Antes de ahorcarse, Judas sabía que en este mundo su memoria iba a ser siempre execrada, pero que, llegado el Juicio Universal, quedaría a la diestra del Señor, entre los elegidos, cerca del que tanto amó y por quien tuvo que cometer la Gran Traición, para hacer realidad los sueños del Redentor.
2 De Quincey supone que Judas trató inútilmente de evitar los trágicos momentos de la Pasión: Cristo entregado se revelaría como el Hijo de Dios poniéndose a salvo y levantando al mismo tiempo una rebelión contra el poder de Roma. De ser cierta tal hipótesis, Judas quedaría plenamente reivindicado y además pasaría a la Historia como un luchador social, político. A su vez, Borges, citando a Nils Runeberg, señala que la “traición de Judas no fue casual, fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención”. (“Tres versiones de Judas”, 1944.)
Justicia celestial
Si Dios fuera en verdad justo y generoso, sabría perdonar, perdonaría a Luzbel y así a todos los pecadores del mundo. En consecuencia, viviríamos desde la tierra el mundo de la belleza y la justicia, no habría maldad ni pobreza y las contradicciones serían inexistentes. Pero Dios sabe lo que hace y prefiere dejar las cosas como están: el Infierno y el Purgatorio seguirán alimentándose de almas pecadoras. De lo contrario, el Cielo padecería una aterradora explosión demográfica y el Paraíso sobrepoblado no sería maravilloso sino un auténtico Infierno presidido por el mismísimo Dios.
Jesús y Judas Iscariote
Jesús estaba exhausto, ese día había realizado no menos de 75 o tal vez 80 milagros: ahora los ciegos veían, los paralíticos bailaban, los mudos cantaban y los muertos se levantaban y echaban a caminar muy campantes. Sus discípulos consideraron que merecía un descanso, mientras el mejor de ellos, Pedro, tomaba nota de los hechos para narrarlos a la posteridad. Mmm, hoy ha sanado a unas cincuenta personas…
-Señor, te pedimos que reposes…
-No, aún no, quisiera llegar al milagro número cien. Tengo deseos de implantar una marca imposible de batir.
Los discípulos no insistieron, Jesús miró hacia el cielo y calculó en voz alta:
-Todavía tengo unas dos horas antes de que se ponga el sol.
Y caminó hacia una nueva multitud de tullidos y enfermos que lo aguardaba.
Judas lo miraba largamente: Es un vanidoso y un arrogante, sólo le interesan las cifras y los récords. Por el bien del futuro cristianismo, me parece que lo más adecuado es poner un alto a tanta demagogia: debo hacerle un gran favor y traicionarlo, pensó dirigiendo sus pasos hacia las autoridades romanas y judías.
Babel, otra hipótesis bíblica
La torre de Babel fue, según lo consignan los antiguos historiadores, un edificio gigantesco, habitado por miles y miles de personas. Su rey no era un rey poeta ni mucho menos un rey guerrero, era un rey políglota que dominaba todas las lenguas y dialéctos de su época. Como es natural, Babel no vivía del comercio ni de la agricultura, lo hacía del gran negocio que era la enseñanza de los idiomas.
La otra María
La otra María, la que acompaña a Jesús hasta el fin, es María Magdalena o María de Magdala, pecadora arrepentida, la mujer que el señor salvó de la muerte. Aquí también la polémica se ha mantenido: ¿qué tanto la amó Jesucristo y cómo era ese amor: carnal o espiritual? La suma de los textos bíblicos aceptados selecciona la última forma, pero otros se han resistido a creerlo. En El Evangelio de Felipe, antes citado, leemos: “La compañera del hijo es María Magdalena./ El Maestro amaba a María (Magdalena) más que a todos los discípulos/ y a menudo la besaba en la boca…” ¿No es ello una maravillosa prueba de la humanidad de Jesucristo, el Hijo de Dios?
Ezequiel
De todos los profetas, el de mayor fama y mérito como visionario, fue Ezequiel, pero sus profecías y visiones son las que más se han puesto en duda o las que mayores críticos han encontrado. Una de ellas pareciera extraída de una mente enferma y en consecuencia descabellada: la visión del restablecimiento de Israel, vista a través de un montón de huesos y esqueletos que recobraban la vida, cubriéndose de nervios y de carne: “Yo profeticé, como se me había mandado: y mientras profetizaba oyese un ruido, y he aquí una conmoción muy grande; y uniéronse huesos a huesos, cada uno por su propia coyuntura.” Algunos teólogos lo justifican y lo atribuyen a un exceso de imaginación, a una metáfora compleja, oscura; no es, como bien advierte la Biblia, para incrédulos. Él mismo las calificaba de “extraordinarias” (Ezequiel, I). De todo el panteón judeo-cristiano es sin duda el más oriental. Era, pues, un visionario radical.
Pero hubieron otros, menos afamados, que desde los mismos tiempos de Jesús tuvieron graves visiones. Uno de ellos fue Saúl el pequeño, quien cuando el hijo de Dios nació ya era viejo y aún más enjuto y reducido de cuerpo. En esos momentos en que se le aparecieron imágenes tremendas de los últimos meses de la vida de Jesucristo, pudo advertir algo que va más allá de lo que la Biblia entera señala: la Pasión no es más que un suicidio. El hijo de Dios pudo ponerse a salvo o evitar que los judíos lo hallaran culpable de subvertir el orden y lo consideraran un peligro o tal vez Ezequiel sí tuvo esa visión dura y cruel, pero si Jesús no acepta la brutal muerte crucificado, nos hubiéramos quedado con la religión judía o posiblemente con alguna otra como la grecolatina porque los europeos padecieron una enorme falta de imaginación en lo que se refiere a crear religiones: simplemente aceptaron una proveniente de Judea, algo en verdad muy exótico y sólo explicable por la decadencia romana.
No olvidemos que El Apocalipsis de san Juan está basado en las profecías de Ezequiel.
El nacimiento del sadomasoquismo
Después de la muerte de Jesús, Pedro iba huyendo de Roma. Acosado por aquellos que en la metrópoli se resistían a aceptar la nueva religión, se topó con la figura doliente y luminosa de su Maestro.
Desconcertado, Pedro le preguntó:
–Quo vadis, Domine?
El Señor respondió con suavidad:
-Voy a Roma a que me crucifiquen otra vez.
Y ambos siguieron sus respectivos caminos: Pedro cabizbajo y meditabundo y Jesús entusiasmado.
Más adelante, exactamente 31 años después de la muerte de Cristo, Pedro padeció martirio y fue crucificado boca abajo.
Luego de la muerte de Pedro, un nuevo adepto suyo, titubeante, decidió huir de Roma, pues la represión contra los cristianos arreciaba. Escapaba rumbo a Judea cuando se topó con la figura doliente y luminosa de su Maestro.
Desconcertado, el joven le preguntó:
–Quo vadis, Domine?
-Voy a Roma a que me crucifiquen otra vez.
Y ambos siguieron sus respectivos caminos: el joven cabizbajo y meditabundo y Pedro entusiasmado.
Después de la muerte de…
Ayer y hoy
La Historia Sagrada nos dice que el primer mártir fue san Esteban, uno de los siete diáconos. La historia es muy sencilla. Esteban predicaba sus visiones y dijo: “Estoy viendo ahora los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios.” Los judíos que lo escuchaban “con gran gritería se taparon los oídos: y después todos a una arremetieron contra él”, lo sacaron inmediatamente de Jerusalén y lo mataron de una salvaje pedriza (Hechos, VII). De haber vivido en estos tiempos tan materialistas, luego de oírlo lo hubieran remitido al manicomio más cercano, pues dentro del atroz tormento, “poniéndose de rodillas, clamó con alta voz: Señor, no les hagas cargo de este pecado”.
El otro Jesús
Hubo otro Jesús bíblico. En uno de los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento, Eclesiástico dentro del Libro del Eclesiastés, aparece la referencia. Se le conoció como Jesús, hijo de Sirach, un sabio judío, y escribió el libro en hebreo, tal vez alrededor del año 180 a. C. Su nieto, por cierto del mismo nombre, fue el encargado de publicar la obra y hasta un pequeño prólogo le puso. No es más que un manual ético, sencillo y utilitario. Uno de sus pasajes, el capítulo 44, comienza con una frase que se ha hecho famosa: “Alabemos a los varones gloriosos, a nuestros mayores, a quienes les debemos el ser…”
No está de más imaginar que a causa de este sabio moralista, José y María hayan optado por ponerle a su hijo el nombre ya santo de Jesús.
Dios es sabio
¿En qué consiste la sabiduría divina? En que no puso a los hombres y a los dinosaurios juntos. Su especie primigenia favorita tenía que reinar un tiempo antes de inventar al hombre, quien a la larga hubiera acabado con ellos. En algún momento, Dios se deshará de nosotros para crear una variedad distinta o quizá nuevamente para devolverle el mundo a los suyos: a los dinosaurios.
Un escritor divino
Si un buen día Dios decidiera escribir un libro y publicarlo, ¿qué crítico literario se atrevería a comentarlo o quiénes se arriesgarían a leer la obra de perfección abrumadora?
La perversión de Dios
No fue con Adán y Eva ni con Caín y Abel con quien Dios más se ensañó mostrando su crueldad o dureza, para qué hablar del pobre Job, fue sin duda con su propio hijo, con Jesús. Para empezar, Dios era, dicho en nuestros términos, padre soltero y desobligado. La aprehensión, juzgamiento, tortura, crucifixión y muerte del Cristo es una prueba atroz que le ha dado una extraña mezcla de terror-respeto al ser supremo. No cabe duda, el cristianismo está basado en la brutalidad y las injusticias. Por ello, como bien dice la Biblia: ¿Quién perdona a Dios? ¿Quién juzga sus infamias? ¿O todo el tiempo supondremos que detrás de su conducta existe una razón misteriosa, que carece de culpas, y si hay errores forman parte del libre albedrío concedido y por ello los calificados para ser premiados o sancionados somos nosotros, los humanos?
El verdadero Dios
Que Dios es sabio, nadie lo ignora y una prueba de ello es un hecho asombroso e incuestionable, científicamente probado: primero creó a los dinosaurios y los hizo reyes del planeta. Fueron la primera especie. Más adelante, fastidiado de sus excesos, ordenó que un inmenso meteoro chocara con la Tierra y de este modo una densa nube de polvo la cubriera asfixiando a esos descomunales seres. Ignoramos si fue un castigo o parte de un experimento mayor, pero los extinguió con una muerte generosa y rápida y para no parecer severo en exceso, a muchos les permitió sobrevivir evolucionando hacia otras especies menos arrogantes. Poco después, unos 75 millones de años, en desacuerdo con la pasmosa soledad del Universo, inventó a unos seres extraños, raros, inquietantes: los humanos y les hizo creer que estaban construidos a su imagen y semejanza, cuando en realidad Dios tiene la magnífica forma de un gran Tiranosaurio Rex. Nosotros somos los individuos monstruosos, aberraciones distantes del verdadero concepto de belleza celestial.
Instrucciones para pecar gratamente
Para pecar sin remordimientos siga las siguientes instrucciones:
1: Consiga una ametralladora y dispare a su alrededor hasta asegurarse que su ángel de la guarda ha muerto.
2: Olvídese de los mandamientos de la ley de Dios, son los peores obstáculos para pecar. Son, por añadidura, antinaturales. Deseamos a la mujer del prójimo, mentir y de vez en cuando matar. La gula y la lujuria, por ejemplo, no son pecados capitales, son placeres extremos. Oscar Wilde decía con total sabiduría que la única forma de ceder a una tentación es rendirse a ella.
3: Descrea de Dios y de toda su corte celestial, blasfeme, invoque al demonio de su preferencia y hágale caso al pie de la letra.
4: Haga suyos los sacrílegos versos de Baudelaire: Gloria y loor a ti, Satán, en las alturas/ Del cielo en que reinaste, y en las negras honduras/ ¡Del Infierno en que sueñas vencido y silencioso!
5: Cometa, en consecuencia, toda clase de acciones libertinas, pillerías, pecados veniales y mortales; se sentirá gozoso. El pecado es la única acción que les concede a los humanos plena libertad. Sea rico, corrupto y deshágase de los escrúpulos porque no existe gran fortuna que haya sido obtenida honestamente.
6: Por último, asegúrese usted de no sentir arrepentimiento alguno cuando ingrese a los amplios y calurosos salones del Infierno.
Religión y sexo
Dentro de la tediosa imaginería cristiana de seres asexuados y permanentemente buenos, predominan los colores claros, pálidos. Por ejemplo, el Cielo está pintado de azul y blanco tal vez porque el segundo representa la pureza y el primero rompe la monotonía. Las alas de los ángeles y arcángeles, en consecuencia, son de plumas blancas. Sin embargo, a veces encontramos otras realidades que reconfortan y nos permitirían aceptar el premio celestial por no haber robado, asesinado o matado, y vivir el resto de la eternidad en un sitio donde no hay libros ni cuadros, pese a que sus autores hayan conseguido una entrada al glorioso Paraíso. Según una sublime miniatura del siglo XVI, “Rafael y el pescado”, las alas del arcángel son de un plumaje esplendoroso: el rojo se mezcla con el azul marino y el verde y el negro; a su alrededor está un luminoso árbol de la vida repleto de coloridas flores de un Edén casi tropical. Un plumaje, pues, de alegres colores como los de pericos, guacamayas, papagayos y pavorreales, que garantizan un envidiable sitio lleno de vida.
Tiempo y muerte
Ya en el Cielo —donde el tiempo no existe— me encontré con mi padre: se veía más joven que yo pues murió a los cuarenta años y yo a los sesenta. Mi madre era una hermosa mujer apenas madura y mis hijos parecían mis hermanos menores. Era una situación grotesca por no decir espantable. Protesté con energía ante un arcángel de aire aburrido y melancólico. No hay opción, me dijo lo que yo esperaba con temor: en el infierno es igual, todos conservan la edad que tenían al morir.
Conjeturas religiosas
¿Qué hubiera ocurrido (según Mateo, XXVII) si Jesús, harto de tanta vejación y torturas, insultos y humillaciones, cuando los judíos lo inquieren, ya agonizante: “Si es el rey de Israel, baje ahora de la cruz, y creeremos en él”, decide descender? No es complicado imaginarlo. Ahora sería el Dios de los judíos y el cristianismo en ninguna de sus variantes hubiera prosperado.
Si Dios conoce el futuro, ¿por qué le envió maná al pueblo israelita, los cuarenta años que vagaron por el desierto, el alimento milagroso o “manjar de ángeles, pan aparejado sin fatiga, que contenía en sí todo el deleite y la suavidad de todo sabor”, como explica el Libro de la Sabiduría, si tiempo después ese mismo pueblo exigiría la muerte de su hijo? Entonces ¿sí hay un dios para los judíos, otro para los cristianos y uno más para los musulmanes, por sólo citar tres grandes religiones? ¿O tal vez sea el mismo dios, único y verdadero, trabajando bajo distintas personalidades que corresponden a la idiosincrasia de cada grupo? ¿Importa o de plano lo que necesitamos los humanos es creer en deidades a toda costa?
¿Realmente el catolicismo es monoteísta? Si uno revisa cuántas deidades tenían los antiguos egipcios, los griegos y los latinos, podríamos descubrir, desconcertados, que eran tan politeístas como son los católicos. Hay tantas deidades entre santos, vírgenes y arcángeles que no se sabe a quién rezarle, porque fuera de las frases trilladas de Dios lo quiera, Dios no lo permita…, todos andan en busca de un ser omnipotente, una virgen, un santo o un simple beato que les ayude a hacer lo que por sí mismos no consiguen.
Una razón para no creer en Dios
Si el Cielo o Paraíso es el lugar sublime, bello por excelencia, y Dios la perfección de la belleza, la bondad y la sabiduría, ¿por qué los creyentes se resisten a morir?
Tristeza celestial
Ese hombre que camina hacia Jerusalén, cabizbajo y triste, hondamente preocupado. Se llama Pedro y era santo. Va buscando su crucifixión luego de que Dios le hizo una atroz revelación: no cree en Dios.
¿En qué cree Dios?
Si existiera Dios, ¿creería en alguna otra deidad o en Él mismo?
Yo, ateo
Para mí fue difícil creer en la existencia de Dios. Contra las ideas de mis mayores pronto dejé la religión y toda creencia en un ser sobrenatural y todopoderoso. No estaba yo diseñado para la fe, mi mente era demasiado racional y materialista. Con el tiempo y, como tantos otros ateos que envejecen y buscan la inmortalidad hasta en un Cielo tedioso, me formulé una pregunta: Bueno, ¿y si Dios existe? Por si las dudas, entonces, cumplí con los preceptos del catolicismo (religión de mi familia): fui bautizado, confirmado, hice la primera comunión, me casé según sus ritos y en el colmo bauticé a mi único hijo. ¿Qué tal si existen Dios y el Demonio? Nada cuesta, como en vida, tener todos los papeles en regla para enfrentar los primeros cuestionamientos de un san Pedro inquisidor. Luego, ya veremos: total, nunca maté ni robé ni mentí. ¿O me juzgarán por mi simple renuencia a creer en un ser supremo?
Para evitar el tedio celestial
Finalmente, Dios, desesperado, se puso a rezar solicitando un milagro: que sus adeptos, sus fieles, le rezaran pidiéndole algo, lo que fuera. Estaba harto de su soledad y de la falta de comunicación tanto en el cielo como en la tierra.
Babel
La torre de Babel fue, aunque no lo consignen los antiguos historiadores, una gran ciudad habitada por miles y miles de personas. Su rey no era un rey poeta ni mucho menos un rey guerrero, era un rey polígloto, dominaba todas las lenguas y dialectos de su época. Como es natural, Babel no vivía del comercio ni de la agricultura. Todos lo hacían del gran negocio que era la enseñanza de los idiomas.
Por equivocar la consulta
Un hombre está a punto de morir. Recuerda que las religiones proponen la salvación del alma, la inmortalidad, y él desea sobrevivir en el más allá. Quiere encomendar su alma a Dios. Pero resulta que toda su vida fue agnóstico, así que de pronto se encuentra con un problema que ya no tiene tiempo de enfrentar. ¿A qué dios invocar antes de exhalar su último suspiro? ¿Acaso al de los cristianos o a Buda, o quizás a Alá o a Jehová, probablemente a alguna deidad griega o azteca? Desesperado, sintiendo la muerte muy cerca rondando su cuerpo agónico, pide un diccionario y lo consulta. Casi al azar, rápidamente selecciona un nombre a través de un dedo incierto: Brahma: Dios de los indios. Y a él se encomienda, le dirige palabras confusas pidiendo misericordia y perdón por sus pecados. Piedad, en una palabra.
Después de la muerte, un sacerdote católico que apareció allí por mero accidente dijo al conocer el caso:
—No supo escoger cuidadosamente. Por error le dieron el diccionario de la Real Academia Española, en donde muy a las claras indica que Brahma es falsa deidad venerada por idólatras y no el verdadero Dios. Pobre hombre, su alma ya debe estar quemándose en el Infierno.
Lamento tardío
Trabajé como pocos para ser el escritor más importante de mi época y posiblemente de muchas otras. Lo hice por amor a la literatura, por una necesidad imperiosa de leer y escribir. Obtuve todos los premios literarios posibles, el Nobel incluido. Mis libros fueron editados por millones fui traducido a las lenguas principales. Docenas de gobiernos me honraron con diplomas, reconocimientos, condecoraciones, dinero, estatuas… Mis novelas fueron llevadas a la cinematografía con el mejor de los éxitos y más de un crítico comparó mis obras con las de Cervantes, Shakespeare, Balzac, Victor Hugo y Tolstoi. Gracias a ello viví de una manera prodigiosa, compré libros raros e incunables y cuadros de las mejores firmas. Tuve residencias en las más bellas ciudades del mundo. No existió quien no me reconociera como a un inmenso autor. Honrado por los lectores y homenajeado por universidades y organizaciones culturales y artísticas, morí en plenitud de la fama, profundamente admirado y respetado. Por dondequiera lamentaron mi fallecimiento y me hicieron conmovedores homenajes. Ahora, aquí, en el Cielo, como un tributo no a mis cualidades literarias sino a mi adecuado comportamiento y religiosidad (¡ocupado en la literatura no pude ser un pecador!), a mi amor por el prójimo (¡cómo ofender a mis lectores!) y respeto a Dios, me aburro y deseo una muerte que implique la total desaparición. En este sitio insufrible nadie, ni siquiera el Creador, lee. A ninguno le importa el arte y jamás he visto un libro desde que llegué al Paraíso.
Pregunta histórica
Si Zeus, convertido en cisne, hizo el amor con Leda, ¿por qué no aceptar la versión de que el Paraíso concluyó porque Adán encontró que Eva se había hecho amante de la serpiente?
Religiones
Las religiones hoy en día más exitosas como las cristianas, el judaísmo y las que descienden de Alá y Buda son francamente aterradoras, llenas de castigos y sanciones, de infiernos aquí y en la otra vida. El cristianismo es particularmente sangriento, una tragedia dentro de otra Con sus mártires y santos llenos de sangre, crucifijos espantables y reliquias como dedos, cabezas o momias. Por ello la cinematografía de Hollywood se ha regocijado con sus escenas truculentas y sus posibilidades de terror. En cambio, las antiguas, las que hoy llamamos mitologías, eran gozosas, los dioses descendían del Olimpo y se mezclaban con los mortales, copulaban y producían héroes. Sus deidades eran capaces de error y por fortuna nadie era aterradoramente perfecto. Lamentemos la pérdida, pocos se dan cuenta que es irreparable, sumergidos como estamos en un mundo de rezos y lamentos, de odios y miedos, de pena por lo más natural: el coito y la desnudez del cuerpo. Los pecados son el peor invento de las religiones actuales. No existe nada más atroz que mandamientos como no desear la mujer del prójimo o no mentir. Son cuestiones antinaturales. Por último, era envidiable tener una deidad para cada caso, como sucedía con mayas y aztecas, como lo fue con griegos y romanos. La idea de tener un solo dios, único y verdadero, aterroriza. Recemos por las gloriosas religiones del pasado: han muerto, pero por fortuna nos han dejado un cúmulo de consejos para disfrutar a plenitud la vida y entrar a una muerte más cómoda, sin los temores a las sanciones infernales.
No mentirás
Por ser puntualmente católico y jamás mentir desechó el arte: está lleno de falsedades sobre todo la literatura fantástica, dijo indignado cuando acababa de leer a Lovecraft. Y no halló otra vocación que la de matemático donde dos y dos son cuatro y no tres como en los buenos cuentos.
EL orden natural
Lo único natural dentro del universo es la recta, lo demás es obra y gracia del desorden de Dios y de la mano humana.
Diversión celestial
Algún tránsfuga del Cielo (estuvo allí y no le gustó) ha dejado saberle a creyentes y desconfiados que en efecto el Paraíso es terriblemente aburrido, pero que para evitar el tedio, entre san Pedro y san Juan han organizado carreras de ángeles. Evidentemente las apuestas están prohibidas, así como el licor.
Noticias amorosas del paraíso
Que el Cielo es asexuado es una total falacia (¿falacia viene de falo?), argumentó en tono de broma el ángel indiscreto. Y mientras bebía un whisky doble se puso serio y narró su experiencia con ángeles mujeres, es decir, ángelas; que, como en la Tierra, algunas son seres dedicados a la contemplación del Señor, pero que existen otras que son lujuriosas y buscan atraer a su nube un hermoso arcángel con o sin espada flamígera para hacer el amor apasionadamente o al menos un querubín de larga lengua que apague sus apetitos sexuales. Hasta donde se sabe, continuó la historia aquel personaje de hermosas alas blancas e intensa espiritualidad que apresuraba copa tras copa, Dios es ajeno al hecho. Siempre ha vivido más preocupado por lo que sucede entre sus hijos terrestres que por la corte que lo rodea. Parece ser, prosiguió implacable, que alguna virgen tesonera y asexuada, cuyo origen es el consabido: monja, mártir y santa, ha intentado poner freno al desorden erótico, pero todo ha sido infructuoso. Por ello, María Magdalena le sugirió con mucha elegancia y discreción que la mejor solución era reglamentar aquel libertinaje celestial y establecer lugares para hacer el amor.
Microrrelatos de Oficios perdidos *
*Tomados del libro Los oficios perdidos
Los alquimistas
Al no hallar la piedra filosofal (o elixir) que convertía los metales vulgares en oro, quedaron atrapados en su época y no tuvieron recursos para proseguir la fatigante búsqueda. Así que, sin ayuda económica de gobiernos o mecenas (los primeros la dirigían a la guerra, los segundos al arte), se toparon con el muro racional de Descartes: no debe pensarse en la transmutación de los metales porque ellos también son obra de Dios y por lo tanto deben permanecer intactos. El resto es una historia en donde la fantasía y la realidad, como suele suceder, se mezclan proporcionándonos datos ambiguos o indignos de crédito.
Los prestamistas
Las malvadas personas (judías con frecuencia, el hombre de la nariz aguileña, ceño fruncido, flaco y receloso, de polvosa levita negra y sombrero de copa; la mujer de nariz aguileña, ceño fruncido, enjuta recelosa (de ropajes harapientos como de bruja), dedicadas al poco honorable oficio de prestar dinero con brutales tasas de interés, que atesoraban oro y joyas por el simple placer de tenerlos, que arruinaban a cuanta gente caía en sus garras, que solían quedarse con las propiedades de los viejecitos, viudas, huérfanos inermes y hombres en quiebra, uno de cuyos más viles ejemplos, la usurera Aliona Ivánova fue ajusticiada por Raskólnikov, han sufrido una curiosa metamorfosis, quizá siguiendo el principio de que nada se crea ni se destruye, simplemente se transforma: sus funciones no han variado un ápice, pero visten con elegancia y distinción, suelen ser amables y gentiles, incluso poseen un grato físico, nadie los conoce por el nombre anterior, ahora todos les dicen banqueros.
Los limpiabotas
El desarrollo tecnológico los borró del mapa del subempleo de los países capitalistas. Ahora, si usted quiere traer el calzado limpio y brillante, quedan dos posibilidades: o lustrarlo uno mismo, lo cual es difícil por la falta de tiempo, o meterlo con todo y pie en una máquina que trabaja por unas monedas y cuyas funciones son las mismas del limpiabotas. Yo opté por la segunda: el artefacto no estaba de humor, digamos mejor estaba descompuesto, y también le puso betún a mis pantalones. Para evitar las sonrisas suspicaces de los transeúntes, con naturalidad metí el otro pie en espera de igualdad.
Los campesinos
Hasta hace tiempo uno podía, con tenacidad y un poco de suerte, hallarlos: ancianos que miraban nostálgicamente las calles pavimentadas, los postes, las chimeneas, los millones de edificios que cubren todas las tierras del planeta, recordando lo que estaba antes de que pusieran la gruesa e impenetrable capa de concreto: tierra fértil, árboles, flores, pasto…
Ignoro si los campesinos hacen falta o no, lo único que sé es que algunas personas de edad muy avanzada todavía hablan de las notables diferencias entre los antiguos alimentos que venían del campo y los sintéticos que hoy comemos.
Las plañideras
Eran aquellas espléndidas actrices que en tiempos remotos contrataban para llorar durante el entierro de un ser querido. Nunca nadie fue tan convincente como esas mujeres, invariablemente de luto, que desgarraban el alma al más templado al verlas llorar ante el cuerpo de un perfecto desconocido. Conmovían e incluso arrancaban aplausos de los dolientes más sensibles. En esa época los entierros atraían a mucha gente ansiosa de emociones con el trágico dolor de las plañideras. Se trataba de un espectáculo gratuito para los curiosos y satisfactorio para los deudos, quienes así sentían que el ser desaparecido gozó en vida de amplia reputación, del afecto de la comunidad, y que su muerte era una «pérdida irreparable», cuando en realidad a pocos les importaba; sólo a los herederos y eso por razones económicas.
En esto de las plañideras también hubo división de clases: los ricos podían contratar a varias de las mejores; entonces el duelo y el entierro eran magníficos, todos se retiraban felices y hasta los vendedores ambulantes resultaban beneficiados; los pobres tenían que conformarse con una sola de poca monta: su llanto, su vestimenta, sus gritos, en una palabra, su dolor, no convencía a muchos.
Sin las plañideras los entierros se han hecho insulsos, poco dramáticos. A veces surge, igual que en la tauromaquia, una espontánea que intenta recobrar la tradición, pero ésta es rápidamente retirada a empellones, antes de que provoque risas que resten solemnidad al acto fúnebre. Por otra parte, una viuda o un huérfano no logran lamentarse tan patéticamente como ellas. Su lugar no podrá ser ocupado jamás. Descansen en paz las plañideras. Ojala pudiéramos encontrar una o dos, en alguna aldea perdida en la que conserven y respeten las buenas costumbres, para que lloraran su propia desaparición, claro está, por una aceptable suma de monedas. Sería una despedida triunfal.
La brujería
Este antiguo y peligroso oficio no se ha perdido totalmente, subsiste pese a las persecuciones de fanáticos y a los avances científicos. Sólo que su fisonomía ha cambiado un tanto y, en consecuencia, la apariencia de quien ejerce la brujería. Antes una bruja era una mujer fea, vieja y malvada que trabajaba cerca de un caldero hirviente, rodeada de sus animales favoritos, el gato negro y el cuervo (ambos citados por Poe), de la escoba que le permitía volar y de una alacena repleta de extraños productos, rejalgar, azufre, ojos de sapo, polvo de serpiente, cuernos de macho cabrío, etcétera. Ahora la nueva literatura y el cine le conceden otros aspectos. En momentos puede ser joven y hermosa. Ya no dispone de lo arriba citado. Pero algo existe en común que eslabona el pasado con el presente: la maldad, los pactos y las alianzas con demonios y todo tipo de deidades maléficas; desde luego, la finalidad sigue siendo la misma: dañar a las personas inocentes procurando que el mayor número de almas se vaya al Infierno.
Sin embargo cierto tipo de literatura se ha empeñado en mostrar brujas simpáticas y generosas, ésas que se dedican a la magia blanca. Por fortuna son escasas y nunca lograron salir de las páginas de los libros destinados a tranquilizar a nuestros antepasados. Hoy sabemos que la única brujería válida es la negra, la que puede afectarnos. A ella le debemos el hecho significativo de que nuestras vidas sean menos aburridas. Es una pena que la brujería sea una actividad, como el humanismo, en vías de extinción.
Las musas
Hoy en día, aunque se habla de ellas, no es posible encontrar una sola. Las pobres, tan hermosas y útiles, inspiradoras de músicos y pintores, hombres de letras, artistas en una palabra, no lograron trasponer el romanticismo. Las últimas ayudaron a Bécquer a escribir sus Rimas y leyendas; revoloteaban a su alrededor como si fueran mariposas. Entonces la tarea del poeta era más sencilla: bastaba con obtener un mínimo de concentración Y las musas aparecían. Melpómene, Erato, Polimnia acompañadas de otras igualmente bellas y prestas a dar su colaboración al arte, a guiar pinceles, dictar versos… ¡Cuánto le debe la humanidad a estas damas envueltas en gasas y con guirnaldas en las manos que aparecían al llamado del creador, sin importarles que en momentos éste hubiese empleado a modo de intercesión las drogas o el alcohol! En estos tiempos, por más que les gritemos, ninguna de ellas aparece en nuestro auxilio. Es necesario pues, trabajar y trabajar con el objeto de conseguir un poema o una novela, un vals o una sinfonía, un cuadro o un mural, no hay otro remedio. Qué tragedia nos ocasionó la modernidad, la única fuente de inspiración ya no son las musas (las que contribuyeron al éxito de Homero y Virgilio), es la disciplina y el rigor.
Los afiladores
No sé si en todos los países existieron; iban por las calles sacándole filo a las tijeras y cuchillos de las amas de casa. En el mío los hubo por cientos. Eran hombres peculiares, como los deshollinadores de las mansiones cuyas casas suelen tener chimeneas para combatir el frío. Invariablemente marchaban sobre bicicletas que estaban adaptadas de forma maravillosa a una doble función: por un lado la del vehículo, por el otro, con mover unas palancas, era activado el mecanismo ingenioso que impulsaba una rueda gris oscura que tantos misterios encerraba para los niños al arrojar chispas en su encuentro con la hoja de acero. Cómo disfruté mirando trabajar al afilador, con destreza renovaba el filo del cuchillo de carne, moviendo el pedal y contándome sus correrías por la ciudad. [Una tía, Elia, me explicaba que los afiladores eran de buena suerte, cuando uno escuchaba su silbato anunciándose por las calles, había que jalarse tres veces el pantalón o la falda y al poco tendríamos dinero y éxito.]
Los avances, que tanto daño nos han hecho en más de un terreno, eliminaron de tajo a los afiladores al permitir que en cualquier hogar haya por una corta suma de dinero un aparato eléctrico que afila las hojas de los cuchillos y las tijeras. Por eso, al menos en mi país, el número de pordioseros es mayor. Si uno los mira fijamente, con toda la atención posible, todavía puede encontrarse en ellos la dignidad del oficio perdido; y si nos acercamos discretamente hasta casi tocarlos podremos ver que juguetean con el silbato que antes usaron como musical tarjeta de presentación. Pensemos en los afiladores con nostalgia y gratitud. Nuestros abuelos y padres estimaron mucho su actividad.
Los ratones de biblioteca
Hoy los eruditos son cada vez más escasos. Las bibliotecas están vacías o tan sólo son visitadas por alumnos que fueron impulsados por sus profesores. El hombre encorvado, de ropajes descuidados, lleno de polvo, vista cansada y gruesos anteojos, que hurga entre incunables y ediciones príncipes, que consulta y anota sin ninguna finalidad concreta, salvo aquélla de obtener un mayor conocimiento cada vez que puede responder con la modestia que otorga la auténtica sabiduría, ha desaparecido prácticamente. La especialización, las ediciones populares, los medios de difusión masiva, las computadoras y otros elementos acabaron con él y con su prodigiosa actividad. Si Ray Bradbury hubiese pensado en ellos quizá su obra Fahrenheit 451 habría transitado por otros caminos. Los ratones de biblioteca llegaron a memorizar muchísimas obras completas, miles de ellas. Con facilidad hubieran podido dictar (o grabar) libros de Shakespeare, Cervantes, Marx, Platón, Goethe… y entonces los humanos, sin grandes dificultades, contarían de manera permanente, sea cual fuere la forma de gobierno, con libros vivientes, parte de la memoria de la humanidad. La falta de presupuesto para actividades inteligentes y razonables ha desechado a este honorable y distinguido oficio. Es probable que queden por ahí, olvidados, alimentándose tan sólo de literatura, algunos ejemplares, en las bibliotecas, chillando con suavidad, a punto de roer un espléndido libro de letra gótica francesa e ilustraciones hechas a mano.
Los cazadores
Como tales, no existen más, pues ya no hay galopes de cebras ni rugidos de leones y tigres; tampoco embestidas de rinocerontes y búfalos; no se escucha el grandioso barritar de los elefantes ni podemos contemplar el vuelo majestuoso de las águilas. Sin animales que matar, con la fauna salvaje eliminada de la faz del planeta, a los viejos cazadores no les queda otro remedio que contemplar avergonzados su obra destructora: pieles como alfombras, cabezas disecadas sobre la chimenea y marfil en laboriosas tallas. Quedan, claro está, en las páginas de los libros de aventuras, las hazañas de quienes ventajosamente provistos de armas de fuego mataron (cobraron, en el lenguaje de la cacería) docenas de animales. Lo justo sería que ahora apareciera un nuevo oficio: cazador de cazadores, para que estos sientan el terror que padecieron los seres que antaño exterminaron a tiros.
Los domadores
Los dos últimos domadores que quedaban en el mundo salieron a la pista del circo. Protegido por fuertes rejas el público aplaudió al contemplar sus estupendas figuras.
Pero el mayor entusiasmo lo suscitó la aparición del león que con una vestimenta parecida a la del cazador, una pistola al cinto, un látigo en la garra derecha y una silla en la izquierda procedió a efectuar su trabajo.
En primer lugar, con valentía y habilidad, hizo que los domadores se treparan a sus respectivos bancos y allí saludaran con ambas manos.
El león restalló su látigo otra vez y el espectáculo adquirió toda su intensidad: los domadores corrieron por la pista y enseguida, apenas con una transición indicada con un rugido, cruzaron casi volando a través de aros llameantes.
Por último, el acto más peligroso: el león se atrevió -mientras un redoble de tambores contribuía a que la gente aguantara la respiración- a meter la cabeza melenuda dentro de las fauces del domador que gruñía con más fiereza.
Una vez que el número concluyó, el león efectuó una amplia reverencia para agradecer la estruendosa ovación y condujo a los domadores a sus jaulas.
Ya lejos de las miradas curiosas, el león dio instrucciones para que dos mozos atendieran y alimentaran a los domadores: era indispensable cuidarlos: constituían ejemplares únicos y había costado mucho esfuerzo amaestrarlos.
El león les echó una mirada más a sus domadores.
Lástima que ambos pertenezcan al sexo masculino -dijo en voz alta suspirando con cierta tristeza-, de lo contrario podrían reproducirse.
Los científicos locos
Los inventó la literatura, pero sin muchos esfuerzos se salieron de sus páginas para esparcirse por el orbe. Durante el siglo XX el cine, atrapándolos, los utilizó en el género fantástico y en él proliferaron: no cabe la menor duda: era un campo adecuado a su trabajo.
Este tipo de sabios creaban aparatos fascinantes, producían objetos inútiles, provocaban mutaciones y confeccionaban monstruos y robots. Los artefactos funcionaban por un tiempo y terminaban por explotar matando al inventor, y los seres inverosímiles (metálicos o de carne y hueso) producían el pánico y asesinaban inocentes. Sin duda el científico demente más célebre fue el doctor Frankestein. Él y sus colegas querían dominar al mundo o ir más allá de lo permitido, ambicionaban desatar fuerzas ocultas y dominar a las que están a la vista. Su principal pecado fue la soberbia: deseaban, en pocas palabras, equipararse a Dios y, consecuentemente, ser superiores a todos los mortales. Tal vez lo peor fue su terquedad en poner su ciencia y talento al servicio del Mal; y lo mismo fue en la literatura, que en el cine y en la vida ordinaria.
Eran figuras extrañas, cuyas investigaciones y experimentos fueron un misterio, sus laboratorios permanecían ocultos detrás de muros falsos y en general los resultados tenían consecuencias funestas. Sin embargo, su trabajo fue muy importante. Gracias a sus máquinas voladoras que nunca abandonaron la tierra hoy tenemos aviones; gracias a las criaturas que elaboraron con miembros de varios cuerpos humanos, ahora contamos con un alto avance en el terreno de los trasplantes e injertos, y así por el estilo. Ellos se anticiparon en todo; fueron visionarios que permitieron las obras acabadas de los científicos normales. Lamentablemente para la humanidad, no hay más. El último de estos sabios inauditos, al percatarse de que acababa de inventar la rueda en 1981, se suicidó con la pistola de rayos ultrasónicos que había concluido unos días antes. Descanse en paz el último miembro de una gloriosa estirpe que nos hizo progresar aunque haya sido a costa de tanto terror.
Las zurcidoras de medias
Antes de la pantimedia existieron las medias de nylon. Se sostenían con ligas comunes o con un liguero. Con ellas las piernas femeninas resultaban más llamativas y sensuales. Sexis, como dicen las revistas de modas.
Las medias, en sus orígenes, fueron caras; había, pues, que cuidar cada par como si se tratara de joyas. Las delicadas prendas se dañaban con facilidad y pronto era necesario comprar otras. Si la mujer no tenía recursos, lo mejor era llevarlas con la zurcidora: una señora pobre que se sentaba en la entrada de los viejos edificios y vecindades con su equipo de trabajo: mesa, lámpara, las agujas para remallar y un letrero de trazos toscos: Se zurcen medias. En algunos lugares, decía más de acuerdo a nuestras costumbres: Se remiendan medias. En fin, resultaba lo mismo: esas mujeres arreglaban minuciosamente, como un experto relojero, las medias de nylon, dejándolas casi nuevas a cambio de unos cuantos pesos o centavos, según el daño.
A las zurcidoras nadie les enseñó el oficio. Lo aprendieron forzadas por la necesidad de ganar dinero. Su trabajo era indispensable hace unas décadas, en los años casi inmediatos al principio de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy las pantimedias (y las medias ocasionales) son relativamente baratas y no permiten el zurcido (sabia previsión de los fabricantes para vender más). Esta es la causa de la desaparición de las zurcidoras, aquellas mujeres que tan estimables fueron para mi madre y mis tías. Las sobrevivientes de tal oficio quizás añoren los tiempos pasados, cuando las medias les dejaban algo de dinero, no importaba que en cada zurcido perdieran parte de su vista.
Los deshollinadores
Todos parecían personajes de Dickens: ropas humildes manchadas de cenizas, la cara negra negra como la de AI Jolson, trepaban con agilidad al techo y limpiaban el tiro de las chimeneas, dejándolas listas para contrarrestar el frío del invierno. De ellos sólo sé por las lecturas de mi infancia. Nunca vi uno. Ejercían su actividad en Europa y en los Estados Unidos. En mi país no hace tanto frío ni cae la nieve. Por ello las chimeneas son meras decoraciones para sentirse en Suiza o en Inglaterra, aunque no falta el nuevo rico que pone una en su mansión y la prende durante una fiesta veraniega para que sus invitados y él mismo se derritan con el calor.
Es de suponer que con la paulatina disminución de los bosques y con la aparición del gas y la electricidad la chimenea cayó en desuso y por consecuencia el oficio de deshollinador. Lástima, la literatura lo echa de menos, era útil para realizar protestas sociales.
Los bufones
De aquellos enanos tullidos y “locos”, contrahechos, de estrafalaria presencia, dispuestos a cualquier indignidad con tal de divertir al rey y a sus cortesanos, de aquellos bufones que magistralmente retratara Velázquez en Baltazar Carlos y el enano y en El bufón don Diego de Acedo, no quedan sino recuerdos borrosos. La caída de las monarquías absolutas los arrastró consigo y desaparecieron por completo ante el empuje de la burguesía. Oscar Wilde y Edgar Allan Poe describieron las penas y sufrimientos de estos en “El cumpleaños de la infanta” y “HopFrog”. En el último cuento hay una precisión: “En los tiempos de mi relato los bufones gozaban todavía del favor de las cortes. Varias ‘potencias’ continentales conservaban aún sus ‘locos’ profesionales, que vestían traje abigarrado y gorro de cascabeles, y que, a cambio de las migajas de la mesa real, debían mantenerse alertas para prodigar su agudo ingenio”.
Los bufones nos legaron la palabra bufón para calificar a la persona que gusta elogiar a los poderosos. Elogiar para sobrevivir. Pero la herencia más directa de los bufones son los payasos. Son su versión democrática. Los primeros actuaban para una sola persona y su reducido séquito, los segundos trabajan para las multitudes que abarrotan el circo.
Unos y otros son patéticos. Siempre hay un halo de tragedia en la cruel tarea de hacer reír a los demás. Es de esperar que del mismo modo que desaparecieron los bufones también desaparezcan los payasos. A pocos les causan risa o diversión; sólo a los espíritus simples o plebeyos. Ambos han sido graciosos por obligación, por oficio, para provocarle carcajadas al monarca o al tumulto, y en ningún caso el mérito es grande.
A muchos niños —me dicen— les agradan los payasos; sí, pero a otros no; más todavía, llegan a causarles miedo. Cuando pequeño nunca me gustaron los circos: no entendía por qué razón se reían de unos pobres diablos vestidos grotescamente de cara pintarrajeada, que hacían el ridículo dándose de palos; era un espectáculo triste y anormal. Después, mucho después, el filme Payasos de Fellini me explicó mi aversión por los eventos circenses, a los que debemos añadir animales enjaulados y obligados por hambre y golpes a bailar o a saltar a través de un aro llameante, y la infatigable galería de monstruos.
Las adivinadoras
Mujeres mágicas que predecían el futuro con sólo leer la mano de una persona o mirar los naipes. Tenían la habilidad de señalar cuestiones tan generales, tan vagas, que resultaban exactas, aplicables a situaciones diversas y sujetas a cualquier interpretación posible. Las pitonisas —utilizadas por los oráculos para profetizar y responder a las interrogantes de los humanos— fueron sus más directas antecesoras.
Pero las adivinadoras, a diferencia de las pitonisas que gustaban de vaticinar tragedias y pasiones malsanas, buscaban un futuro promisorio, algo que a todo mundo le gusta por más escéptico que sea: a las mujeres, hijos sanos y un hogar feliz; a los hombres, prosperidad y riqueza. Y si alguna vez auguraron destinos adversos, fue delicadamente, con tacto y cautela, pues si alguien tiene la posibilidad de un porvenir amable paga mejor que aquél a quien le esperan desgracias.
La adivinación llegó a ser una ciencia para unos, para otros una religión o, al menos, parte de ella. Por este oficio pasaron magos y astrólogos, pero no fueron capaces de sobrevivir y darle un amplio sentido. Los magos derivaron en simples atracciones de salón y de circo, mientras que los astrólogos (que llegaron a ser consultados por monarcas y dictadores) fueron a parar con todo y sus huesos a las abominables revistas femeninas que invariablemente poseen una sección de horóscopos obvios y ramplones; los orgullosos astrónomos les dieron la puntilla y les propinaron la última humillación: dotados de sofisticados instrumentos captan mejor el movimiento de los astros y su influencia en nuestro planeta. El trabajo de la adivinación, pues, recayó de manera fundamental en las mujeres; en ellas se mantuvo por siglos esa noble tradición. Su fin lo causó la automatización. En París o en Nueva York, en las tiendas de diversiones y en las ferias suele haber una computadora, programada para predecir el futuro y manejada por una chica insulsa. No hay ninguna diferencia entre lo que decía una adivinadora y lo que señala una máquina, pero el maravilloso encanto que tenía el entrar en una especie de tienda oriental y encontrarse con una mujer misteriosa, disfrazada de gitana, de mirada enigmática, atenta a lo que sucedía dentro de una bola mágica, en la que estaban el pasado y el futuro de la gente, ningún artefacto podrá superarlo.
Los dioses
El oficio de dios fue muy socorrido en la antigüedad. Las viejas religiones tuvieron dioses por docenas, uno por cada actividad: la guerra, el trabajo, el arte… Con esta práctica todo el mundo resultaba beneficiado: uno se encomendaba al dios de su predilección y simpatías y a él le rendía culto; a su vez, la deidad tenía clientela fija, no muy grande, y por lo tanto podía atenderla satisfactoriamente. Tal fue la situación en las religiones que griegos, romanos o mexicanos disfrutaron en épocas ya distantes.
Sin embargo, parece ser que el politeísmo creaba demasiados problemas a la liturgia y exigía muchísimos sacerdotes; era necesaria la construcción de varios templos y de múltiples imágenes; además, solía suceder que algunos dioses eran olvidados mientras que otros recibían demasiada importancia. Como si esta situación fuera poca cosa, los dioses no eran perfectos, tenían pasiones humanas, aversiones y predilecciones. Por ello lentamente fue incubándose una idea titánica: crear religiones monoteístas. Se trataba de simplificar las cosas y mejorar a las deidades en cien por ciento. Para llevar a cabo la hazaña sumaron la totalidad de los dioses, y con sus cualidades y atributos reunidos resultó, en efecto, la perfección, el Dios absoluto y todopoderoso, la creación más acabada del hombre. Aunque los hindúes y los egipcios fueron los primeros en establecer algunos principios de tipo monoteísta, los judíos se encargaron de llevar a sus máximas consecuencias esta nueva vertiente religiosa para legarnos el cristianismo.
Desde hace dos mil años los cristianos —con sus ramificaciones— han abrumado a un solo y verdadero Dios. Algo semejante a lo que los musulmanes realizan con el pobre Alá, quien efectúa su milagrería sin ayuda, pues nadie debe olvidar que la deidad de los cristianos es en realidad tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que forman un Dios único y eterno, indivisible (Cfr. Credo de Atanasio).
El tiempo ha desgatado a las religiones y ahora nadie quiere ser dios, exponiéndose tal vez, a la crucifixión o a un martirio peor. La prueba es que aparecen muy pocas religiones y las que surgen apenas consiguen adeptos. Los dioses que restan se aburren en el Cielo. Las nuevas obras y los cambios ocurridos en el mundo no son obra suya sino producto de teorías materialistas y de las manos humanas. Es cierto, a los dioses todavía les quedan adeptos, fieles, pero no les ruegan o imploran, como antaño, pidiendo imposibles; simplemente les dirigen sus plegarias para salvar sus almas y así evitar el Infierno y el Purgatorio. Como se ve, los dioses ya no desempeñan un papel importante en la vida del hombre.
El oficio imposible
El zapatero que debe fabricar los zapatos para un ciempiés o las famosas botas de siete leguas.
Microrrelatos fantásticos *
*Tomados de los libros Fantasías en carrusel tomos I y II
Sus últimas lecturas
Solo y aterrado, en una noche lluviosa, falleció de un ataque cardiaco mientras leía. Alrededor del sillón de lectura estaban desparramadas las obras completas de Edgar Allan Poe, de H. P Lovecraft, de Bram Stoker. Durante el entierro, con muy escasa concurrencia, el orador fúnebre hizo notar que el muerto fue sin duda el más sensible crítico literario que jamás haya existido, un espíritu fino. Los crujidos del ataúd cuando era devorado por la tierra parecieron confirmar las palabras.
Reflexiones acerca de la obra de arte anónima
(Defensa innecesaria)
Cuando uno escucha música de compositores desconocidos o lee libros de escritores anónimos, se percata de lo insignificante que en realidad es el autor. Lo fundamental es la obra de arte en sí misma. Poco importa el que la firma, al menos en estética. De tal suerte que la duda sobre si Shakespeare existió o fue otro el que escribió los dramas, comedias y sonetos no es grave. Tampoco lo es que Homero fuera o no el padre de La Iliada y La Odisea. Grave sería que tales obras no hubiesen sido hechas. Más aún: ¿tiene acaso algún sentido buscar a los autores de leyendas y canciones populares, del Amadís de Gaula, del Lazarillo de Tormes y de La Canción de Roldán? La pregunta cae por su propio peso.
Lo único lamentable —si algo tenemos que lamentar— es el hecho de que hoy en día una persona escribe, pinta o confecciona música por el puro afán de sobrevivir a su muerte física. Un deseo natural de inmortalidad. Y en este campo, el del horror al final, la historia de la humanidad registra dos grupos: el más numeroso, los que aceptan la posibilidad de la vida ultraterrena, y los que, más inteligentes, se dedican al arte. Sin embargo, la firma en un cuadro o en las cubiertas de los libros es una ambición relativamente moderna. [En el caso de la música medieval o barroca anónima, todo se debe a un descuido de dos partes: el autor no tuvo la precaución de cerciorarse que su nombre acompañara al manuscrito y la historia, que es falible y poco seria, olvidó o tergiversó las cosas.] Para los hombres del pasado, en las culturas que algunos denominan primitivas y que no pertenecen a la ampulosidad occidental, los autores no contaban. ¿Quién ha visto una portentosa escultura maya, azteca o inca firmada, quién conoce a los creadores de la fabulosa música de las tribus africanas que tanto ha influido al mundo? ¿O quién se preocupa por los pintores desconocidos que en las pequeñas aldeas rusas y búlgaras dejaron iconos de gran belleza?
Por otra parte, en nuestro tiempo algo molesto sucede: en ocasiones, obras sin mucho valor ganan la celebridad a causa del prestigio de su autor. Algo injusto. Por ello insistimos: lo que debe importar es el resultado. El que un nombre se pierda en los tiempos no es tremendo. Lo terrible sería (es) que no se conservara la obra, el fruto. Los biógrafos de los artistas carecen de funciones trascendentes en la sociedad. Están de sobra. Sólo debemos aceptar a los que escuchan, leen y miran con profunda atención, reflexionando emocionados ante la perfección artística, sin conmoverse por la suerte del progenitor, que seguramente trabajó no por necesidad espiritual sino por simple egoísmo.
Sobre lobos
Durante buena parte del día estuvo atormentado por la frase que escuchó de su maestro: el lobo es un animal inútil. Él no estaba de acuerdo (¿pero cómo podría discutir un niño de siete años con el profesor?), especialmente porque en el zoológico había conocido uno: lo miró largo rato y sintió afecto por el prisionero que caminaba nerviosa y enérgicamente en un reducido espacio: se parecía muchísimo a su perro, a Buckson, el pastor alemán que jugueteaba y movía la cola cuando lo veía volver de la escuela.
Sólo que el lobo tenía aspecto triste y descuidado y su pelo no brillaba, de seguro nadie lo cepilla, por eso está así.
Cuando llegó a su casa ya estaban los padres. No quiso mantener sus dudas por más tiempo y las manifestó. El papá titubeó ante las preguntas y enseguida explicó a su hijo que nada en la naturaleza está de sobra y que todos los seres de la creación responden a una necesidad. El niño, como es normal, quedó insatisfecho. La madre lo comprendió y dijo: tus simpatías por el lobo son justificadas: si esta bestia no existiera no tendríamos tanta magnífica literatura infantil donde el villano es el lobo y los héroes son el pastor o unos cerditos, ni Prokofiev hubiese compuesto la música que te gusta ni existiría la bella leyenda de san Francisco de Asís. Después, el pequeño jugó con el perro y el resto del día no lo llamó por su nombre sino diciéndole lobo.
El vampiro literario
Las 12 de la noche. La luna estaba oculta tras nubes espesas y entonces la oscuridad aterraba. El vampiro abandonó su féretro en busca de víctimas que le proporcionaran alimento. Se puso su capa negra y avanzó hacia la biblioteca del gran castillo amurallado. Sus pies apenas tocaban el suelo, casi flotaba. Mostrando los colmillos marfilinos y agudos parecía sonreír. Era un espectáculo macabro que pocos hubieran resistido. Sus ojos rojizos brillaban en la noche y lo conducían hacia sus objetivos.
Ya en la biblioteca el monstruo infernal prendió la pequeña lámpara del escritorio y sin mayores trámites tomó libros de Cervantes, Shakespeare, Poe, Joyce, Kafka, Proust, Faulkner, Hemingway… y se dispuso a beberles la sangre para escribir su novela.
Borges y yo
En 1971 llegué a Buenos Aires. Entre los proyectos que me llevaban a esa magnífica ciudad estaba el de conocer personalmente a Jorge Luis Borges. Lo solicité y en uno o dos días me encontraba en la Biblioteca Nacional, situada en la calle México. Hasta ahí me había acompañado el poeta surrealista Aldo Pellegrini.
Jorge Luis Borges estaba en un amplio salón. De inmediato, y ya conociendo mi nacionalidad, me recibió con una inusitada catarata de elogios:
—Mexicano, junto a ustedes, los argentinos somos rústicos, aldeanos, primitivos, toscos, burdos, rudos… Su fineza y cultura…
Francamente desconcertado y sin olvidar que en términos generales los argentinos de aquellas épocas mal sabían del resto de la América Latina, lo interrumpí:
—Perdone, Borges, ¿a cuántos mexicanos ha conocido usted?
—Sólo a Reyes, mi maestro.
—Ah.
Borges y mi pasado
Mi pasado es borroso. Siento que, como dice Borges, “el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que recuerda un pasado ilusorio”. No obstante, haré el esfuerzo para reconstruirlo por completo, aunque siga siendo incierto.
Soñar o no
Soñar que uno sueña es algo tan común, trillado, que mucho ha servido a la literatura. Pero soñar que uno no sueña es algo distinto y quizá novedoso.
En una fiesta de intelectuales
Enseguida supe que era pintora: hablaba bien de los escritores.
Leer y escribir
Antes de iniciar la redacción de un libro es menester la lectura de muchos otros con el objeto de no encontrarse escribiendo una pésima versión de la Biblia o, peor todavía, de Don Quijote.
Civilización antigua
Aquélla fue una admirable cultura. Poco sabemos de ella. Por fortuna nos quedan restos de sus esculturas colosales y sobre todo las portentosas pirámides que construían comenzándolas por la punta.
Democracia literaria
Los conservadores suelen hablar del reino de la literatura; los demócratas prefieren utilizar la república de las letras.
La máquina de escribir
La máquina de escribir desplazó al bolígrafo del mismo modo que éste había eliminado a la pluma fuente y al lápiz y cómo estos acabaron con la pluma de ganso.
La máquina de escribir triunfó con rapidez, sin que nadie se percatara de tan innoble acción. Las secretarias y los escritores fueron los primeros en traicionar los métodos tradicionales para escribir. Hoy a ningún literato se le ocurre redactar una novela con pluma fuente, el editor se pondría furioso. Qué pena, los originales de los escritores ya no van a mano, con aquella letra que reflejaba estados de ánimo solapados en la creación y que a veces permitía a los grafólogos suponer el carácter del artista. Y no sólo padecemos esta tragedia, hay otra; la bella y romántica palabra manuscrito es un arcaísmo, ha sido sustituida por una de resonancias mecánicas: maquinuscrito.
Al parecer, la máquina de escribir tiene la batalla totalmente perdida, en especial cuando surgen artefactos cada vez más sofisticados, con memoria, varios tipos de letra, luz interior, corrector integrado, etcétera, o, lo que es peor, procesadoras y la Internet. Pese a esta abrumadora derrota, la pluma fuente de las obras maestras y el perfeccionamiento de la caligrafía: “el arte de escribir con hermosa letra”, sigue resistiéndose: su última trinchera es la firma de documentos y las cartas de amor (ningún joven se atrevería a poner sus confesiones y poemas con una perfecta, impecable y deshumanizada letra a máquina). E aquí donde reside el valor de una pluma; no importa cuánto esfuerzo haga una persona por descifrar la palabra manuscrita, es preferible a la frialdad de una máquina de escribir, en la que no aparecen los rasgos nerviosos de un enamorado. En este punto pido perdón a mi máquina (eléctrica y de modelo avanzado): me ha permitido escribir cientos de páginas y yo encomio los antiguos rasgos sobre el papel. Hombre del siglo xx, padezco las nostalgias del oficio.
El más riguroso de los novelistas
Durante casi treinta años el escritor se preparó para redactar su obra maestra. Al cabo de ese tiempo —y al cumplir los setenta— había tomado millones de apuntes en miles de cuadernos y libretas. Su casa estaba repleta de aquella portentosa materia prima para su novela. Allí había anotado cuidadosamente anécdotas, observaciones, diálogos, monólogos internos, descripciones y toda clase de datos para el libro. Con ese bagaje superaría a Cervantes, a Scott, a Dumas, a Balzac, a Proust…
Era, en efecto, un día especial. Como pudo, entre aquellas colosales montañas de papel, sólo contenidas por el techo y en precario equilibrio, llegó hasta su escritorio. Tomó asiento frente a la máquina y el teclear con pasión y entusiasmo hizo que aquellas pilas de cuadernos y libretas se derrumbaran aplastando el frágil cuerpo: la muerte fue instantánea, sepultado por sus notas literarias.
Un autógrafo
El joven escritor Rodolfo Bucio iba por las calles de París, contemplándolas. Era su primer viaje a esta ciudad y deseaba retenerla en los menores detalles para unas notas autobiográficas o tal vez un cuento. Miraba con curiosidad a las personas. De entre quienes caminaban por Champs Elysées hacia Place de la Concorde, destacaba una: la miró fijamente: ¡recórcholis, si es García Márquez! Había ocurrido un milagro. Recordó un artículo en donde el célebre colombiano relataba su distante y fugaz encuentro con Hemingway en el Quartier Latin. La historia se repetía. Sólo que en la versión original no hubo contacto entre ambos narradores y ahora no podía fallar, pues marchaba directo hacia el punto de coincidencia.
Bucio había leído varias veces las obras completas de García Márquez; a no dudarlo era su autor favorito, tenía los muros de su casa tapizados con fotos del premio Nobel de literatura y en ese momento estaba a punto de decirle: Disculpe, maestro, soy un escritor mexicano que apenas comienza, lo admiro; tengo sus libros en primeras ediciones y recorto sus artículos y entrevistas. Y Gabriel García Márquez, entre molesto y modesto porque alguien interrumpía su camino hacia el Palais de l’Elysée, con ganas de deshacerse del joven le daría las gracias por aquella “inmerecida” pasión, para, en seguida, reemprender la ruta.
Así fue como Rodolfo Bucio lo imaginó y así fue como sucedió en aquella esquina de la avenida más famosa del mundo con rue du Colisée. Antes de que García Márquez prosiguiera su andar, Bucio rogó: Maestro, deme su autógrafo, al tiempo que buscaba papel o algo para que le estampara la firma. Nada, ni el pasaporte. El colombiano, a su vez, e igual que el mexicano, no traía pluma fuente o bolígrafo. A esas horas de la tarde ya los comercios estaban cerrando, la gente desaparecía por las estaciones del metro y Gabo, como le dicen sus amigos, comenzaba a mostrar impaciencia: Miterrand lo esperaba a cenar junto con Julio Cortázar.
Rodolfo Bucio, angustiado, le suplicó: Por favor, ya que no existe forma de escribir unas líneas, aunque sea díctemelas, las retendré en la memoria. García Márquez, acostumbrado a toda suerte de peticiones y contemplando su reloj (llevaba como buen latinoamericano un retraso de quince minutos), accedió. El joven narrador le proporcionó su nombre y escuchó: Afectuosamente para Rodolfo Bucio en este encuentro del tercer mundo y sin armas para escribir. París, el mes y el año. Con la mano hizo el ademán de firmar. Luego, se fue corriendo rumbo a su cita.
Bucio disfrutó más su viaje, recordaba el maravilloso encuentro y ahora pensaba en la posibilidad de toparse con Borges, otro amor literario. En previsión, llevaba una pluma Mont Blanc, un ejemplar de la Historia universal de la infamia y un número preparado: Maestro, diez años de intensa admiración, en el momento caía de rodillas y se aferraba a las piernas y al bastón del escritor porteño.
Cuando regresó a México, Bucio fue corriendo a buscar a sus compañeros de taller literario y les narró su buena suerte. Mostraba la primera edición de Cien años de soledad y bordaba sobre su conversación con García Márquez, añadiéndole algunas frases. Para probar la anécdota abrió el libro en la segunda hoja y leyó la dedicatoria que llevaba escrita en su memoria.
El peor de los oficios
Desde niño tenía tal ansiedad por terminar los trabajos que sus padres dejaban a propósito inconclusos para que él les diera el toque final, sin imaginar que esa febril actividad sería su desgracia.
Ya mayor y en posesión de una amplia y disparatada cultura se dedicó a terminar obras que autores literarios, musicales, arquitectos y científicos no pudieron acabar porque la muerte, la enfermedad o la incomprensión lo impidió. Principió con el caso más célebre, La inconclusa de Schubert: después de profundizar en materia musical escribió el último movimiento molto allegro. Y casi de inmediato concluyó su versión de Turandot de Puccini. No los aceptó ningún director. Sin embargo, esto no lo desalentó: buscó literatura inacabada, devoró el estilo de los autores y concluyó, entre otras, La Eneida de Virgilio, Las almas muertas de Gogol, Los cuarenta y cinco de Alejandro Dumas y varias obras de Kafka. Tampoco los editores se interesaron por su trabajo. No lo sofocó el desánimo. Siguió concluyendo tareas: pintó la cabeza de Jesús en una tela que sería el toque final de La última cena de Leonardo y con relativa facilidad hizo el boceto para dejar lista La batalla de Cascina de Miguel Ángel. A pesar de que en Roma no lo recibieron con sus proyectos, continuaba pensando en qué obras estaban por ahí sin terminar (La Sagrada Familia de Gaudí, ¡Viva México! de Eisenstein, El Capital de Marx, las obras completas de Hegel, etcétera, etcétera) y llegó el día, después de muchísimos años, en que todo parecía agotado: había escrito trozos musicales, capítulos de novelas, versos, pintado lienzos, esculpido mármoles y diseñado planos. Su desesperación llegaba al límite de la locura. Registraba archivos y bibliotecas. Tenía que seguir con el duro y escasamente comprendido oficio de concluir obras, no importaba que nadie le hiciera caso, alguna vez —y estaba seguro de ello— la humanidad reconocería su genio y entonces ninguna obra estaría inconclusa. Sólo llegando al final de este camino el hombre tendría una idea completa de su grandeza.
Transcurrieron los años, se hizo viejo. Su gran mansión, heredada de sus padres, era un inmenso almacén de obras y proyectos en donde él mismo apenas podía trabajar. Llegó el momento en que sus últimos familiares, en un acceso de generosidad y quizás para apropiarse de la residencia, lo enviaron al manicomio. Justo a tiempo: el genio había recordado que el hombre, obra de Dios, era imperfecto, por lo tanto no estaba terminado y por esa razón proyectaba eliminar a todos los seres humanos y comenzar de nuevo para conseguir el hombre perfecto, acabado.
Melomanía
Para Jorge Velazco
Uno puede escuchar la sinfonía, el concierto, la ópera, cuartetos perfectos merced a la tecnología. El disco o la cinta de calidad llegan a nuestro poder sin defecto: ninguna nota desafinada, ningún error. Las imperfecciones han sido suprimidas en el laboratorio. Ya en casa, un aparato sofisticado nos permite graduar los sonidos a placer: subir el volumen, mejorar los agudos, suavizar los graves, eliminar cualquier intromisión. En otras palabras, tenemos acceso a una función perfecta o mejorada, según nuestras aficiones. Sin embargo, se trata de un hecho frío y carente de sentido, pues no existe sustituto de la sala de conciertos. Allí, la emoción de oír y ver a la orquesta, al director, al solista, de sentir las pasiones que transmite cada ejecutante, nos permite comprender que estamos en el mejor sitio del mundo para escuchar música.
Música y morbo
Si aquel célebre pianista Leonardo Pennario, el de los años dorados del cursi Hollywood Bowi, supiera los juegos de palabras obscenas que en castellano pueden ser hechos con su apellido por las personas de ingenio morboso, ¿hubiese permitido que los discos con su música circularan entre nosotros? O peor todavía: ¿habría sido capaz de tocar el Pájaro de fuego o la Suite Bergamasque?
Los libros musicales
Toda mi vida —quizá influido por la cinematografía— he querido escribir una novela o un cuento con música de fondo. De tal modo, en tanto el lector sigue la trama, la música estimula sus sentimientos y pasiones. Si lo consiguiera, ganarían dos artes: la literatura y, desde luego, la música, recuperando de este modo el prestigio perdido ante los espectáculos como el cine y la televisión.
Recuerdo que Alejo Carpentier proponía con su buen humor habitual leer un texto con música de fondo. Escuchar, por ejemplo, una marcha militar mientras se lee un relato de guerra. Pero ésa ya es una idea generalizada y fácil, de hecho diversos lectores suelen practicarla al poner un disco con su música favorita al arrancar la lectura. El resultado es desolador: la música no coincide con el libro sino con las aficiones de un lector irrespetuoso que no sabe que se trata, en este caso, de dos artes separadas, de méritos distintos. Mi idea va más allá. Uno, al abrir el libro de literatura, debe escuchar música: primero la introducción, enseguida las notas correspondientes a cada uno de los capítulos o párrafos. Lenta y suave o fuerte y violenta, según el caso de lo que se narra. La pregunta es cómo lograr la revolucionaria hazaña, aquélla que sin duda aumentaría el número de lectores: de miles a millones y millones.
Supongo que hablaríamos de un libro complicado o inteligente, que al abrirlo se pone en marcha un mecanismo musical que sigue gracias a una diminuta computadora la acción, tal como sucede en un filme. No encuentro otro antecedente —probablemente vago y remoto— que la cajita de música. Con una ventaja adicional, el trabajo del compositor estaría por completo ligado al del literato en beneficio no del simple lector y, perdón por la petulancia, sino de la mismísima humanidad.
En algunos casos —pienso— el libro podría tener música de autores clásicos como Mozart o Wagner o tal vez popular de grandes orquestas, Miller y Benny Goodman, rock and roll o música especialmente escrita para el poema o la novela. Sin embargo, mientras trabajo en el proyecto algo me preocupa —más como ingeniero que como literato—: ¿y si el lector no se adentra en la lectura y utiliza el libro abierto como una suerte de radio o de tocadiscos, sólo para escuchar la música o, y esto es aún más aterrador, para bailar? Dejaría de lado lo que a mi juicio es la parte sustantiva, la literatura, pues debo confesar que, con el debido respeto a la música, he preferido la poesía y la prosa narrativa, el arte de las palabras. Por otro lado, mis afanes científicos o técnicos son resultado de una carrera que concluí sin mayor vocación.
He consultado mi proyecto con directores de orquesta y simples melómanos y todos me han respondido con escepticismo o con ironía apenas disfrazada. Pese a ello no cejaré en el intento. Ayer ya logré un libro rudimentario, quizá demasiado grueso y tosco, donde inserté una maquinaria que se pone en movimiento cuando es abierta la primera página. Trataré que sea menos voluminoso y pesado; espero, asimismo, fabricar un dispositivo altamente sensible para que cuando los ojos se posen en el inicio de la historia, en las primeras palabras, comience la música y cada vez que el lector suspenda la lectura, las notas se detengan. Trabajo con un entusiasmo sólo controlado por los severos horarios del hospital donde estoy recluido.
Trabajo asegurado
Al morir, los arpistas van directamente al Cielo, en donde nunca padecen desempleo.
Franz Kafka
Al despertar Franz Kafka una mañana, tras un sueño intranquilo, se dirigió hacia el espejo y horrorizado pudo comprobar que
a, seguía siendo Kafka
b, no estaba convertido en un monstruoso insecto
c, su figura era todavía humana.
Seleccione el final que más le agrade marcándolo con una equis.
Cartelera cinematográfica
Lanza rota
Es la historia de un cowboy que trata de evitar una sangrienta guerra entre indios y blancos, matando a los primeros.
Corrección cinematográfica
Cuando el aterrado público esperaba ver al inmenso King-Kong tomar entre sus manazas a la hermosa Fay Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla y, pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles neoyorkinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos —y sin comprar boleto—, con toda fiereza, destrozando butacas y matando espectadores, se introdujo en el filme y una vez dentro ansiosamente buscó a su verdadero amor: Chita.
Fenómeno social
Todos los monstruos que la historia, literaria o cinematográfica, registra, son patéticos casos de soledad y desadaptación, seres solitarios en un mundo agresivo. No veo la razón por cual un Frankenstein o un Drácula o un hombre lobo puedan causar temor. Mueven a compasión, son marginados sociales a los que, en lugar de destruir, deberíamos rehabilitar.
El interior de mi cabeza
Mi cabeza ha sido radiografiada.* Adentro, según pude ver, hay muchas palabras. Ojalá consiguieran salir con orden, narrando cuentos y novelas; aunque, a decir verdad, lo dudo, no es fácil. Hubiese preferido no ver el interior de mi cabeza y seguir en calidad de oficinista.
*Apollinaire
Picasso
Cariñosamente para Augusto
El artista trabajaba intensamente, como de costumbre, con esa vitalidad que lo caracterizaba. La hermosa modelo se desnudó y se puso en la posición solicitada por Picasso.
Era una mañana de verano, el calor lo estimulaba. Buscó el rojo, el azul marino, el verde más fuerte y un pincel grueso para los trazos violentos y eróticos. Acercándose a la mujer procedió a pintar su cuerpo con símbolos sexuales en sorprendentes combinaciones de colores y formas. Horas después había concluido: la obra era perfecta; firmó en el muslo izquierdo y de inmediato mandó enmarcarla para su exhibición.
El realismo de Kandinsky
Las cosas están invertidas: el realismo es antinatural, el arte abstracto proviene de la Naturaleza y, en consecuencia, es natural. Basta ver un atardecer donde las nubes jueguen con los rayos solares o asomarse a un microscopio para comprobarlo.
Ante una obra de arte
—Es quizá una de las más bellas obras de Rivera —dijo el primer crítico de arte.
—Sí —prosiguió el segundo—, pero ésta tiene simbolismos más sofisticados que jamás usó. Por ejemplo, ese punto entre los obreros enajenados y la figura del industrial.
—Cierto, tienes razón —intervino un tercer crítico—. No lo había observado en mis viajes anteriores. Significa sin lugar a dudas la lucha de clases. El motor de la historia.
Otro señaló de modo contundente:
—Es la contradicción principal. No olvidemos que es una obra pintada en el país del imperialismo y que la censura y la represión tenían que ser burladas con alegorías no tan obvias. Al mismo tiempo es un homenaje a Kandinsky
—¡Por supuesto, ésa es la explicación! —concluyeron al unísono los críticos, justo en el momento en que el punto se alejaba volando del mural.
Detroit, febrero 10, 1986.
Viaje al futuro
No supo con precisión cómo llegó hasta su casa la prodigiosa máquina del tiempo de Wells. Tampoco era lo suficientemente inquieto como para tomarse la molestia de averiguar el origen del milagro. Primero se aterrorizó y luego, en un momento de coraje, decidió utilizarla. Su manejo era relativamente fácil, sin embargo fue cauteloso y no la puso a funcionar hasta que estuvo seguro de su control. No deseaba más que hacer un viaje, uno sólo, para satisfacer su curiosidad. Trataría de ir al futuro para contemplarse como un anciano.
Así lo hizo. Puso la máquina en movimiento y fue al año en que estaba viejo. Cuando llegó al futuro no tuvo la ocurrencia de contemplar los avances de la ciencia o del arte, nada quiso saber de la historia transcurrida en ese lapso, únicamente le preocupaba él.
Y regresó tranquilo cuando supo que se jubilaría y viviría de una pensión más o menos decorosa, rodeado de nietos. Satisfecho, el pobre diablo arrumbó la máquina del tiempo y nunca más volvió a usarla.
Wells y Einstein
Aquel científico necesitaba saber qué sucedería si en la máquina del tiempo retrocedía al momento en que sus padres estaban por conocerse e impedía la relación.
Apareció en esa época sin mayores dificultades. Un joven llegaba al pueblo en donde el destino le deparaba una esposa. De inmediato supo quién era. No en balde había visto fotografías del viejo álbum familiar. Lo que hizo a continuación fue relativamente sencillo: convencer a su padre de que allí no estaba el futuro, de que mejor fuera a una gran ciudad en busca de fortuna. Y para cerciorarse lo acompañó a la estación de ferrocarril. Se despidieron y mientras desde la ventanilla una mano se agitaba, el riguroso investigador sintió cómo poco a poco se desvanecía hasta convertirse en nada.
El primer autobús de la historia
Según Georges Mélies, la ballena no es un temible monstruo sino un simple autobús marino. Juan José Arreola acepta la idea y va más lejos. En su cuento “De un viajero”, un desconocido, en el vientre del enorme cetáceo, se dirige a Jonás: “—Mucho me temo que ha tomado usted la ballena equivocada…” Y, si consideramos que finalmente el hombre descendió en una tranquila playa, sano y salvo, la versión es correcta y sería entonces indispensable aceptar que Geppetto, creador y padre de Pinocho, que también utilizó a una ballena como transporte, no fue devorado.
Lo anterior nos lleva a una conclusión contundente: Moby Dick no era la bestia que Melville relata, era tan sólo un inmenso colectivo que pretendía ponerse al servicio de cientos de marineros.
Cinematográficas (I)
Entre la caballería y John Wayne —quienes seguían al pie de la letra el célebre consejo del general Sheridan: el único bueno es el indio muerto—, los pieles rojas de utilería fueron liquidados por villanos. El asunto no es grave: tal vez con la excepción del padre indio de Dustin Hoffman en Pequeño gran hombre, que efectivamente era indígena, todos los papeles de sioux, de navajos, de cheyennes o de cherokees fueron concedidos a actores blancos. De alguna manera su muerte fue una especie de venganza nativa. Si bien en la vida real el ejército y los colonos casi exterminaron a los indios, en la cinematografía los pieles rojas abatidos eran blancos maquillados, es decir, vulgares caras pálidas.
Cinematográficas (II)
La cinematografía internacional, sobre todo la norteamericana, ha contribuido en no poca medida a mis deformaciones literarias. Ahora, cada vez que releo La Odisea de Homero o Espartaco de Howard Fast o El viejo y el mar de Hemingway o Hamlet de Shakespeare o El jugador de Dostoievski o Las viñas de la ira de John Steinbeck o Los miserables de Victor Hugo o el Doctor Zhivago de Pasternak o Desayuno en Tiffany´s de Truman Capote o El gran Gatsby de Fitzgerald, digamos, pienso respectivamente en Kirk Douglas, en Spencer Tracy, en Laurence Olivier, en Gerard Philipe, en Henry Fonda, en Jean Gabin, en Omar Sharif, en Audrey Hepburn y George Peppard, en Robert Redford. Así las cosas, uno ya no puede disfrutar un buen libro. El cine, en este aspecto, nos atrofia. La solución probablemente sea no ver novelas convertidas en guiones cinematográficos, menos si el papel principal corresponde a Charlton Heston (remember The Cid). El lenguaje literario no puede ser sustituido por otro ni darle un rostro fijo a los personajes; cada lector, siguiendo los datos que el autor le dio, debe concederle las características físicas que desee. Lo demás, es atentar contra la imaginación.
Cinematográficas (III)
Y para interpretar con mayor realismo el papel del monstruo de Frankenstein, el director del filme contrató al mismísimo monstruo.
Su actuación, contra lo esperado, fue pésima, pero obtuvo un Oscar por mejor maquillaje.
Egipto antes de Hollywood
I
Cleopatra, tan bella o más que Nefertiti y Nefertari, peinaba sus sedosos cabellos con suaves movimientos reales. Se miró en el espejo de acero bruñido. Con esa soberbia hermosura, y su talento político añadido, llevó a cabo sus más audaces ambiciones de poder: dominar Egipto y conquistar a la orgullosa Roma. De pronto, detuvo el peinado y se concentró en su propio rostro. Dijo para sus adentros: Cada día me parezco más a Elizabeth Taylor.
II
Por la tarde, la atención de Cleopatra en un proyecto para edificar un gran templo no lejos de Alejandría, fue rota por una sirvienta para avisarle que se acercaba Marco Antonio. Corrió entusiasmada a un balcón: en efecto, allí estaba con la gallardía de un omnipotente emperador y de un perfecto dios romano. En la medida en que se acercaba al palacio, la reina pensaba en la prodigiosa semejanza de Marco Antonio con Richard Burton.
Literarias
Todo tiempo en la novela es pasado, ha dicho un crítico. Entonces, para ser originales y no caer en su afirmación, hagamos una novela cuya acción transcurra en el futuro y sea contada desde el futuro de ese futuro.
Los escritores invariablemente buscan la originalidad, lo novedoso. Pero ¿qué sucedería si construyéramos una novela o un cuento donde el peso lo tuvieran los lugares comunes, las frases hechas, los temas convencionales y las estructuras corrientes? Tal vez estaríamos frente a una obra innovadora después de leer tanta literatura singular.
El inevitable futuro
Por libros y filmes de ciencia ficción sabemos que lo peor del futuro es no poder evitarlo. Si mañana voy a matar a alguien y por alguna razón puedo anticiparlo, de nada servirá que trate de impedirlo: al día siguiente seré indefectiblemente un asesino.
Precocidad y genio
Mozart revolucionó la música antes de los treinta años, Schubert necesitó otros tantos para dejar una huella indeleble, Radiguet a los veinte había escrito El diablo en el cuerpo, Rimbaud a los diecinueve, y con una obra perfecta detrás (Las iluminaciones, Una temporada en el inferno…), renuncia para siempre a la literatura, Napoleón Bonaparte era Primer Cónsul a los treinta, Bolívar entró en Caracas para ser proclamado Libertador a esa misma edad, a los treinta y seis Modigliani se suicidó, a los treinta y dos Ernesto Guevara hablaba por la Revolución cubana y Alejandro Magno falleció a los treinta y tres luego de haber conquistado el mundo de su época. En cambio, don Luis Longoria y Silva requirió de más de setenta años (quince de estudios y treinta y cinco de burocracia) para realizar su obra: al morir dejó siete hijos (tres vendedores y cuatro amas de casa), once nietos, un departamento y una casita de campo. En vida nunca reparó en que su única aportación a la humanidad fue la de aumentar su número.
Obras completas
Llegó a ser un escritor tan importante y famoso que al publicar sus obras completas comenzó (Primeros trabajos) con sus ejercicios caligráficos.
Dentro de los libros
Yo al libro siempre su voz he de oír pues me ha enseñado a sentir, y me ha inducido a cantar.
Rubén Darío
Los libros han sido mi única y más fiel compañía. No sólo los leo y releo, hablo con ellos, los acaricio, cuidadosamente los despojo del polvo, jamás los maltrato, escribo discretos comentarios marginales y suelo guardar cosas que deseo conservar entre sus páginas. Así, por ejemplo, en El Capital he puesto mi carnet del desaparecido Partido Comunista y, como paradoja, los billetes que por su belleza llamaron mi curiosidad. En La Biblia está la invitación a mi primera comunión. En La madre, coloqué la última carta que me escribiera mi abuela. En Madame Bovary guardo dos o tres misivas de amor de alguien que llevaba el nombre de Emma. Obvio es decirlo, dentro de Ana Karenina están las líneas que me pusiera una bella joven del mismo nombre. El itinerario de mi padre en su recorrido por diversas partes de Europa y América, señalado en un mapa de Wagons-lits-Cook, luego de abandonar a mi madre, está conservado en las obras de Humboldt y sus tarjetas postales las distribuí entre los Viajes de Gulliver y los libros de Rider Haggard. Para la felicitación de un político encumbrado no hallé mejor sitio que el Fouché de Stefan Zweig. La Historia mundial del cine de Georges Sadoul me fue útil para preservar fotografías de Marlon Brando, Kim Novack, Chaplin y Lana Turner. (A veces quedan cosas inexplicables, fuera de lógica: no hace mucho tiempo encontré en Cómo escuchar la música de Aaron Copland un par de hojas con el discurso de Bruto de Julio César de Shakespeare.) Únicamente ha quedado fuera la nota donde lamentas mi muerte. Dónde tendrá cabida, ¿en alguna novela de fantasmas?
Pequeño Avilés ilustrado
Famoso, Sa, adj. (lat. famosus). Persona que llega a la celebridad sin necesidad de autopromoverse.
Refrán
De lo prohibido, lo que aparezca.
Definición periodística
El periodismo es literatura rápida.
Parlamento de Richard Gere en La novia fugitiva
Lugar común
El mayor lugar común en la literatura es exactamente el combate al lugar común.
El juicio
Los responsables fueron apresados, juzgados y condenados. Ninguna de las pruebas presentadas por el abogado defensor pudo salvarlos de la prisión. Su delito —haber masacrado a Wagner— los condujo directo a la cárcel. Iban encabezados por el criminal director; de la orquesta sólo se salvaron dos violines y un oboísta, a quienes el jurado, integrado por críticos musicales, encontró inocentes durante aquella lamentable sesión musical que desafinó brutalmente.
Isadora
La célebre Isadora Duncan compadecía y despreciaba a las bailarinas de ballet. Le parecía una truculencia el que apenas comieran, no bebieran alcohol y estuvieran sometidas a un trabajo riguroso. Tampoco estaba de acuerdo con las puntas. Nadie camina así, decía enfática. La danza clásica es antinatural. Pero dejaba de lado un hecho: en arte, nada es natural, sus grandes resultados son justamente lo contrario. El escritor consigue un notable estilo violando las reglas gramaticales y el músico destruye la armonía convencional para obtener una sinfonía novedosa. Tal vez por ello las bailarinas de ballet han sobrevivido y su arte goza de buena salud en todo el orbe, porque inalterablemente han ido contra natura, —mientras que Isadora es más recordada como pieza de un museo demencial y exótico de un siglo que finalizaba con mansa quietud y otro que comenzaba violento e impetuoso rompiendo moldes y normas. Durante este momento histórico predominó lo extraño, lo raro, y cualquier golpe de audacia, dentro de una época aún victoriana, era sorprendente. El producto de tal choque parecía un fenómeno estético de enorme mérito.
Que alguien bailara descalza con una ridícula túnica griega y fuera capaz de meter en un mismo saco artístico a La marsellesa y El Danubio azul con Wagner, Gluck, Chopin y Beethoven no significó una revolución en la danza, sino una sorpresa para públicos decadentes ávidos de eventos insólitos, y una joven californiana, descendiente de irlandeses que amaba lo griego con pasión, los brindó a raudales. Isadora es hoy recordada más con morbo a causa de sus escándalos y amoríos tormentosos. De su escuela sólo quedaron anécdotas para culturas ramplonas. En todo caso, lo que Isadora consiguió imponer no fue su arte, sino su inmensa personalidad. Una conducta ruidosa y desordenada que saludaba el advenimiento de una nueva etapa.
Escribo estas líneas con la mirada de Esenin sobre mí: proviene de una hermosa fotografía que del poeta ruso conservo en la oficina. Como Singer y como Craig, Sergei Esenin fue amante de Isadora, con quien corrió largas y estrepitosas juergas. La bailarina, que padeció una enorme confusión en materia política, lo calificó como el poeta de la Revolución rusa, título que la posteridad le ha dado sin reservas a Mayakovski, por más que el marxista Isaac Deutscher se lo haya regateado. Esenin prefirió cantarle al amor, a la campiña rusa y muy poco o nada se refirió a las grandes hazañas que los bolcheviques llevaban a cabo y mucho menos festejó el surgimiento de máquinas que supuestamente liberarían al hombre de sus tareas manuales.
Finalmente Isadora, al morir de manera trágica y relativamente joven, pudo cerrar su leyenda de modo magnífico. Para su desgracia, nunca tuvo la grandeza de los temas que amaba: ni fue personaje de Homero o de Esquilo ni lo fue de Wagner. Fue su propia creación.
Apuntes sobre la supervivencia de los vampiros
Sin duda un problema importante que aparece en todo ser animado es el de la supervivencia. Muchas teorías se han escrito al respecto y mucho se escribe aún. Cada especie busca formas novedosas para perpetuarse: así ha surgido la evolución, una evolución cada vez más compleja y avanzada. De cualquier manera, se trata de una simple lucha por la existencia y al efectuarla aparece un cambio. Según Darwin, en la batalla por sobrevivir y acomodarse al medio ambiente sólo triunfan los mejor dotados y las especies que subsisten heredan a su descendencia las características de la mutación y éstas se acentúan a través de las generaciones exitosas. Tal vez el caso más curioso sea el de los vampiros. Desde que aparecieron sobre la tierra han sido brutalmente perseguidos (como los hechiceros y las brujas). El temor que inspiran sus actos, sus aficiones gastronómicas y sus deseos eróticos trocan el miedo en odio mortal: por siglos han sido buscados con finalidades de exterminio. Pero los vampiros pudieron escapar a las cacerías. ¿Cuál es el secreto? Muy sencillo. La mayoría de ellos tenía facultades miméticas y aun transformistas. Por ejemplo, podían cambiar de un estado a otro, convertirse en humo o en mamífero quiróptero. Y si eran capaces de tales actos, también lo serían para adquirir formas más sutiles que les permitieran imponerse a sus perseguidores. Así, decidieron modificarse radicalmente en cuanto a sustancia, peso, estructura, y se hicieron mosquitos. Ahora los vampiros permanecen victoriosos ante los cuerpos inermes de sus enemigos tradicionales: los hombres que, en efecto, han inventado muchísimos productos para eliminarlos sin lograr resultados positivos, pues los mosquitos se reproducen por miles y miles (con ciertos requisitos climáticos). Su principal triunfo es que el ser humano no se ha percatado de la metamorfosis; además, finalmente, no le importa perder unas cuantas diminutas gotas de sangre, mientras que al vampiro, dadas sus proporciones actuales, no sólo le bastan sino que hasta lo engordan.
En tierras del vampiro
…Drácula no ha muerto del todo, y resucita entre las tinieblas.
François truchaud
En un lugar no lejano de la célebre Transilvania (donde nació, asesinó y falleció el conde Drácula), al pie de los Cárpatos, existe un pueblo que cultiva con esmero las leyendas: son su historia y su realidad. Y las actividades cotidianas tienen mucho que ver con esas tradiciones que los niños aprenden y respetan desde los primeros años. La superstición más importante (eje de su vida) es la que prevé la resurrección de Drácula, quien regresará del más allá para nuevamente aterrorizar y desangrar a los pacíficos lugareños. Esta creencia es de sólido andamiaje: ¿acaso no volvió Lázaro de entre los muertos y Jesús no “resucitó al tercer día”? Por qué razón, entonces, dudar de los poderes del vampiro. A causa de ello la población se preparó para enfrentar su abominable retorno mediante una idea salvadora: crear un banco de sangre donde los habitantes mayores de quince años tienen la obligación de depositar cierta cantidad semanaria de líquido vital. De este modo, cuando el temible suceso ocurra, tendrá el volumen necesario para satisfacer el voraz apetito del monstruo. Con tal solución, cualquiera podrá salir por las noches a la calle sin temor o dejar abiertas sus ventanas (aunque algunas personas, menos optimistas o más miedosas, sugieran que cada noctámbulo lleve consigo una botella con dos o tres litros de sangre para ofrecérsela al abyecto ser en caso de súbita aparición: bien podría suceder que su hambre le impida llegar al banco y se detenga ante una suculenta yugular).* A cambio del alimento, las autoridades propondrán al conde Drácula un trato razonable y equitativo en el que fincan el progreso económico del pueblo: su autorización para que durante el día, mientras descansa del festín sanguíneo, su féretro abierto sea expuesto a la curiosidad turística.
* Los anémicos y los sidosos pueden deambular despreocupadamente, mientras lleven un letrero que así lo indique.
El vampiro fallece
Nunca pensaron que el vampiro muriera así. Los intentos para destruirle habían fracasado estrepitosamente: ajos, hostias, crucifijos, estacas de madera: todo fue inútil. El vampiro adquirió tanta y tanta confianza que en cuanto oscurecía lanzaba su siniestra figura por las calles y bebía la sangre de las mujeres más jóvenes y hermosas que hallaba al paso. Lo hacía con sensual deleite, gozando ininterrumpidamente hasta que el cuerpo de las víctimas quedaba sin vida. Una vez vacías, eran para él como envases desechables.
Como nadie pudo descubrir el sitio donde se ocultaba durante el día, las posibilidades de acabar con el vampiro eran remotas. Y por si esto fuera poco, siempre se las ingeniaba para despojar a la gente de las defensas que traía, dejándola inerme. Hubo un momento en que la aterrorizada población concibió la idea de proporcionarle alimento gratis al monstruo: una mujer distinta cada noche, previamente seleccionada por la suerte. Al menos así, el resto de los habitantes podría dormir sin el pavoroso miedo a la nube de vapor que en segundos se materializaba ante su presa y poco después la dejaba exangüe, con dos marcas pequeñas en la garganta; sin la terrible sensación que producían sus ojos enrojecidos, su aliento fétido y los blancos colmillos. El vampiro tácitamente accedió y durante un tiempo del ataúd volaba al sitio donde permanecía su comida: un cuerpo femenino con sangre fresca. Qué triunfo: había conseguido una especie de supermercado sanguíneo, al que iba cuando le daba la gana o cuando el apetito lo exigía: goloso, se regodeaba dejando secas a sus víctimas. Al punto de la momificación.
De pronto el vampiro desapareció. Nadie imaginaba por qué razones misteriosas las mujeres amanecían intactas, eso sí, con crisis nerviosa a causa de la espera angustiante. La respuesta fue dada cuando, meses después, hallaron por accidente el féretro en el que yacían los restos (polvo) del que asolara la región. A los especialistas en vampiros no les costó mucho trabajo descubrir el origen de la muerte del monstruo: el último banquete lo condujo directo al más allá. Zonzo: quién le mandó chuparle la sangre a una leucémica.
Noticia especial para esta narración: el hombre lobo irrumpió en una importante ciudad europea; en la primera noche de luna llena en vano buscó a quién destrozarle la yugular, porque la gente se movía en festivos grupos; además el alumbrado público y los anuncios neón lo desconcertaban. Noctámbulos ebrios lo insultaban, hacían bromas sobre su aspecto de prófugo cinematográfico y sobre la falta de una buena rasuradora eléctrica. Localizando refugio a su furia aterrada, se metió en una caverna que resultó túnel del metro. Un rayo de luz y un golpazo inmenso fueron lo último que registraron sus sentidos. Luego de muchos esfuerzos lograron sacarlo de ahí: el pobre hombre lobo no era sino una masa informe y sanguinolenta. Su dentista logró identificarlo —trámites de rutina— gracias a los colmillos postizos que él mismo le puso. Desde entonces, se sabe por fuentes fidedignas, Frankenstein no ha vuelto a salir de las páginas de la Shelley, tratando de conservar el poco respeto que aún inspira.
El alimento del vampiro
Eran más de las 12 de la noche, la hora de los fantasmas, de los espíritus, de las almas en pena. El vampiro hacía deambular lúgubremente su negra silueta por las calles del poblado. Iba como si estuviera ebrio; en realidad estaba débil y sentía que la capa pesaba enormidades: era incapaz de convertirse en murciélago y desplazarse volando. Cuando encontraba algún trasnochador sus ojos brillaban de esperanza y de inmediato lo inspeccionaba. Y ante los resultados, el vampiro de rostro pálido y colmillos poco amenazadores se ponía más triste, más desconsolado, y su apetito iba en aumento. El pobre monstruo se veía perdido en aquel mundo del siglo XXIII, donde él parecía ser el último humano en una tierra habitada por autómatas y robots.
Los fantasmas y yo
Siempre estuve acosado por el temor a los fantasmas, hasta que distraídamente pasé de una habitación a otra sin utilizar los medios comunes.
De fantasmas
Para Juan Carlos Ghiano con admiración
Un fantasma es simplemente una sombra animada por vida propia, una sombra que no proyecta sombra, que se desliza de un lugar a otro atravesando gruesos muros. La variedad de fantasmas es rica. Los hay que gustan de la ópera (Leroux), los que a nadie aterrorizan (Wilde), los que claman venganza (Shakespeare)… Los fantasmas son un típico producto de las clases altas del viejo continente, en especial de Inglaterra y Escocia, lugares donde no existe castillo que no posea por lo menos uno de estos seres intangibles y prodigiosos. Sin embargo, muchos de ellos (como los duendes irlandeses) lograron cruzar el Atlántico en barcos de los colonizadores sajones. Incluso existen fantasmas que viajaron con todo y las famosas cadenas, gaitas y armaduras medievales en los palacios que los nuevos ricos norteamericanos compraron a nobles ingleses arruinados. Estos seres se han aclimatado en la América del Norte y suelen asustar a quienes osan acercarse a su territorio. Un fantasma no busca a la gente para empavorecerla; se defiende, nada más. Si a nadie se le ocurre penetrar en un caserón pletórico de fantasmas, no habrá aterrorizados ni fallecimientos que lamentar.
Ahora, en los países subdesarrollados no hay fantasmas propiamente dichos. En la América Latina se habla de espantos, representaciones diabólicas, espíritus, resucitados, almas en pena, figuras de ultratumba o difuntos que regresan (sin motivo preciso) del más allá; hasta de brujas sabemos (parece que son capaces de aclimatarse y sobrevivir en hábitats difíciles), de hechicerías provenientes de África y rituales mágicos de los primeros americanos que se mezclaron con las costumbres religiosas hispanas, pero nunca de fantasmas. Por desgracia, Latinoamérica no puede ofrecer al turista ávido de emociones ni uno solo (que fuera campesino famélico u obrero explotado sin fuerzas para levantar la tapa del ataúd y a medianoche atemorizar, como merecen, al latifundista o al capitalista). ¿Hablar de fantasmas en tales países? No los hay, seguro. Escuchen las leyendas de nativos supersticiosos, averigüen entre los mayores, investiguen en las casas encantadas… En todo caso, la literatura de este continente tendría que crear historias en las cuales los fantasmas, que por alguna extraña e incomprensible razón llegaron a él, se derritieron a causa del calor tropical o huyeron despavoridos cuando (pobres, qué cosas) advirtieron cuartelazos cruentos, represiones brutales, persecuciones políticas sangrientas, hechos cotidianos que un fantasma, por terrible que sea, resulta incapaz de producir. Por último cabe aventurar otra hipótesis: desaparecieron sin aterrorizar a nadie luego de buscar infructuosamente un frío, tranquilo y lúgubre castillo que habitar.
De lo anterior, podemos concluir que los fantasmas exclusivamente aterrorizan o agreden a los aristócratas y a los miembros de la alta burguesía. Lo que significa que hay algo de la lucha de clases —prolongación al más allá— en la existencia de los fantasmas, pues ¿cuándo los han visto acosar a obreros y campesinos?
Un parto de otro mundo
¿Han pensado el portento que significaría una mujer dando a luz a un bebé fantasma? Todos quedarían maravillados: los médicos, las enfermeras. Escuchar el llanto de un niño y no ver absolutamente a nadie; pasmoso, ¿verdad? Los más asombrados serían sin duda los padres. Tantas molestias y gastos para arrullar entre sus brazos algo intangible, mera silueta en el regazo de la madre. En fin, esperemos que de suceder así las cosas marchen bien y que el papá, después de mirar con recelo a su esposa, no aproveche sus insomnios recorriendo la casa —a partir de la medianoche— en busca de alguna sombra culpable.
La existencia de los espíritus
Para horror de los materialistas, los agnósticos y los escépticos, se ha podido comprobar —el esfuerzo corresponde y glorifica a científicos alemanes, desde luego— que los espíritus sí existen. Y que les es posible regresar del más allá para, si así lo desean, aterrorizar a los vivos. Esos mismos estudios indican que un espíritu o fantasma, alma en pena o como se le quiera llamar, no es inmortal. El espíritu, como el ser humano, tiene una duración específica. Todo depende de cuál sea el estado de salud del fantasma. Si es bueno y no tiene ninguna enfermedad, podrá vivir unos setenta años o tal vez más. Pero si su poseedor, el hombre que se fue a la tumba, padeció cáncer o cualquier otro mal, su espíritu no resistirá mucho tiempo, como herencia de un organismo lamentable.
Esto, sin duda, echa por tierra la creencia de la inmortalidad del alma, sostenida por los idealistas, y la posibilidad de que un espíritu sobreviva infinitamente asustando a muchas generaciones. Tal teoría de algún modo propone una nueva lectura del filósofo árabe Averroes, seguidor de Aristóteles, quien sostenía que el alma humana permanece estrechamente ligada al cuerpo y se mantiene al morir éste. Hoy sabemos que los fantasmas aparecen, desarrollan sus habilidades y perecen. Llegamos, pues, a la conclusión de que un alma en pena es siempre de un muerto reciente. Nadie podría encontrarse hoy en día al fantasma del padre de Hamlet o al de Canterville, a menos que se tratara de un caso de longevidad extrema. Los pobres fantasmas también mueren, simplemente desaparecen. Nada de ellos queda, no van a sitio alguno por una sencilla razón: no existen los fantasmas de los fantasmas. La materia podrá ser eterna (nada se crea ni se destruye, todo se transforma), no así el espíritu. Por desgracia, el alma en pena, sinónimo de fantasma, es aniquilable. De 1o contrario, entrando en un malthusianismo elemental, el mundo padecería sobrepoblación de espíritus, lo que sería intolerable para los vivos: nunca podrían dormir tranquilos.
Interrogantes sobre la existencia de los fantasmas
En términos generales, y haciendo un esfuerzo de simplificación, un fantasma es el espíritu de alguien que vivió y que, por cometer un terrible pecado, recibe como castigo el regresar a este mundo a sufrir, vengarse o nada más a aterrorizar a los vivos.
Ahora bien, ¿cuál sería el fantasma primigenio si partimos de que la humanidad (ateos y creyentes) desciende de Adán y Eva? ¿Estos, por la pena que les produjo la expulsión del Paraíso (el hombre tendrá que “ganar el pan con el sudor de su frente” y la mujer “parir a sus hijos con dolor”), se convirtieron después de muertos en espantos? Pero, de ser así, ¿a quién aterrorizaban: a sus hijos Abel, Set y Caín o simplemente vagaban lanzando horrendos gritos por un mundo desierto?
El fantasma del museo
El fantasma al fin pudo salir de aquella habitación en que había permanecido casi un siglo. Clamando venganza, hizo que su aterradora figura recorriera el enorme palacio convertido en museo, hasta llegar a la sala de esculturas griegas. Fue horrible para aquellas hermosas y delicadas representaciones: un atleta soltó su disco, el guerrero su espada, Afrodita, con gritos de pánico, abrazó a Eros, el fauno alcanzó a cubrirse el rostro y todas se desmoronaron ante la presencia sin vida. Al día siguiente los guardianes, al pasar por esa sala, encontraron sólo trocitos y polvo de mármol. Nunca se explicaron qué sucedió y por qué estaba intacta la modesta copia de la Victoria de Samotracia.
Fantasmas y sexo
Es una pena —o una tragedia— para las luchas feministas que también en ultratumba haya sexismo: por lo regular, son los fantasmas masculinos los que regresan a atormentarnos. Y lo más grave es que generalmente persiguen a los hombres.
Más sobre vampiros
Como nadie ignora, los vampiros, desde tiempos inmemoriales, son ahuyentados por medio del ajo. Un buen collar confeccionado con esta planta liliácea es un magnífico remedio para alejar a tan formidable enemigo. Hay quienes recomiendan engullir ajo, como si se tratara de una golosina.
Pero esto sólo habla bien del vampiro pese a su maldad, es un caballero de buen gusto: ¿cómo no retirarse inmediatamente de una persona que despide un intolerable tufillo de ajo?
Falta de respeto
—Señor mío, todo eso que usted sabe acerca de mi vida lo considero una intromisión en mis asuntos privados. Personalmente dejé en claro que todo ello, mis amores, mi correspondencia con mujeres, ciertos poemas y más de una página autobiográfica, fueran conocidos hasta después de mi muerte.
El hombre me miró fijamente, sorprendido por mis palabras. Entonces me di cuenta de mi nueva situación y con avergonzada rapidez me desvanecí.
Fábula del pato inconforme
A Rosario
A fuerza de no emplearlas, el pato doméstico ha atrofiado sus alas. Teniendo la comida asegurada —por motivos de engorda—, prefiere no moverlas más que para desperezarse. Se conforma con los torpes movimientos que puede hacer sobre la tierra. Sólo en el agua se transforma: sus características son rapidez y elegancia. Mas tal hecho no es frecuente y a excepción de su visita a parques públicos y casas de ricos, el agua no toma parte en su vida. En apariencia, a los patos domésticos no les interesa el acto que los haría desplazarse con belleza y agilidad: el vuelo (pero he visto a más de uno mirar nostálgicamente el cielo). Pese a todo, parecen vivir gustosos sin volar.
Sin embargo, en cierta ocasión, un pato de esta clase, a disgusto con su incapacidad, decidió volar igual que sus antepasados y algunos parientes actuales. Para ello se puso a dieta balanceada y diario hacía ejercicios alísticos.
Tengo que lograrlo, tengo que lograrlo, pensaba el pato obsesionado. Ir a buscar agua, nadar, volar, viajar.
Y mientras el ave palmípeda practicaba, sus dueños preocupados la veían comer apenas lo indispensable: quería evitar el peso excesivo. Además, sus graznidos, durante el ejercicio, eran demasiado sonoros y constantes y las plumas desprendidas del cuerpo se esparcían por el pequeño patio, escenario de los aleteos.
El pato casi no dormía. Dedicaba las noches a imaginarse en pleno vuelo, confundiéndose con las caprichosas formas de las nubes. Volar de un lado a otro sin tocar el suelo para nada. Al amanecer, ansiosamente renovaba sus prácticas.
Acerca de esa situación extraña, los dueños hicieron miles de conjeturas, pero nada sacaron en claro. No se descartó, tampoco, la posibilidad de la locura del pato. Mientras tanto, él ni siquiera advertía las miradas penetrantes de sus amos. Sólo agitaba las alas hasta quedar exhausto.
Después de varios meses de entrenamientos incesantes, el plumífero lograba sostenerse durante algunos segundos en el aire, para luego caer pesadamente. Sus esfuerzos eran premiados, aunque con lentitud. Calculaba que en dos o tres meses más podría superar el defecto heredado por la pereza de sus ancestros.
Un día, la dueña, que aún no lograba explicarse su actitud, lo tomó entre sus brazos, como acariciándolo. Y ni el mismo pato pudo darse cuenta del momento en que le cortaron el cuello. Exánime, fue conducido a la cocina.
Fábula del perico parlante
A Rosario
El cautiverio es doble humillación cuando captores, con toda buena fe, lo tratan a uno como animal inferior.
El extraño visitante
(Variación sobre un tema de Kafka)
Nunca supe de dónde ni cómo llegó, pero el animal mitad cordero mitad gato se me presentó varias veces. En un principio más que sorpresa tuve pánico. Apareció de noche en la sala de mi casa. Su extraña figura lucía inexorablemente sobrenatural, quizá por la oscuridad que dominaba a los restos de luz. Al prender el foco, escapó sin darme tiempo a observarlo. La segunda visita fue en el estudio, también realizada al amparo nocturno (prueba de que su parte gato predominaba). El escaso brillo de una pequeña lámpara me permitió ver, no sin dificultad, a aquel ser cuyos ojos despedían repetidos fulgores verdes maravillosos. Estaba yo sentado, leyendo; empujó la puerta entreabierta y asomó la cabeza. En esta ocasión me miró fija y detenidamente, permitiéndome analizarlo, para enseguida, no con la velocidad deseada por su parte felina, desaparecer con la rapidez que le permitía la parte cordero.
Medité sobre el caso y concluí que el animal era incapaz de hacer daño alguno. Sin embargo, no comprendí el significado de sus visitas.
Transcurrió una semana completa antes de volver a encontrar al visitante nocturno. Estaba a punto de meterme en la cama, hojeaba un libro, sentado en la orilla, cuando el animal penetró lleno de una confianza no manifestada las veces anteriores. Ronroneando llegó a mí para restregar su gatuna cabeza contra mis piernas, mientras que la mitad cordero, aún tímida, guardaba distancias. No supe cómo reaccionar: echarle fuera de la casa, aceptar sus caricias o, tal vez, venderlo a un espectáculo circense. La bestia, como si adivinara mis titubeos, retrocedía poco a poco, dando pasitos, sin dejar de mirarme con tristeza. Luego desapareció. Durante largo rato estuve pensativo, aletargado. Al salir del trance pude advertir el suceso. Fui a la calle en ansiosa búsqueda. Se había esfumado y ni rastros de él. Mi conducta, vista con serenidad, resultó idéntica a la de todos, para quienes a fin de cuentas el visitante sólo era una rareza zoológica indigna de afecto.
Ahora, sabiendo que el extraño no volverá a ofrecerme su amistad, por las noches alimento frágiles esperanzas y dejo abiertas puertas y ventanas.
Los reptantes
La culebra camina sin patas, la culebra se esconde en la hierba; ¡caminando, se esconde en la hierba! ¡caminando sin patas!
Nicolás Guillén, sensemayá
1
Todos los reptantes —con extremidades— se caracterizan por llevar el cuerpo cerca, quizá demasiado, de la tierra. Pero la serpiente, exagerando, abandonó las patas decidida a arrastrarse. Todavía en ciertas variedades se notan los restos del viperino deseo: la serpiente pitón, por ejemplo, tiene a los lados de la abertura cloacal dos raras proyecciones, vestigios de las patas traseras. También otros reptiles: algunos lagartos, en su bajeza, permitieron el atrofiamiento de tales órganos, tomando así el aspecto de ofidios. Puede culparse, entre otros, como causante de ese acto vergonzoso, a la serpiente de vidrio europea (Anguis fragilis, como la llaman los naturalistas), que en realidad es un mero saurio ápodo sin pretensiones de ninguna clase.
2
Existen plenos indicios de que los reptiles desean perder las extremidades. Al paso que van, dentro de millones de años, absolutamente todos reptarán, prescindiendo del uso de las patas. Es lamentable, pues su empleo los dignificaría (como las alas a las aves, las piernas a los hombres, las aletas a los peces). Por último, no olvidemos que la tierra sirve para pisar con firmeza, nunca para arrastrarse.
3
Pero algo han ganado los reptantes sin patas. Ahora fácilmente pueden ocultarse de las miradas humanas que casi siempre son despreciativas y, en algunos casos, de interés científico al pensar en una posible disección. Con rapidez se esconden tras de árboles caídos, en huecos, deformaciones rocosas o bien entre la vegetación abundante. Al ser capturados, pese a sus múltiples defensas o a su escurridizo miedo, son destinados a dos sitios: al jardín zoológico o al taller de talabartería. En el primero no producen grata impresión. Los niños les temen, los adultos son indiferentes y nadie intenta prodigarles una caricia. En el segundo lugar, y contra su voluntad, su piel es empleada para zapatos que protegerán al pie humano.
Fábula del caballo derrotado
Había una vez un caballo velocísimo que ganaba todos los hándicaps donde competía. Famoso, querido y respetado, nunca le faltaban yeguas, buenas pasturas y atenciones del veterinario. Por supuesto, el dueño obtuvo prestigio para su cuadra y dinero para su bolsillo.
Cuando el caballo perdió la primera carrera (derrotado por dos narices), se iniciaron sus desgracias: el dueño decidió que era tiempo de venderlo y, sin recordar la gloria que le trajo durante varios años, fue puesto en subasta.
Un labrador hizo la mejor oferta y condujo al equino a su granja; ahí lo destinó a faenas brutales: tirar de una carreta muy pesada, jalar un arado, soportar a los hijos del campesino que con un látigo lo obligaban a pasearlos por las montañas y cosas parecidas.
El caballo al llorar —triste, solitario, bajo un cobertizo que apenas lo defendía de las intolerancias del clima, añorando los aplausos en los hipódromos— demostraba ser pura sangre al verter lágrimas rojas.
El tamaño de la cárcel
El animal que vive dentro de una jaula únicamente ve a un prisionero con más espacio que el suyo.
El más extraño de los animales prodigiosos
Dentro de esa jaula de grandes proporciones pasta tranquilamente una rara especie. Ningún letrero la anticipa. Algunos expertos en zoología señalan que se trata de un pegaso sin alas, otros afirman que es un unicornio sin cuerno. La gente sencilla, que se arremolina en el lugar, prefiere decirle caballo.
El vandak
El vandak es un animal velocísimo e inquieto. Nunca está en un mismo sitio. Va de un lugar a otro sin detenerse. Su organismo exige el desplazamiento perpetuo. Habita en las selvas del trópico húmedo, en donde la vegetación abunda y los intrusos escasean. Su presencia se hace sentir por medio de una corriente de aire que agita levemente el follaje. Come y bebe en movimiento, arrancando a su paso hojas tiernas y sorbiendo el rocío matinal. A causa de su extraordinaria rapidez ningún ser humano lo ha visto, menos atrapado. Cuando ya viejo o enfermo llega su hora de morir, el vandak simplemente se desmorona, convirtiéndose de inmediato en restos de vegetación que poco a poco se confunden con el humus de la selva.
Vanidad injustificada
Por más orgullosa que esté una señora de alta sociedad de su costosa piel recién adquirida, ésta nunca es nueva: el animalito la usó antes.
Sólo para taurófilos
Si la fiesta brava es considerada por muchos como arte, ¿entonces por qué razón aparece en la sección deportiva de los diarios y no en la cultural?
Apuntes para ser leídos por los lobos
El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama, acusaciones y calumnias que tienen más que ver con el temor y la envidia que con la realidad. Él está enterado, mas no parece importarle el miserable asunto. Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios: “Está oscuro como boca de hombre”, para señalar algún peligro nocturno o, “El lobo es el hombre del lobo”, cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana.
Sangre y arena
Bajó la cabeza apuntando los cuernos hacia el cuerpo de su enemigo. Bufaba, al tiempo que con su pata derecha rascaba violentamente la tierra. Estaba rabioso y del hocico salían espumarajos. De una sola y brutal cornada quería acabar con el hombre que asustado lo miraba. Con toda la fuerza que le fue posible atacó. Uno de los pitones alcanzó el vientre atravesando órganos vitales: el tipo cayó al suelo, agonizaba. La esposa del astado gritó al contemplar la escena. Su marido triunfante miraba a la víctima desangrarse. Después intervinieron los vecinos y al final la policía. Recogieron el cadáver y el esposo ofendido fue a la cárcel. Además de cornudo, asesino, dijo el juez al darle veinte años de trabajos forzados.
La serpiente con pelo
En los desiertos fronterizos es posible encontrar una serpiente con pelo. Es herbívora y completamente inofensiva, llega a medir poco más de un metro de largo y su pelaje varía del café al rojizo, según la época. A los forasteros les causa temor o desconcierto y, en más de un caso, repugnancia. Los nativos, en cambio, la aceptan sin que les parezca una aberración de la naturaleza: no la cazan ni la persiguen. Los niños, aceptando su sociabilidad, la tienen como mascota y juegan con ella. Sin duda recuerdan todavía que el México prehispánico poseía otras rarezas: abundaban los perros sin pelo y el gran dios Quetzalcóatl no era más que una serpiente emplumada.
Albuquerque, abril 18, 1985.
La serpiente falo
La serpiente falo es una rara especie que habita en las regiones selváticas del Sureste. Por las noches se introduce en las chozas y busca a las mujeres solitarias. Se desliza eróticamente entre sus muslos, las penetra y con delicadeza o furia, según el caso, les hace el amor provocando un maravilloso orgasmo a las que aún despiertas no atinan a evitar la rápida y eficaz penetración del ofidio. Entonces, terminado el acto sexual, sale de nuevo a la selva y se acurruca entre la vegetación en espera de la noche. Para fortuna de las mujeres, la serpiente es estéril.
La serpiente alada
La serpiente con alas, que habita zonas boscosas, no es más que un modesto pariente del malvado dragón que tanto preocupó a los caballeros medievales. La pobre, por ello, tiene como todos los reptantes pésima fama, a la que debemos añadir el arrepentimiento por los males que su antepasado provocó. Vive atormentada, de tal modo que ocupa la mayor parte de su tiempo buscando un san Jorge que la mate y le impida el sufrimiento moral.
La cencóatl
Para Jorge Ruiz Dueñas
México es un territorio rico en serpientes: las hay con pelo y también existen con alas, del mismo modo que es posible encontrar una variedad emplumada. Fray Bernardino de Sahagún, en su obra Historia general de las cosas de la Nueva España, nos habla, por ejemplo, de la naquiscóatl: “Hay una culebra en esta tierra que tiene dos cabezas: una en lugar de cabeza, otra en lugar de la cola…” Ésta, sin duda, es familiar de la anfisbena europea de cuya existencia sabemos por Brunetto Latini. Cómo llegó a tierras americanas es un enigma. Pero en materia de interrogantes la naturaleza es pródiga. Por citar nada más un caso, las aves descienden de los reptiles prehistóricos (prueba irrefutable de ello son sus patas escamosas), sólo que ignoramos en qué momento ocurrió la sorprendente metamorfosis.
En las tierras del altiplano nacional todavía hallamos una serpiente parecida a la pitón o a la anaconda: la cencóatl: de gran tamaño, completamente inofensiva: ni colmillos ni veneno, colores brillantes que van del anaranjado al amarillo, siempre con franjas negras. Busca las chozas de las familias campesinas y en ellas a las mujeres que amamantan a sus hijos. Adormece a la madre fijando los ojos verdosos en su mirada aterrada y enseguida se prende del seno para beberse la leche. Mientras se alimenta, la culebra ofrece la cola al niño.
Los resultados suelen ser el agotamiento de la madre, la desnutrición del bebé y en ocasiones, cuando los excesos ocurren, la muerte del pequeño porque la voracidad de la cencóatl es grande y su cola no contiene ninguna sustancia nutritiva.
Ponzoñini
La araña ponzoñini es una variedad ya rara y en vías de extinción. Parecida a la tarántula, pero con el vientre plateado, la hembra es inofensiva, mientras que la picadura del macho es sumamente venenosa, mortal, y no conoce antídoto.
El macho es alimentado por la madre, y ya adulto pasa un largo periodo sin comer. Este tiempo lo utiliza para buscar una hembra y fecundarla. Consumado el fenómeno de la reproducción, la araña macho siente un hambre atroz y busca alimento. Suele encontrarlo en saltamontes o en animales de mayor tamaño como ratones de campo. Sabedora de su mortífero poderío, ataca con audacia y valor. En segundos la víctima muere. Y el arácnido se prepara para engullir su comida, tranquilamente. Sólo que hay un problema. La presa queda saturada por el brutal veneno y al pasar al estómago del victimario lo mata de inmediato. Pobre: todo este absurdo proceso de la naturaleza hace pensar que tal especie, al menos el macho, está condenada a realizar un banquete único en su vida.
La metamorfosis perfecta
Al parecer la metamorfosis ocurre una sola vez. El gusano deja de arrastrarse y vuela convertido en mariposa. El ser queda tan fatigado que carece de ánimos para repetirla.
Por otra parte, la metamorfosis no es más que un cambio de jerarquía, digámosle un ascenso dentro de la naturaleza o un momento de liberación. No hay mariposas que dejen su vuelo y colorido para convertirse en un desagradable gusano que repte con exasperante lentitud.
Sin embargo, hay otra especie que pocos conocen, a no ser los habitantes de las regiones selváticas de América del Sur. Se trata de un pequeño animal que vive en permanente transformación y lo mismo se cambia a ligera ave que a pesado mamífero. No se sabe cuántos restan de esa extraña especie. Únicamente que pasa de un estado a otro, a placer. Quizá nada más sean ya unos pocos ejemplares. Imposible saberlo con exactitud.
Conozco a una persona que ha presenciado el hecho portentoso. Dice que el animal, en unos cuantos minutos, pasó por cuatro o cinco metamorfosis, impulsado por alguna fuerza misteriosa o por un irresistible afán protagónico y puro exhibicionismo. Mi amigo se inclina por esta última posibilidad, pues el habitante de la selva, luego de sucesivas transformaciones, convertido finalmente en una mezcla de panda con garza, agradeció con orgullo y se internó en la abundante vegetación mientras él, emocionado, aplaudía sin cesar, en espera del obligado encore.
De monos a monos
Hace millones de años, sobre la tierra había dos clases de monos: los que se conformaban con lo que la naturaleza les proporcionaba, aun las inclemencias, y aquellos inconformes con su estado y las limitaciones de él derivadas. Estos deseaban transformar el medio que los rodeaba, mientras los otros, indolentes, permanecían plenamente satisfechos.
Los segundos ahora tienen satélites artificiales y cohetes viajando por el espacio sideral. Los primeros están tras las rejas de zoológicos, disecados en las residencias de los cazadores o haciendo tristes papeles en los espectáculos circenses.
El camaleón
A primera vista podría parecer un político. Pero visto con cuidado es un animal mágico: tiene la virtud de aceptar el color del medio ambiente que lo rodea con el fin de proteger su vida y así la especie. El principal problema al que se enfrenta no es otro que la desaparición de su entorno natural a causa del espíritu destructivo del ser humano. Entonces, cuando las manchas urbanas cubran el planeta, le quedará un último recurso: utilizar su enorme capacidad de mimetismo para adoptar el triste tono del asfalto o de la casa en donde buscó refugio o el color del automóvil debajo del cual se ha ocultado, todo con tal de sobrevivir. Esto es un esfuerzo mayor que superará las cualidades que la naturaleza le dio y que no previó el deterioro del hábitat original del camaleón.
Minotauromaquia
A Rosario
Una empresa taurina, ávida de notoriedad, contrató a Minotauro para ser lidiado por un famosísimo matador. De por medio estaba una elevada suma de dinero. Minotauro firmó y la corrida fue anunciada por toda la ciudad.
La afición colmaba la plaza y luego del impresionante paseo de la cuadrilla, “en donde la seda y el oro rivalizaban en brillo con el sol vespertino”, Minotauro, con su hermosa cabeza taurina y un par de cuernos, brillantes y puntiagudos como cuchillos de obsidiana, salió bufando de los toriles, envanecido de su estampa y con la bravura usual de los buenos astados. Entre ovaciones y pasodobles el célebre torero le dio los primeros capotazos. Después, miles de ojos fueron testigos de una embestida inteligente: no contra el engaño sino apuntando al cuerpo del matador. La sangre corrió por la arena, la muerte hizo acto de presencia y, ante un público estremecido de horror, Minotauro, con pasos elegantes, despreciando la vuelta al ruedo, abandonó el lugar.
Uno a uno los matadores dejaron de serlo al convenirse, en las siguientes corridas, en víctimas de las infalibles acometidas de Minotauro. La afición, en principio sorprendida, aceptaba ahora la inversión de papeles y llenaba hasta los topes todas las plazas donde Minotauro era anunciado para aplaudirle y gritar ¡ole! en los momentos en que, inclinándose, afinaba la puntería y corneaba irreparablemente al torero. En ocasiones, Minotauro permitía que la corrida llegase al segundo tercio para también acabar con banderilleros y picadores (procuraba hacerla más larga y emocionante). Por supuesto, los cronistas taurinos elogiaban la habilidad del hijo de Pasifae para empitonar. Y fue necesario reformar los textos de la tauromaquia, ponerlos al día, para prever el corte de orejas de toreros, el banderilleo, el descabello y el arrastre de los mismos ya muertos.
Las filas de los lidiadores están diezmadas. Los que restan, de ninguna manera quieren enfrentarse al formidable enemigo. Para evitar el decaimiento de la fiesta brava se ofrecen cantidades fabulosas de dinero a quien acepte torear a Minotauro. Pero casi nadie se arriesga. En la actualidad, sólo se celebran corridas cuando hay algún valiente y queda siempre estipulado en el contrato que el dinero pasará a manos de los herederos. Ésa es la forma en que algunos aseguran el bienestar de la familia. La empresa taurina que se enriqueció con Minotauro está agobiada con cientos de demandas judiciales, presentadas por negocios similares y ganaderías, en las que se le hace responsable de haber llevado a la ruina el arte de Cúchares.
El origen de los mitos
El mito más hermoso y sensual es el de las sirenas americanas. Llama la atención que su origen sea tan prosaico: es el lamentable e inofensivo manatí que nunca pudo descifrar la soldadesca española. Lo que no está lejos del unicornio: la leyenda surge de un torpe y pesado animal prehistórico: el rinoceronte.
La esfinge de Tebas
La otrora cruel Esfinge de Tebas, monstruo con cabeza de mujer, garras de león, cuerpo de perro y grandes alas de ave, se aburre y permanece casi silenciosa. Reposa así desde que Edipo la derrotó resolviendo el enigma que proponía a los viajeros, y que era el único inteligente de su repertorio. Ahora, escasa de ingenio, y un tanto acomplejada, la Esfinge formula adivinanzas y acertijos que los niños resuelven fácilmente, entre risas y burlas, cuando el fin de semana van a visitarla.
Los sátiros
En esta jaula viven los antiguos compañeros de Baco. ¡Vaya festividad! Todo es danzar, beber y tocar instrumentos musicales (pulsan las liras y de las flautas nacen como arabescos notas armoniosas provocativamente sensuales). En ocasiones, a falta de ninfas, los sátiros gozan solitarios y ensimismados ante la multitud absorta.
Parece que no extrañan su libertad; mejor aún, se diría que nunca la conocieron. Su constante bacanal produce envidias en cuantos la contemplan (en particular a solteronas y beatas). Se ha dado el caso de entusiastas que, mirando los juegos eróticos, permanecen frente a la jaula por semanas; cada vez más tristes a causa de no estar en ella, languidecen y ahí mismo mueren, lo que no mengua el jolgorio: un cadáver le procura mayor intensidad.
Los rígidos guardias que rodean la jaula tienen la misión de impedir que el público acepte invitaciones de los sátiros. No los culpen: obedecen órdenes. Vean ustedes el letrero puesto por la empresa del lugar y en el que pese a su decoloración todavía puede leerse:
ESTRICTAMENTE PROHIBIDO PARTICIPAR EN LA JUERGA Y EMBORRACHARSE CON LOS RESIDENTES DE ESTA JAULA |
La hidra de Lerna
Nueve cabezas tiene la Hidra de Lerna que trajo Hércules. Serpiente de fealdad repugnante.
Cabezas que vuelven a crecer en cuanto las cortan.
Los guardianes se descuidan y nadie resiste violar la orden de no alimentar a los animales; con tal de divertirse, le arrojan puñados de golosinas para mirar, insanos, cómo sus nueve cabezas logran atraparlas en pleno vuelo, sin dejar que algo se desperdicie.
Ojalá no se enferme del estómago.
El grifo
El hombre ha exterminado varias especies animales mediante la caza, la persecución o, por qué no, mediante el olvido. No sabe conservar el patrimonio que la Naturaleza le entregó, así como ignora el remedio para detener la destrucción de miles de años de fantasía. Por ejemplo: la paloma mensajera y el bisonte norteamericano fueron muertos sin consideraciones. Otro caso, el del grifo, animal casi desaparecido por la codicia humana que lo asedió hasta sólo dejar ese único ejemplar viejo y aburrido que hoy contemplamos: cuerpo de león, cabeza y alas de águila, la espalda cubierta de plumas y provisto de garras enormes —que este solitario pierde gradualmente. Su afición por las joyas lo llevó a descubrir tantas que fue perseguido sin misericordia por buscadores de tesoros. Todavía existen por el mundo ilusos que anhelan llevarse el nido de un grifo (verdadera quimera), para robar el oro y la pedrería con que está construido. Aquí, en el zoológico, fracasarían: todo se limita a excelentes falsificaciones.
El grifo tiene algo de la gallina de los huevos de oro, pues aunque sea ocasionalmente pone en lugar del huevo una grande y maravillosa ágata. La ambición del público es tal, que muchos de los curiosos que están frente a él envejecen esperando que este pobre y achacoso grifo haga un esfuerzo sobrenatural y produzca el portento.
El mirmecoleón
El zoológico adquirió hace poco un mirmecoleón. Las personas suelen aglomerarse ante la jaula, observándolo detenidamente: con la parte delantera de león y la trasera de hormiga, más que terrible es cómico. El público se divierte cuando el ser fantástico quiere realizar a un tiempo las tareas naturales de sus padres: la trasera desea trabajar sin descanso mientras que la delantera insiste en atragantarse de carne cruda. En su intento por reaccionar individualmente, la bestia se desespera, ruge, se agita, sufre convulsiones, pero la división nunca llega y triunfa el todo, para nada más ser mirmecoleón.
La anfisbena
La anfisbena es serpiente con dos cabezas, la una
en su lugar y la otra en la cola; y con las dos puede morder…
BRUNETTO LATINI
Es interesante observar a este ofidio. Si se le mira en reposo, resulta imposible prever hacia dónde se dirigirá: adelante o atrás. Pero cuando repta, sus dos cabezas funcionan en perfecta armonía: con ambos cerebros siempre acordes para evitar una ruptura, que para la anfisbena significaría la muerte: cada mitad no puede impedir una agresión por la parte trasera, mientras que completa jamás ha necesitado cuidarse la espalda.
Briareo
Briareo es un gigante hijo del Cielo y la Tierra. Posee cincuenta cabezas y cien brazos. Tal hecho no le concede una suma de inteligencias, tampoco mayor habilidad manual. Simplemente lo hace una figura atractiva para el público. Pese a ello, nadie visita al pobre Briareo. Es normal: ¿qué hombre tiene la entereza de enfrentarse a cien ojos un tanto inquisitoriales? Los niños sí podrían hacerlo y sin temores. Pero ¿querrían sus padres acompañarlos?
Las nagas
Extraídas de una leyenda indostana, las nagas ahora actúan en una pista. El número es harto sencillo para estas serpientes: solamente aprovechan su cualidad de adquirir forma humana. Al inicio del acto, las nagas —quizá por pudor— requieren del domador para efectuar la metamorfosis, que siempre es aplaudida hasta la saciedad. Y ya entusiasmadas por el triunfo, ellas mismas repiten el número una y otra vez sin necesidad del látigo.
El ave Bucson
Algunos creen que es una perversión mitológica. Hasta hoy sabemos más de ella por suposiciones que por datos científicos. Para muchos investigadores se trata del eslabón entre los dinosaurios y las aves. Nadie ignora que las segundas descienden de los primeros, que de alguna manera aquellos descomunales monstruos lograron sobrevivir a la catástrofe ocurrida hará unos 150 millones de años, merced al milagro de las alas. Sus patas conservan escamas y las plumas aparecieron para hacer menos torpe el vuelo de los pterodáctilos. Sólo que el ave Bucson (para unos tan grande y prodigioso como el ave Roc o el grifo) ha sido observada por pocas personas, de ellas, unas cuantas dejaron testimonios escritos. Gracias a esos documentos sabemos que nunca tocan tierra, ni siquiera se posan en las copas de los árboles, viven en vuelo perpetuo, eterno, a diferencia de los demás pájaros. De día tienen la cordial y hermosa apariencia de las gaviotas, o quizá la gallardía de las águilas, y por las noches se transforman en murciélagos, vampiros de alas membranosas que para alimentarse absorben las pesadillas de los humanos, sus peores sueños. Sus excrementos son joyas, piedras preciosas que suelen perderse en mar abierto. Cuando muere cae reducida a pedazos de algo semejante a la roca volcánica.
Es muy probable que las descripciones diurnas del ave Bucson hayan dado origen a los ángeles, del mismo modo que no sería remoto que su figura nocturna sea el pretexto para hablar de vampiros o demonios malignos, espíritus que vuelan o flotan.
Cualquiera que sea la interpretación de estas extrañas aves, habrá que sentir piedad por ellas: están condenadas a la extinción en la medida en que los humanos pierden la capacidad de fantasear.
De dragones
Los dragones pasean su aburrimiento, recorren durante horas, de aquí para allá y de allá para acá, los límites de su prisión. Sin fuego en las fauces parecen mansas bestias de aspecto desagradable. La literatura ya no utiliza sus servicios y entonces les resta observar de reojo a sus observadores y vivir de pasadas glorias, cuando con oleadas de fuego y humo ahuyentaban poblaciones enteras, provocando la desolación y la muerte, cuando un caballero en cabalgadura blanca (como Sigfrido o san Jorge) les hacía frente para sacar de apuros a una causa noble. Sólo recuerdos de villano olvidado. Ah, si alguna potencia —de ésas muy belicosas— sustituyera blindados y lanzallamas por dragones, el prestigio de estos cobraría auge nuevamente y la poesía volvería al campo de batalla: otra vez a disputar por motivos románticos y no por razones mezquinas, políticas, económicas o raciales.
El más hermoso de los seres prodigiosos
Lo vieron cinco veces en la Grecia clásica, dos veces en la época medieval y otras tres durante el Renacimiento. Es un soberbio caballo blanco con alas como Pegaso y un cuerno en la frente como Unicornio.
Aviso en la jaula del ave fénix
Horario de los funerales y del nacimiento:
Cada cien años, aproximadamente a las 12:30 del día, se le prende fuego a la canela, el nardo y la mirra que conforman el nido del ave (“que es —según palabras de Ovidio— su propia cuna y el sepulcro de su padre”). A las 13:30, luego que las llamas aromáticas han cesado, el Fénix resurge triunfal, con su hermosísimo plumaje dorado y carmesí, de sus propias cenizas.
Sea usted puntual.
Fue para Manuel Mejía Valera.
Zoofilia
Las relaciones amorosas entre humanos y animales han estado presentes en la historia, la literatura, la pintura y las religiones. Sin embargo, hay aquí un grave error de principio que cualquier científico notaría de inmediato. Tanto la zoofilia como la bestialidad no son más que simples amores de dos animales de distinta especie (que ninguna anormalidad tienen), pues el humano, por más pensante que pueda ser, es también animal.
Aclarada la situación, es preciso recordar algunos casos de zoofilia. Zeus tuvo relaciones sexuales con Leda, la esposa de Tindáreo. Para cometer el adulterio sin complicaciones la divinidad tomó la forma de un cisne y así nacieron Helena y Clitemnestra, Cástor y Pólux.
De otra parte, la hermosa Pasifae, esposa de Minos, rey de Creta, se enamoró perdidamente del toro de Neptuno. De esta pasión resultó Minotauro, para muchos una de las más atractivas figuras de la mitología griega; y Pan, mitad hombre, mitad macho cabrío, fue el producto del acto sexual de un pastor con su cabra favorita. El suceso fue tan importante que Pan pertenece al cortejo de Dionisio y es el dios de pastores y rebaños. Pero las cosas no paran allí. En Azul (“La ninfa”), Rubén Darío hace decir a la bella Lesbia, “actriz caprichosa y endiablada “—Para mí los sátiros. Yo quisiera dar vida a mis bronces, y si esto fuese posible, mi amante sería uno de esos velludos semidioses. Os advierto que más que los sátiros adoro a los centauros, y que me dejaría robar por uno de esos monstruos robustos…”
Por último, para no alargar inútilmente el número de ejemplos, no podemos olvidar que María, hija de Ana y de Joaquín, madre de Jesucristo, “concibió —como señala la Biblia— por obra del Espíritu Santo”, quien, muy al estilo griego, la enamoró convertido en paloma.
Todo lo anterior es claro. Pero quedan algunas situaciones sin resolver. Tal es el caso referido al grandioso King-Kong (inmortalizado por Menan C. Cooper y Ernest B. Schoedsack). Nunca hemos sabido quiénes fueron sus padres y qué hacía con las mujeres, todas ellas tan pequeñitas junto a las dimensiones colosales del gorila. Es, en efecto, poca la información que tenemos, perdida como está en medio de una bibliografía morbosa. Quizás algún día el misterio sea aclarado y sepamos detalles de su vida privada. Por ahora sólo seguimos impresionados por el terrible final que tuvo King Kong en esta trágica versión de la bella y la bestia.
Edipo
El primero en la historia de la humanidad que tuvo complejo de Edipo, según informan los sesudos psiquiatras, fue, naturalmente, Edipo
La verdadera esfinge
Por regla general imaginamos a la Esfinge como un ser horroroso, de aspecto temible. Es falso. La versión más cercana a la realidad la dio el artista G. Moreau al pintarla con un bellísimo rostro femenino sobre un espléndido cuerpo de león. Añade alas de ave. Edipo la contempla absorto, probablemente enamorado o al menos fascinado por tanta armonía. La Esfinge no propone enigmas, opta por dejarse admirar. ¿Podría ése ser su secreto: que descifren su hermosura basada en una combinación de apariencia imposible y que ha dado resultados maravillosos? El cuadro está a la disposición de los escépticos en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.
Sobre sátiros, una precisión
Otra irregularidad mitológica es aquélla que nos obliga a pensar únicamente en sátiros machos. En la Frick Collection de Nueva York hay un pasmoso bronce que representa a una mujer sátiro cargando a su hijo. Mitad cabra, mitad fémina sugiere la posibilidad de una raza que desapareció de manera misteriosa. Se trata, de todas formas, de una equivocación de la Naturaleza. Por ello es preferible no pensar en sátiros poseyendo brutalmente mujeres, sino en sátiros cortejando con elegancia a seres de su misma especie: como Dios manda.
¿Cómo y con quién se reproducen las sirenas?
Las sirenas son seres fantásticos que, según la mayoría de las versiones, tienen cola de pez y torso de hermosa mujer. Es el criterio popular. Hechizan, como lo narró Homero en La Odisea. Son personajes acuáticos perversos que explotan su parte femenina para seducir marineros e inducirlos a un sexo demoniaco. Como si esto fuera poco, sus voces son milagrosas: cantan de modo irresistible. Quien las escucha, queda prendado de ellas, perdido por completo: la muerte es su trágico final.
Que las sirenas han existido, y es seguro que sigan existiendo, es evidente. No hay cultura significativa en el mundo que no haga referencia a ellas. Son más constantes que el dragón o los unicornios. No son un mito sino realidad que de vez en vez se muestra a los profanos. Una de esas ocasiones tuvo lugar en las islas Molucas, en el siglo XVIII: una sirena fue capturada; lamentablemente no hubo forma de mantenerla viva en prisión, así como tampoco evitar la corrupción total del cuerpo. Y las hay de estructuras más complejas a las tradicionales. Como aberración no sólo de la naturaleza, sino también de la zoología imaginaria, han sido avistadas sirenas francamente raras. Tenemos relatos fidedignos que difieren de la forma en que Homero, Ovidio y Platón las describieron: se trata en efecto de seres híbridos, pero no sólo mezcla de pez con mujer, algunas poseen alas y son capaces de tocar instrumentos musicales. En México, en los desiertos norteños que plácidamente establecen una extraña frontera con el mar, hubo una serpiente marina con cuernos y lengua de oro, la Ndiec Oic, que fue muerta por el legendario héroe Hijo de Sirena, del pueblo Huave situado entre Juchitán y Tehuantepec. La describen de modo incierto, prevalece la certeza de que se trata, como su nombre lo indica, de un ser engendrado por una mítica sirena. El colmo se produjo en China donde existió la nación Di, de seres con cuerpo de pez y cabeza humana que asolaban a los vecinos y que desapareció bajo el estrépito brutal de la caballería de Atila.
Pero en algo hallamos coincidencias históricas: las sirenas no eran ni son invencibles: fueron sucesivamente derrotadas por Ulises, Jasón y los Argonautas y Orfeo. Quizá por ello ahora son menos ostentosas y sólo se muestran de manera ocasional, cuando tienen la seguridad de que triunfarán y nadie sabrá de sus crueldades.
La pregunta es cómo han logrado reproducirse y la respuesta hay que buscarla en la existencia de seres igualmente extraños cuya apariencia es como la deidad marina Tritón (hijo de Poseidón y de Anfitrite), que supo engendrar y heredar sus genes: mitad pez en la parte inferior y mitad hombre en la superior. No es posible que el apareamiento con humanos les permita la preservación de la especie. Sus parejas tienen que ser equivalentes. De la ruindad de las sirenas nadie duda; en cambio sabemos, hay abundante documentación, que los sucesores de Tritón han sido buenos. El dios es en extremo generoso, sólo recordemos su ayuda a los Argonautas, sin la cual jamás hubieran podido cometer la hazaña, digna de Hércules o del mismísimo Ulises, de encontrar el vellocino de oro. No obstante, prevalece el espíritu infame de las sirenas y, como señalan las crónicas, el fruto, si es femenino es conservado y si es masculino, asesinado. Quiere decir que su reino resulta un brutal matriarcado donde los machos sólo son útiles para la reproducción, algo semejante al mundo de las amazonas.
El martikhoras
Sabemos que hay leones marinos y leones terrestres. Estos últimos son grandes felinos que habitan en las planicies africanas o en los zoológicos. Al macho le dicen rey de la selva, tal vez por su dignidad y majestuosa melena. Ambas especies pertenecen, como nadie ignora, a la zoología de la realidad, la que por cierto, ha señalado Borges, es la más abundante y rica. Parece ser que la Naturaleza es más prodigiosa que la fantasía, pues hasta hoy ha podido configurar una fauna más variada que la confeccionada por la imaginación.
Sin embargo, dentro de la zoología fantástica existe una especie de león poco conocida. Se trata del martikhoras. Gustav Flaubert lo describe: “Rojo león, gigantesco, de semblante subhumano, con tres filas de dientes”. Con la primera tritura los huesos de sus víctimas, con la segunda mastica la carne más resistente y con la última las partes suaves, de tal manera, su estómago recibe todo el alimento perfectamente molido. Así su organismo jamás enferma, por dura e indigesta que haya sido su presa.
Pero en realidad sus dientes están de más. Si recordamos con exactitud La tentación de San Antonio, sabremos que el martikhoras escupe la peste, lanza espinas semejantes a flechas por la cola y sus uñas son como brutales barrenos que laceran a sus enemigos hasta dejarlos machacados. Lo primero, por lo tanto, es un simple masticar por masticar, algo equivalente al niño que por horas se entretiene con un chicle.
Los nisnas
Flaubert nos explica que “tienen solamente un ojo, una mano, una pierna, una mitad del cuerpo y medio corazón”. Pese a tan extraña condición los nisnas viven felices —prosigue Flaubert citándolos— “en nuestras medias casas, con nuestras medias mujeres y nuestros seminiños”.
No obstante tener el cuerpo a la mitad, los nisnas no están impedidos para cumplir con las funciones que otros seres completos llevan a cabo. Y si uno cree que por ser portadores tan sólo de medio corazón son la mitad de valerosos, se trata de un error, al menos es lo que dicen aquellas personas que los han visto combatir sobre sus medios caballos para defender sus semipropiedades.
Penélope y Aracne
Nada más falso que Ulises, luego de su penosa y complicada travesía de retorno a Ítaca, haya sido recibido por su fiel esposa. Había muerto. A fuerza de tejer y destejer, de bordar y desbordar, en espera de su amado, Penélope se convirtió en una suprema artista. De sus manos brotaban prendas que se ajustaban a los cuerpos de modo mágico y tapices con las más bellas escenas sobre las deidades griegas. Tejió en lana y seda, en finos linos y suaves telas, ropajes hasta para sus pretendientes. Ello desató el odio de Aracne, quien valiéndose de su figura de araña pudo llegar hasta las habitaciones de Penélope y picarla mortalmente en un brazo. Al parecer, todos han olvidado que Atenea, en su justificada ira para castigar a la irreverente muchacha, la convirtió con jugo de acónito en araña y al hacerlo no consideró que también le daba un mortal veneno y dejaba intactos su egoísmo y envidia.
Ulises lloró la muerte de su esposa, pero de inmediato, para hallar consuelo, hizo traer a Circe, la hechicera que había amado durante su ruta de regreso a casa y cuya belleza aún lo subyugaba. Habrá que añadir que Circe detestaba tejer y bordar. Era sumamente sensual y su especialidad era la cocina.
Nuevas versiones y más fidedignas de la antigua Grecia
Al pobre Narciso lo ponen en un lugar sin espejos, sin agua, sin posibilidad alguna donde reflejarse; así le salvan la vida, lo destinan a la fealdad de la vejez y a una historia mediocre.
A Teseo lo encierran en el Laberinto donde aguarda rabioso Minotauro y no le permiten ningún ovillo de hilo. Está condenado a muerte. Ariadna tendrá que conformarse con otro héroe menos espectacular.
A Penélope le impiden tejer y, consecuentemente, destejer. Ya sin terapia y sobre todo sin Ulises, quien la engaña con Circe, se desquicia y tiene que consultar a Freud.
Las quimeras del siglo XXI
Para Federico Ortiz Quesada
Antes, la Quimera era en realidad una quimera. Existía solamente en la imaginación de exaltados e imaginativos escritores, de poetas enfebrecidos y delirantes. Los bestiarios fantásticos del medievo la registran junto a animales de fuego y seres hechos de agua. Muy distintas son las cosas hoy en día: ya es posible crear una quimera y la responsabilidad es de los científicos. En este aspecto, la ciencia ha desplazado a la literatura y para probarlo tenemos La isla del Dr. Moreau del inglés H. G. Wells: la creación de seres fabulosos es propuesta y llevada a cabo por audaces sabios. Un buen cirujano bien puede hacer un animal con cabeza de perro, alas de ave, cola de león, cuerpo de toro o convertir un hombre deforme en una hermosa bestia. Grifos, minotauros, esfinges, gorgonas y otras aberraciones pueden salir del laboratorio.
Sin embargo, hay escépticos y tienen razón. Se trataría de hechos antinaturales que a la gente no le causarían espanto. Monstruos fabricados con un bisturí láser a lo sumo conseguirían alguna tarea circense de poca responsabilidad, nada más. La Quimera de antaño era producto de dioses indignados o de maleficios y conjuras de brujos y demonios. Al ser producida en serie por manos humanas, la anormalidad aparece sin su maravillosa capacidad de aterrorizar.
Las nuevas quimeras, los seres fantásticos que pueden ser adquiridos en tiendas de rarezas, a lo sumo provocan curiosidad o el deseo irrefrenable de tenerlas como mascotas. El miedo a lo desconocido, a lo sobrenatural, por desgracia ha sido desterrado en este siglo en que todo es posible merced a la ciencia.
Frankensteiniana
El señor Gerardo de la Torre fue arrollado por el tren de Cuernavaca. Como es costumbre, trató de pasar primero y no supo calcular la velocidad de la máquina. De su cuerpo despedazado, según informaron médicos del Banco Nacional de Reconstrucción Humana, sobreviven algunos dedos de la mano derecha, la pierna izquierda; y la nariz, hallada lejos del sitio del accidente, aún da señales respiratorias. Estos órganos fueron conducidos a un refrigerador, en donde aguardan ser colocados en otros cuerpos.
No somos iguales
Para ser diferente a los demás, torné mi palidez por un tono violáceo y me teñí el cabello de morado y rojo con rayos dorados. No creí que eso fuera suficiente y recurrí a la vestimenta más estrafalaria que pude hallar. Para redondear mi nueva imagen, me pinté la sangre de verde y al corazón le di un hermoso color azul marino. Ahora, estoy seguro, no me parezco a nadie más sobre el planeta.
Microrrelatos amorosos *
*Tomados de los libros Todo el amor tomos I y II
La máquina de máquinas
Supongamos que logran crear una máquina indestructible y eterna que pueda crear otras máquinas y éstas, a su vez, otras que sin ayuda exterior resuelvan todas las actividades manuales del hombre y que, incluso, piensen por él (solucionen ecuaciones, construyan cohetes, cocinen, hagan limpieza, realicen obras de arte pictóricas y literarias, filosofen, gobiernen); aun así, nada ni nadie podría evitar que la mano que la ponga a funcionar e inicie el proceso sea humana.
La máquina suprema
…que fabricó una máquina capaz de construir otra idéntica a sí misma.
Albert Ducrocq
La máquina suprema —creada después de mucho tiempo, esfuerzo y dinero— construyó máquinas a su imagen y semejanza para que poblaran el mundo y ayudaran al hombre. Formaban la nueva especie y quizá la más perfecta de cuantas han existido sobre la tierra: nada las igualaba en inteligencia y vigor. Una sola podía desarrollar el trabajo físico e intelectual de varios cientos de personas. Así el hombre entró de lleno en el reino del espíritu, de las puras ideas; por último, desembocó en el ocio y en la inactividad. Las máquinas hacían todo, incluso escribían las obras que los humanos leían y pintaban los cuadros que admiraban en las galerías de arte, siempre muy concurridas. También crearon religiones y filosofías que los hombres seguían casi por inercia, sin intereses reales y concretos. El gobierno y la justicia estaban en manos de robots; robots construidos expresamente para gobernar y para ser justos. El hombre se dedicaba a vagar por su planeta lamentando, inconsolable, la pérdida del paraíso. Sin embargo, cuando observó que las máquinas tampoco eran perfectas (una dirigente quiso perpetuarse en el poder sin estar programada para ello y un autómata con problemas amorosos, borracho de aceite alcoholizado, se suicidó volándose la tapa electrónica), decidió que había llegado el momento de liberarse, de acabar con la Máquina Suprema y con su obra y comenzar de nuevo, pero ahora más inteligentemente.
LOS DOLIENTES
Otro ser humano destruido por el cáncer; su agonía fue lenta, dolorosa. El velorio, aunque muy concurrido, careció de brillo fúnebre. En domingo inhumaron a la mujer víctima de la enfermedad. Regresando del cementerio, hubo reunión de los parientes más allegados a la que fuera centro familiar (hijos exclusivamente); tenían los ojos húmedos, los rostros compungidos. Subieron casi sin ruido a la habitación de la difunta: sólo se escuchaba el roce producido por varios pares de zapatos. De súbito, la recámara fue invadida por figuras luctuosas. Ocasionalmente surgían murmullos, apenas perceptibles, que intentaban ser rezos, pero nada más. Por fin, el hijo mayor, después de visibles esfuerzos para tranquilizarse, habló con voz hueca: Respetemos la memoria de nuestra madre que en paz descanse. No debemos llorarla. Recuerden que ella, en su bondad, nunca quiso que sufriéramos. Los hermanos asintieron. Después, también siguiendo las indicaciones del mayor, todos comenzaron a hurgar en cajones de roperos y cómodas, entre libros, debajo de los muebles, en el colchón y en las cobijas. Nadie lloraba.
LOS RAROS
Era una familia extraña, notó el visitante. Ella, la madre, pasaba las horas tejiendo hermosos chalecos de fuerza para sus hijos; él, su esposo, escribía largos tratados sobre la vida erótica de las plantas. Los hijos, según el caso, leían los libros paternos o usaban las creaciones de mamá.
EL INTESTADO
Un hombre ilustre agoniza. Su mujer está junto al lecho. Un médico cuenta las pulsaciones del moribundo.
J. ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte
Familiares, amigos y otras personas rodeaban la cama del hombre. El doctor, tomándole el pulso, lo miró fijamente (cadavérico el semblante; respiraba con dificultad: estaba desahuciado). La lujosa y amplia habitación simulaba luto por su penumbra provocada. Los parientes ocultaban tras de lentes oscuros su ansiedad por la herencia.
El olor a medicamentos era en verdad nauseabundo. Alguien dijo queda aunque anhelosamente: Que no muera intestado, que nombre a sus herederos. Las palabras se confundieron con los rezos, pero el agónico, como si hubiera escuchado, explicó en medio de su atroz debilidad: Nunca me ha gustado dictar (miró su mano temblorosa) y ya no puedo escribir. El sacerdote suspendió las oraciones (poco antes había dado la extremaunción). Los testigos, llevados a propósito para escuchar su última voluntad, aguzaron los oídos. Además, dijo, la caligrafía está desprestigiada desde la aparición de la máquina de escribir. Más rezos en el aire encerrado, cautivo. El médico hacía preparativos silenciosos para una nueva transfusión; a su lado, afanosa, trabajaba una enfermera. Nací, con voz casi inaudible y arrastrando las palabras el millonario continuó hablando, en el justo momento en que las ciencias y las artes habían alcanzado su máximo esplendor. Y crecí viendo con tristeza cómo era abandonado. Ahora, al finalizar mi vida, observo que el nivel tampoco fue estático: era dinámico: inexorablemente se superaba, se sucedía. Por eso, digo, temo que en el futuro lo actual sea dejado atrás. Sólo me tranquiliza pensar que moriré en otro momento en que las ciencias y las artes hayan llegado de nuevo a un punto culminante; el resto no me importa, mas no deseo imaginar (me aterra el hacerlo) que inmediatamente de mi fallecimiento, segundos nada más, tal grado de auge habrá pasado a la historia y tendremos, en su lugar, uno superior. Una vez expresado su temor dialéctico, reprimido de por vida, tuvo tiempo para arrellanar el cuerpo en el blando colchón y expiró ante la estupefacción del cura, de familiares y amigos.
ACABAR CON LA SOLEDAD
Me sentía inmensamente solo, dentro de una tristeza sin límites, sin nada ni nadie que pudiera hacerme sentir otro hombre. Fue entonces que decidí (me di valor) telefonear a Graciela y decirle que, a pesar de no haberla visto por causa de sus responsabilidades matrimoniales, igual la amaba y cada vez más, con mayor pasión. Marqué su número sin prisas —si contesta su marido cuelgo de inmediato—. Para mi fortuna fue ella quien atendió. Hola, dijo con su dulce voz de siempre al reconocer la mía. ¿Estás sola? En este momento sí, Luis bajó a dar un paseo con las niñas. Irónicamente estuve a punto de comentar qué buen padre, qué abnegación, pero no era el momento adecuado para tomar desquites, así que opté por confirmarle mi amor. De pronto ella me dijo: Te deseo, quisiera verte… Lástima que sea imposible. Absurdo, repuse yo, para los enamorados de verdad no hay imposibles ni límites. Retírate del teléfono y verás. Graciela obedeció y puso la bocina en el suelo mientras que yo me introducía en la línea telefónica y en menos de un segundo estaba a su lado. Al verme, sonrió feliz y no preguntó cómo fue posible el milagro; además, yo le expliqué que no teníamos mucho tiempo, que también la deseaba, e hicimos el amor con la misma pasión de costumbre, creyendo que estábamos el uno ante el otro por vez primera. Poco después de concluir, escuchamos las voces de sus hijas que gritaban bromas infantiles. Graciela se sobresaltó y para no crearle ningún problema volví a la bocina con celeridad, no sin antes despedirme de ella con un largo y tierno beso. Iba ya rumbo a mi casa cuando las líneas se cruzaron y yo fui a salir a un lado de la oreja de una anciana. La mujer se desmayó y aproveché la situación para escaparme de aquella casa en la que podrían confundirme con un ladrón. Al trasponer la puerta me percaté de que había ido a parar al extremo opuesto de la ciudad y no llevaba dinero conmigo. Ni remedio, tuve que caminar durante largo rato. Pero no me importó. Ya no estaba solo, en los labios llevaba la calidez del beso que me dio Graciela.
SOBRE LA CRUELDAD (1):
EL GORDO Y EL FLACO
Cuando prendieron la luz, en el centro del escenario ya estaban los dos cómicos: uno regordete, bajo de estatura, y otro delgado levemente alto. Sonreían con estupidez y agradecían la presencia de un público frío e indiferente con caravanas un tanto forzadas y ridículas.
Ambos se acercaron al micrófono.
(En una mesa próxima había pasteles y todo lo necesario para que la pareja ejecutara sus excentricidades.)
—Oye —dijo el Flaco—, ¿sabes por qué el león tiene melena?
—No, no lo sé —repuso el Gordo tratando de hacer patente su ignorancia.
—Pues porque ningún peluquero se atreve a cortársela. Y los dos rieron festejando el chiste, sólo ellos; los espectadores optaron por el silencio sepulcral.
Luego, el Gordo fue hasta la mesa y tomando uno de los pasteles lo arrojó en el rostro del Flaco.
—Es de fresa, ¿verdad?
Tanto uno como otro estaban nerviosos; sin embargo, el público se reanimó ante el primer pastelazo (rutina de rutinas repetida hasta la saciedad); así que enseguida, sin transición ni pausas, vinieron más. Una serie de pastelazos que los ensuciaba y les brindaba una apariencia todavía más grotesca. Cuando acabaron con los pasteles, ya habían logrado conmover a la clientela. Entonces, el Gordo le propinó un bofetón al Flaco y éste contestó con un puñetazo en la mandíbula de su rollizo compañero quien, a su vez, le dio un golpe de karate en el pecho… Por unos minutos los cómicos se golpearon de todas las formas imaginables, la sangre escurría por sus magullados rostros y se mezclaba con el dulce de los pasteles. El público reía y aplaudía a rabiar, con verdadero furor. Aquello era un manicomio. El Flaco, estimulado por el éxito, contoneándose, quiso ir más lejos y extrajo un cuchillo de entre las ropas para apuñalar varias veces el cuerpo del Obeso. Éste, antes de derrumbarse, sin dejar de sonreír, trastabillando se dirigió a la mesa y de allí tomó una pistola. Con la vista nublada, el Gordo descargó el arma en el Flaco. Una salva de aplausos y aullidos de emoción corearon el acto que acababa de concluir.
¿EL CRIMEN PERFECTO?
Anoche tomé una decisión irrevocable a causa de los remordimientos que tuve por engañar a E y que me torturaron durante días. Después de extensas meditaciones decidí asesinar a mi conciencia. El crimen perfecto, una obra maestra: ¿quién buscará a un delincuente de mi especie? Sin cadáver no hay delito. Y en este caso tampoco habrá testigos, dado que cometeré mi acción en lo más apartado del bosque. Además, con cuál legislación juzgarían a un hombre que ha liquidado a su propia conciencia. La opinión pública tacharía a las autoridades de ridículas; con certeza el tema sería aprovechado por los molestos cazadores de literatura fantástica y yo quedaría libre por falta de pruebas. En otras palabras, nada podrán contra mí. El crimen quedará impune. Y el problema enterrado junto a mi conciencia.
No obstante, hay algo que resolver antes de proceder con lo previsto. Descartado el que la conciencia fuese inmortal, como el alma, la dificultad estriba en que aparezcan los estúpidos escrúpulos para cometer el asesinato; pero, estoy seguro, ellos serán la única y solitaria defensa que pueda esgrimir esta imbécil y pusilánime conciencia que me ha seguido por todo el camino andado, y una vez que la infeliz yazca sin vida, jamás volveré a tener remordimientos ridículos, podré actuar libremente al fin y me realizaré a plenitud, seré un hombre cabal, seré Yo. Yo, porque no tendré barreras y en lo sucesivo cometeré acciones de las cuales no me arrepentiré.
Ahora que voy rumbo al sitio seleccionado para el asesinato —que algunos calificarían de horrendo o tal vez de impío—, pienso si después de cometerlo no quedaré mutilado, como un hombre sin piernas o como un ser que no emite sombra. En fin, coraje: esto puede ser una estratagema de la futura víctima que ya presiente su destino. Todo se resolverá por sí mismo en el preciso instante en que haya descargado los cartuchos de la escopeta en el centro de mi conciencia.
INSTRUCCIONES PARA NO PERDERSE EN EL INFIERNO
Tome fuertemente la mano de Beatriz y no la suelte pase lo que pase.
PARA ROMPER LA MONOTONÍA DE LOS VIAJES AÉREOS
En pleno vuelo, cuando todavía falten varias horas para llegar al punto deseado, cuando la pesadez de ir sentado mucho tiempo escuchando el zumbido de los motores se convierta en un verdadero martirio, lo mejor es sacar la granada de mano que cuidadosamente hemos logrado escamotear a la vigilancia aduanal, quitarle la espoleta y pasarla al tipo que está atrás junto con las instrucciones de que a su vez la ponga en manos del siguiente pasajero y así hasta que (si no estalla) regrese adonde uno viaja sonriendo con malicia.
TURISMO A LA LUZ DE LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
Para el año 2500 las agencias turísticas ofrecerán viajes al espacio a la velocidad de la luz. En un principio muchas personas desearán efectuar uno, pero después desistirán: algunos porque es aburridísimo ir con esa rapidez: imposible mirar por la escotilla: sólo manchas y haces de luz, como si se tratara de una obra abstracta; otros, debido a que cuando regresen sus familiares y amigos habrán muerto: para el turista del futuro esa excursión significará pocos días o semanas, que para los demás serán años o siglos. Bien vistas las cosas, un viaje a la velocidad de la luz es una especie de elixir de la juventud: el turista envejece con enorme lentitud, pero después de conocer dos mil quinientos años de humanidad, ¿quién diablos desea ser permanentemente joven?
EUCLIDEANA
En una ciudad actual la distancia más corta entre dos puntos no es la recta: es el zigzag que nos evita los semáforos.
LA VIDA DE UNA MUJER OCCIDENTAL EN EL SIGLO XXI
Despertar después de un tranquilo sueño estimulado por un proyector de imágenes Beautiful-dreams; desayuno preparado por una cocinera mecánica, programada para utilizar extractor de jugos, cafetera y sandwichera; limpieza de la casa: una palanca pone en movimiento a los aparatos que aspiran el polvo y realizan el aseo; una máquina recoge la ropa sucia y la lleva hasta la lavadora y la planchadora automáticas; el viaje a la oficina en un autogiro alimentado por energía solar, conducido por un robot; al regreso del trabajo la comida está lista en un horno de microondas computarizado; para distraerse en la tarde, un filme en videocasetera; va a la cama, allí aguarda su marido inerte, le oprime el botón rojo que indica hacer el amor; finalmente, pone el despertador de música electrónica para el día siguiente recomenzar la rutina.
FÁBULA DEL CLIENTE INSATISFECHO
Llegó hasta el expendio de carnes y vísceras. Sabía de la responsabilidad del dueño: un letrero así lo confirmaba: el cliente siempre tiene la razón. De todas formas fue muy claro; le dijo que él era un comprador muy exigente y que, por supuesto, deseaba lo mejor. Quiero agasajar a mis invitados de esta noche con finas tiras del corazón más tierno y fresco que tenga.
El carnicero seleccionó cuidadosamente dos o tres piezas y las puso frente al cliente. Éste las miró, las tocó, las olfateó y por último rechazó los corazones de ternera.
Angustiado, el carnicero buscó en el refrigerador más órganos. Ninguno fue del agrado del consumidor, quien empezaba a dar muestras de fastidio y malestar. Fue entonces cuando el dueño del negocio, con tal de satisfacer al parroquiano y seguir fiel a los principios del buen comerciante, tomando el cuchillo más filoso se lo clavó en el pecho y con habilidad y estoicismo se extrajo el corazón. Una vez más su ofrecimiento no pudo convencer. Por unos segundos el comprador contempló la víscera palpitante y enseguida al carnicero agónico que explicaba, en medio de sus estertores, que más fresco era imposible conseguirlo. El parroquiano asintió, añadiendo: He cambiado de opinión: el menú será a base de mariscos.
A VECES LA VIDA ES UN SUEÑO COLECTIVO
No acabes de despenar Segismundo, para verte perder, trocada la suerte siendo tu gloria fingida una gloria de la vida y una llama de la muerte.
CALDERÓN DE LA BARCA La vida es sueño
No fue complicado descubrir que era posible soñar colectivamente. Lo que a esos amigos les costó esfuerzo fue coordinarse de tal manera que todos estuvieran dentro del mismo sueño o pavorosa pesadilla. En principio cada quien tenía su propia visión del tema a soñar. Y los tiempos eran distintos: uno estaba comenzando la persecución del hipogrifo cuando los otros ya lo habían capturado. Pero gradualmente fueron encontrándose en idéntica aventura, hasta que allí estaban los tres juntos como si se hubieran introducido de modo simultáneo en una agitada novela de caballería o en Las mil una noches. En lo sucesivo les bastó proponer el sueño e irse a sus respectivas casas. Dormían a una hora similar (los relojes estaban sincronizados) y pronto se encontraban en las tibias aguas del Caribe seguidos por un barco pirata o enfrascados en un combate de aviones caza durante la primera Guerra Mundial, tratando de derribar al temible barón rojo Von Richtofen.
El despertar también era colectivo y respondía a un reloj previamente puesto a las seis de la mañana. Comenzaba, entonces, el molesto retorno a la realidad. No importaba mucho: les quedaba el portentoso recuerdo de una noche transcurrida y tenían la promesa de lo que iniciarían al concluir el día.
Una noche, por alguna razón no prevista, uno de ellos despertó en pleno sueño. Su madre gritaba a causa de una atroz pesadilla, justo en el momento en que sus manos sostenían la cuerda de la que pendían sus compañeros. Escalaban el Everest en busca del yeti, el abominable hombre de las nieves. Ya sin protección, ambos cayeron en un inmenso precipicio. Al día siguiente, con la ausencia definitiva de dos de ellos, el sobreviviente decidió que los sueños colectivos estaban aún en etapa de experimentación y que por lo tanto eran sumamente peligrosos. Era triste no poder soñar más de esa manera peculiar, pero le era más dolorosa la desaparición de sus dos amigos cuyos cuerpos permanecían destrozados entre el hielo sin ninguna posibilidad de darles cristiana sepultura.
SUEÑOS AJENOS
Sigmund Freud jamás soñaba; era un científico que se limitaba a escuchar los sueños y las pesadillas de sus pacientes. Así escribió La interpretación de los sueños, como escamoteo de la imaginería y las fantasías ajenas.
PSIQUIÁTRICAS
El célebre psiquiatra Rungis escuchó detenidamente, por espacio de varias sesiones, a su paciente; luego de meditar con profundidad, sentenció:
—Estimado amigo, lo que usted tiene, la causa de sus terribles traumas y mala salud mental, es una enfermedad que viene desde su más tierna infancia, ¡usted desea a su madre!, la deseó cuando era apenas un bebé y se regodeó con sus senos y ahora mismo quisiera estar con ella. Es lo que en términos científicos llamamos complejo de Edipo.
El pobre paciente no supo cómo reaccionar ante tal diagnóstico. Salió abrumado del consultorio del analista, la mirada perdida y menos dinero en e1 bolsillo a causa de la abultada cuenta. Deambuló por la ciudad pensando en el suicidio: ¿y qué otro camino le quedaba a él, un androide?
VARIACIONES SOBRE LA INMORTALIDAD
Morel propuso el tema de la inmortalidad. ADOLFO BIOY CASARES
I
Según cuentan las crónicas existía un planeta donde las leyes eran despiadadamente severas, crueles, podríamos decir: cuando alguien cometía un crimen intolerable como el homicidio, era castigado de manera ejemplar con la pena máxima: la inmortalidad.
II
Todo el que tenga inteligencia desea naturalmente existir siempre…
SANTO TOMÁS
Fue el primero en pedir la inmortalidad; eso sucedió en los comienzos, poco después de que el hombre se irguiera. Quizá por la novedad o para experimentar, con facilidad le fue concedida. En nuestros días, el pobre tipo, pese a su optimismo y paciencia, harto de contemplar el largo y deprimente desfile del género humano, se vuelve loco clamando por un trato: que el Demonio, o quien sea, a cambio de su alma, haga venir a la muerte liberadora.
III
Un hombre canjeaba su alma por la inmortalidad. Luzbel, anhelante de nuevas víctimas para enriquecer el Infierno, aceptó sin reflexionar en que la infinitud del tiempo le impediría cobrar el adeudo. Moraleja: más debería saber el Diablo por culto que por viejo.
IV
Es curioso observar que la inmortalidad la otorgan los simples mortales.
V
La inmortalidad del alma es un problema estudiado por la Filosofía, mientras que la Literatura, más modesta, sólo ha podido encargarse de la inmortalidad física.
VI
Para Spinoza la mente humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella subsiste algo que es eterno. Tiene razón, y a lo que permanece le llamamos, de manera sencilla y sin complicaciones, cultura.
VII
Tuvo que esperar la muerte después de setenta años de inquietud para comprobar que no era inmortal.
ANGUSTIA
¿Alguno de ustedes ha tratado de matar a un hombre inmortal?
EL CRIMEN PERFECTO (I)
El crimen perfecto —dijo a la concurrencia el escritor de novelas policiacas— es aquel donde no hay a quién perseguir, donde el culpable queda sin castigo; es, desde luego, el suicidio.
EL CRIMEN PERFECTO (II)
Preparó minuciosamente el crimen perfecto. Para ello consultó los archivos de Scotland Yard, la Sureté, el FBI y de todas las policías célebres. Asimismo leyó la totalidad de la literatura policiaca, buena y mala, sin discriminación, y fue a cuanta sala cinematográfica exhibía películas detectivescas, negras en general. Seleccionó a la víctima que obviamente no tenía ninguna relación con él para evitar una pista fácil. Estudió las costumbres de la persona escogida para llevar a cabo empresa tan ambiciosa y trascendente y preparó el arma y la manera en que la destruiría una vez cometido el asesinato, mejor dicho, la obra de arte perfecta.
En suma, durante meses estuvo meditando para que no quedaran cabos sueltos. Nada era improvisado, al contrario, estaban los elementos bien calculados. Y cuando tuvo bajo control hasta el menor detalle se dio a la tarea; comenzó siguiendo a la víctima, que tranquila y confiadamente efectuaba su rutina nocturna (dar un largo y solitario paseo luego de la cena). Al llegar al punto elegido para el crimen, con la emoción en su rostro por el acto que iba a efectuar (demostrarse a sí mismo que podía cometer un asesinato perfecto y, tal vez, cuando el mundo estuviera mejor dotado, mostrárselo a la humanidad), se descuidó y esos instantes fueron motivo suficiente para que un automóvil que venía a gran velocidad lo atropellara y matara instantáneamente. La presunta víctima que caminaba adelante, no acostumbrada a meterse en asuntos ajenos, escuchó el rechinar de las llantas y un patético grito; no obstante, apenas miró hacia atrás (un borracho y un distraído; cuándo mejorarán las cosas, pensó); era claro que el hombre nunca poseyó conciencia de cuán cerca estuvo de formar parte de un hecho histórico.
Sin embargo, sí hubo un crimen perfecto. El automovilista, después de pasar encima del descuidado, se dio a la fuga, como escriben los cronistas de nota roja, y nadie estaba en ese desolado sitio para anotar las placas y dar parte a las autoridades. Siendo justos podemos señalar que fue un homicidio involuntario perfecto. Sólo que la historia jamás registra tales casos; ni siquiera los conserva en los expedientes policiales; en nuestra época se han vuelto un aborrecible lugar común que nada de artístico tienen.
EL POZO DE LOS DESEOS
Pozo tacaño: nunca concediste un solo deseo; a cambio te quedaste con todas las monedas que los ingenuos te arrojaron.
GASTRONÓMICAS (I)
Vegetarianos mentirosos: sus aversiones contra la carne son ridículas, ¿cuándo han visto a un tigre o a un león, siempre hermosos y fuertes, padeciendo de ácido úrico?
GASTRONÓMICAS (II)
Vegetarianos asesinos: ustedes también comen cadáveres. Los de las plantas y hierbas, de verduras y frutas que sacrifican para conformar sus ensaladas y postres.
FEMINISTAS
Son aquellas que te abofetean cuando gentilmente abres la portezuela del auto y las que fingen distracción al pagar la cuenta del restaurante.
OTRA DEFINICIÓN DE FEMINISTA
Son aquellas que trabajan doble: en la causa y en el hogar, cuidando niños, dándole de comer al marido, lavando y planchando, una vez que han depositado cuidadosamente en el clóset las pancartas de su movimiento.
MÁS AÚN SOBRE LAS FEMINISTAS
Mientras más conozco a las feministas radicales, más amo a las señoras de las Lomas y del Pedregal de San Ángel.
LA MUJER QUE SABÍA TODO
El circo Victoria pudo obtener a la mujer que todo lo sabía. No fue fácil contratarla, su sabiduría infinita resultaba costosa. Al fin, ella fue instalada en una carpa lujosa, amplia, donde pudiera meditar sobre sus prodigiosos conocimientos. No trabajaría con otros personajes del circo, tendría su propio lugar, lejos de payasos, domadores y monstruos tales como enanos, la mujer con barbas, hombres poderosos y las aburridas adivinadoras.
Pronto su fama creció y en todas las ciudades a las que el circo llegaba, la gente se arremolinaba para hablar con ella, preguntarle una fórmula matemática, algún secreto del verso o algo sobre la vida de artistas y poetas. Nada quedaba sin respuesta: temas políticos, religiosos y hasta filosóficos. Se dio el caso de estadistas que fueron a consultarla, preguntarle sobre la manera de salir de tal o cual dificultad económica.
Sin embargo, pese a su éxito, aquella enigmática mujer de profundos ojos oscuros y cabellos ensortijados decidió retirarse y no trabajar más. Regresaría a la oscuridad de su pequeño pueblo. El dueño del circo —desesperado— en vano trató de convencerla. Estaba decidida. Para tranquilizarlo, porque había sido un excelente patrón, aceptó darle una explicación de su retiro.
—Cuando me buscaban científicos e historiadores, gobernantes y filósofos, empresarios y artistas, el trabajo tenía algún interés, podía mostrar mis conocimientos superiores y eso me confortaba, era de mucha utilidad y el circo brillaba como nunca; pero cuando los niños comenzaron a traerme sus tareas, decidí que era el momento de retirarme.
MEMORIA PRODIGIOSA
No deja de llamarme la atención el hecho de que ahora recuerdo con gran nitidez sucesos y personas que jamás han existido.
ALTA TECNOLOGÍA
¿Cómo explicar la Conquista de México? Cortés fue, como la gran mayoría de los héroes, un hombre afortunado y que supo aprovechar la tecnología: el acero y los caballos. El primero demolía los escudos de madera, cuero y plumas; los segundos, al caer heridos de muerte, dejaban al jinete, provisto de una armadura, intacto. La incredulidad de los aztecas ante el prodigio de la separación se transformó muy pronto en espíritu de derrota.
EL ÚLTIMO TRABAJO
El verdugo fue encontrado culpable del asesinato de su esposa. Lo juzgaron. Y un jurado implacable lo condenó a muerte. No existiendo en aquella nación otro verdugo, él mismo tuvo que ejecutarse. Siempre profesional y riguroso, hizo su más bello trabajo.
MR. HYDE
Odio a las personas de paz y decentes, odio en especial a los policías: siempre llegan en el momento menos oportuno interrumpir una espléndida pelea callejera o un sangriento asalto.
LA PIEDRA FILOSOFAL
El alquimista John Dee llamó a sus generosos patrocinadores. Había tenido éxito: ¡al fin, la piedra filosofal! Nobles, clérigos y mercaderes, que creyeron en su talento y en su ciencia, serían largamente recompensados.
En el laboratorio oculto a los profanos, en el sótano de un antiguo castillo, rodeado de retortas con ácido tartárico de potasa, de rocío de mayo, de disolvente filosófico, vitriolo y de otras sustancias maravillosas, John Dee, el gran Adepto, tomó la piedra filosofal y con ella transformó un lingote de oro puro en plomo de la mejor calidad ante el asombro de la multitud.
PARA HACER LLOVER
Las leyendas racistas norteamericanas nos han hecho creer que los indios pieles rojas bailaban y cantaban para atraer la lluvia. La cinematografía de Hollywood consagró el hecho como un ridículo lugar común. Pero ahora sabemos, gracias a la investigadora y bruja, Marguerite Elsbeth, que otras eran las formas para que lloviera; por ejemplo, entre los miembros de la tribu Tlingit, que una mujer peinara su cabello fuera de la tienda era suficiente para desatar un aguacero. Los indios Hopi, cuando sus pastos y montañas tenían sed, solían voltear un escarabajo negro. Por último, los afamados guerreros Sioux mantenían en la mano derecha una pequeña piedra de lava, la elevaban para acercarla a los dioses e imploraban: “Cielo, cielo, mira hacia aquí, derrama tus lágrimas sobre mí, hoy” y los espíritus de las aguas acudían en su ayuda.
¿Y los bailes? Eran para invocar a otros dioses, para que los búfalos llegaran en grandes manadas o para que el combate les fuera venturoso. En todos los casos, esos legítimos americanos disfrutaban bailando y cantando, ajenos a las desdichas que el pavoroso hombre blanco les acarrearía. Si por azar durante esas invocaciones caía una tormenta, no era motivo para alegrarse: el agua arruinaba la danza y concluía abruptamente el festejo ritual.
HAMBRE
Desperté con un apetito atroz e inaplazable; me dirigí a la cocina: el refrigerador estaba vacío; de una alacena obtuve un libro con docenas y docenas de sabrosísimas recetas; inmediato lo herví en la olla de presión y luego puse la mesa dispuesto a darme un suculento banquete con sus páginas.
POR AMOR A UN AUTOMÓVIL
Mi fascinación por los automóviles deportivos fue más poderosa que el amor por las mujeres. Desde niño recortaba las fotografías que de ellos aparecían en diarios y revistas, compraba réplicas en miniatura y autos de cuerda. Creo que tengo una información enciclopédica sobre coches y la posibilidad de identificarlos con sólo ver una parte del motor, la carrocería o el tablero; puedo, asimismo, recitar con naturalidad sus características mecánicas. Así que en cuanto ahorré algo, castigando mi modo de vida, adquirí a plazos un soberbio Porsche 911 Carrera 4, Cabrio, gris plata con interiores de suave piel negra, 3,387 de cilindrada cúbica y seis velocidades al piso. El precio al contado era de 155 mil dólares; en mensualidades, como yo lo adquirí, es fácil imaginar el aumento en intereses. Con este coche, imposible vestir con el desaliño de un intelectual progresista: tuve que mejorar mi guardarropa con trajes, abrigos, chamarras y corbatas de marca e ir a los mejores restaurantes y bares. En ellos, el encargado de estacionario se sorprendía y hacía algún comentario banal: como: Jefe, anda usted a pie, o algo peor: Ya es secuestrable. En atención a su asombro, le daba en lugar de los veinte pesos usuales, un billete de doscientos. Enseguida le tocó al propio auto: cómo guardarlo en cualquier casa y me arriesgué con una nueva, vistosa y dueña de amplio garage en zona elegante. Es obvio, las mujeres aceptaban una invitación a cenar, eran mujeres acostumbradas a gastar y entonces había que llevarlas al mejor de la ciudad y pedir, por lo menos, un buen vino francés. El dinero se terminó con celeridad, agoté mis tarjetas crédito y firmé toda clase de pagarés y préstamos con tal de sobrevivir y disfrutar de mi Porsche. Ahora estoy a punto del suicidio a causa de mis deudas y ni siquiera pude conservar el coche. La agencia lo recogió cuando me descubrió incapaz de pagar una más de las mensualidades.
PRECOCIDAD
Aquel joven prodigioso a los veinte años ya había hecho todo y probado todos los placeres de la carne y de la mente imaginable. Solo le falta conocer hembra.
TELEVISIVA
La mujer sangraba, tenía heridas por todo el cuerpo, el vestido desgarrado, en el rostro se reflejaba el pánico; sólo aguardaba la embestida final del monstruo. En ese momento una interrupción vino en su ayuda: la historia de terror quedaba trunca. Ella, aprovechando el anuncio de whisky, se alejó rápidamente de la bestia asesina. Al volver el filme, el suspenso había desaparecido: por un lado el monstruo desconcertado buscaba a su presunta víctima, por el otro la mujer llegaba conduciendo su automóvil a casa del héroe, médico por cierto, para restañar sus heridas.
LAS ESCOBAS
La escoba es uno de los más grandes inventos de la humanidad, en alguna medida comparable al arado o a la rueda.
Durante una larga época las escobas fueron fundamentales, tanto en modestas chozas como en lujosos palacios. Eran las peores enemigas de la tierra y la basura, fáciles de construir y baratas. También fueron instrumentos voladores como lo probaron las brujas.
Pero nada es eterno. La grandeza de la escoba se acabó cuando en pleno siglo xx alguien tuvo la ocurrencia de inventar la aspiradora. Desde un principio se planteó como una mejor alternativa para eliminar la tierra de los hogares y oficinas. Los anuncios indicaban: No cambie el polvo de lugar, absórbalo con su aspiradora (y aquí la marca del producto). Ahora no es necesario explicar las ventajas de la aspiradora sobre la escoba. Todos saben que la ciencia y la técnica la convirtieron en algo obsoleto.
Sin embargo, ahí sigue la escoba, sin rendirse ante la orgullosa aspiradora. Ciertamente ya no la usan para limpiar la sala o las recámaras, pero en los patios de servicio y en las calles, por ejemplo, siguen ayudando al ser humano a vivir en medio de lugares limpios.
En todo caso, hoy en día nada mejor que la escoba comprobar, aunque sea de modo elemental, las contradicciones sociales. Mientras que en las casas de ingresos altos medios existen aspiradoras, en las de escasos recursos, donde habitan los desempleados, los subempleados y en general las capas más pobres de la población, solamente hay escobas.
LABERINTOS
Creó aquel endemoniado laberinto (todo laberinto, aun el más inocente, según Borges, tiene algo de infernal) con una sola intención: que sus visitantes pudieran entrar, pero jamás salir.
Desde entonces así ha sido y quienes estamos afuera suponemos que adentro se ha conformado una nueva sociedad. Los que vagan por sus corredores infinitos forman parejas y familias y siguen caminando con la absurda esperanza a cuestas de hallar la salida en algún momento afortunado. No. Envejecen y mueren igual que sus padres y abuelos.
Es ridículo que nosotros contemplemos el laberinto con aires de triunfo, pensando que estamos a salvo, que hemos tenido buena suerte. En realidad vivimos dentro de uno mayor. El malvado creador, Dios para algunos, naturaleza para otros, qué importa, igual tiene atrapada a la humanidad, la que deambula por el planeta disfrutando de una libertad ilusoria.
Moraleja: todo es cuestión del tamaño del laberinto.
Antimoraleja: cada quien tiene el laberinto que se merece.
LA COMIDA DEL DISTRAÍDO
Llegó al lujoso restaurante y el mesero, por descuido, en lugar de ofrecerle la carta, le entregó la cuenta.
El cliente vio la abultada suma y, sin más, pagó añadiendo una generosa propina.
Salió a la calle sintiéndose terriblemente satisfecho: la comida había sido magnífica, los vinos también y el postre insuperable; caminaría un poco para ayudar a la digestión.
PRETEXTO PARA NO IR A UNA FIESTA
Estimado don Edmundo Domínguez Aragonés:
Nada me hubiera impedido asistir a vuestra fiesta, salvo la muerte, así que dad por hecho mi fallecimiento y de este modo mi presencia al otro lado de la ciudad en un inevitable funeral: el mío.
Pero si acaso mañana o pasado mañana sabéis de mí en alguna reunión social, entonces no os quedará más remedio que creer en la resurrección de la carne y poneros a glorificar al Señor.
MALINCHISMO
La Malinche, de tan mala reputación en México, no fue una traidora.
Su papel fue menor al asignado por la historia: era simplemente una intérprete.
NOCHE Y DÍA
Los antiguos celebraban sus ritos con el fin de festejar el triunfo del bien sobre el mal; es decir, del día sobre la noche. Pero esto, que se llevara a cabo en tantas y tan diferentes civilizaciones y que hoy sigue vigente merced a símbolos literarios y metáforas, es una exageración o una torpeza que el hombre comete con tal de verse rodeado de luz o, si se prefiere, de triunfos y vida. Ni el Paraíso es sólo luz ni el Infierno es únicamente oscuridad.
El día triunfa sobre la noche, en efecto; pero ésta, al ponerse el sol, domina las luces y las tinieblas aparecen. Todo es relativo: el éxito de la luz dura unas cuantas horas y termina por someterse a la oscuridad. Y a la inversa. Así que aquellos antiguos festejos eran un pretexto para efectuar abundantes libaciones, comer opíparamente y danzar por largo rato.
Sí, hay que festejar al día que nos permite ver las cosas con claridad y trabajar. Asimismo hay que honrar a la noche que le concede al cuerpo la oportunidad de recabar sus fuerzas para hacer otras cosas que resultan más divertidas.
TURISMO ECONÓMICO
Tome el metro en la estación mexicana de Bellas Artes y descienda, según sus gustos, en la estación parisina del Louvre o en una neoyorquina, digamos en Broadway.
EL TITANIC Y EL ICEBERG
Un iceberg más grande que Bélgica fue observado en el Pacífico Meridional en 1956. Medía 322 kilómetros de largo por 97 de ancho, el más grande jamás visto.
ISAAC ASIMOV, El libro de los sucesos
Sin duda uno de los mayores monumentos a la grandeza humana es el afamado barco Titanic; pero lo es también a la arrogancia y estupidez. Su hundimiento en 1912 ha sido tema de innumerables conversaciones, libros, reportajes y filmes. Lo mejor de todo ello ha sido la notable crítica de Joseph Conrad, en cuyos párrafos hay una precisión: “Esto no fue un drama, ni un melodrama, ni una tragedia, sino la exposición de un arrogante desatino”. Es difícil que en alguna parte del mundo haya gente que desconozca su tragedia y al mismo tiempo resulta explicable que entre tantas tragedias ésta haya sido seleccionada para ingresar en las difíciles páginas de la inmortalidad. Pero y el iceberg (esos castillos flotantes de cristal, según las primeras definiciones), ¿qué pasó con ese prodigio natural, que viajaba lenta y plácidamente por los mares del Atlántico Norte? Su enorme masa de más de cien mil toneladas de peso, desprendida tal vez de Groenlandia, cuya sola punta era ya descomunal, la altura del Empire State, siguió su marcha apenas mellada por el buque que presumía de insumergible (de cincuenta mil caballos de fuerza, en cuyas cuatro chimeneas podían ser alojadas cómodamente más de ocho locomotoras de vapor), y se quebró de modo asombroso. Las corrientes lo trajeron de un lugar a otro, paseó majestuosamente por los mares sin tener ya encontronazos de ninguna especie. A lo largo de décadas fue perdiendo peso, aguas menos frías contribuyeron a su gradual disminución. Al final, mientras el mundo ovacionaba la película de James Cameron, Titanic, y Hollywood le concedía once premios Oscar, un pedazo de hielo, lo único que quedaba del inmenso iceberg, se disolvía en las costas de Florida. Algún alegre bañista le dio un manotazo al confundirlo con el cubo de hielo de una bebida derramada en el mar, sin imaginar que ese trozo congelado eran los restos del memorable iceberg que con facilidad pudo hundir durante su primer viaje al barco más célebre de todos. Iceberg del que nunca nadie ha narrado su fascinante aventura ni su grandeza natural, su notable victoria sobre una inmensa creación humana, a lo sumo es calificado como el villano que acabó con un sueño y la vida de 1,500 ilusos entre multimillonarios, aventureros y emigrantes.
SUGERENCIA PARA PRINCIPIAR UN LIBRO
Vivió en tiempos muy malos: cuando los hombres estaban divididos por fronteras, idiomas, religiones, por colores.
LAS MURALLAS DE JERICÓ
El ingeniero que diseñó y construyó el cuartel que albergaría a las tropas antiguerrilleras y a sus asesores estadunidenses, voluntariamente equivocó los cálculos de la resistencia de materiales. Los soldados pasaron su primera noche en el moderno edificio. Y por la mañana, cuando la corneta los despertó, presenciaron aterrados cómo los techos se desplomaban sobre ellos a causa de las vibraciones que emitía el poderoso instrumento.
Moraleja: todos pueden contribuir en tareas revolucionarias.
MODESTA HISTORTA DE 1847
El sobrino de Karl Marx todos los días lo veía escribir, leer, consultar, cotejar, meditar hondamente y volver a escribir. Un día, fastidiado por aquella rutina, y queriendo salir a divertirse, le rogó:
—Tío, por favor, llévame a pasear, pasas el tiempo trabajando, ni que estuvieras escribiendo El Capital.
SÍ SEÑOR: HAY QUE MORIR POR LA PATRIA
Como las marinas mercante y de guerra de Jota aún son débiles y sus barcos viejos, cada vez que alguno sale a alta mar se hunde irremisiblemente. Entonces el capitán decide morir junto a su nave, fiel a viejas tradiciones marítimas renovadas por su gran conciencia patriótica. Pero he aquí que también los tripulantes optan por irse a pique con el barco y con el capitán. Y como si eso fuera poco, los pasajeros (y los polizones) asumen la misma actitud y juntos desaparecen bajo las aguas azules del océano. Ah, esto es un espectáculo emocionante que incluso se ha logrado filmar con fines cívicos y pedagógicos. Sobre todo el momento en que la embarcación comienza a hacer agua y los marineros, en lugar de remediar el problema, se preparan para morir con dignidad por la patria y hay quienes poseen el temple para arreglarse el pelo o acomodarse la ropa o cepillarse los dientes. Izan la bandera y entonan el himno nacional. Ninguno tiembla, saben que cumplen con su deber y que sus nombres aparecerán en letras de oro en el Recinto de los Héroes. No se alteran y van sumergiéndose lentamente, mientras saludan con la mano a la altura de la frente y gritan ¡Viva Jota! Luego, sólo burbujas festejando el triunfo marino. En ocasiones, cuando la nave naufraga despacio, alcanza a recibir un viril mensaje presidencial que los incita a morir como valientes y a demostrarle al mundo cómo son los ciudadanos de Jota: hombres de verdad. Para el gobierno el asunto es excitante y después de la tragedia (“que enlata al país”) efectúa una ceremonia fúnebre por los desaparecidos y el Secretario de Marina lanza discursos larguísimos con frases así: devorados por el mar, murieron por la patria, su ejemplo no será olvidado, su muerte no fue en vano, rindieron tributo a Neptuno. Pero el caso es que ya tantos han rendido homenaje a este dios que ahora los barcos restantes carecen de tripulaciones. Por ello, en la Escuela de Marina, hay un letrero cotidiano: Inscripciones abiertas. Y desde tempranas horas una larga cola aguarda para ingresar y cuanto antes poner a prueba su acendrado amor a la patria. Los jóvenes marineros —que no llegarán a viejos lobos de mar— sueñan con el día de abordar un buque que los conducirá directo al fondo de algún océano, una vez que sus familiares los despidan, exhortándolos a que cumplan con su deber. En fin, esperamos que la población no desaparezca totalmente, para que Jota pueda seguir mostrando al mundo lo que se logra con buenas dosis de orgullo nacional.
CUANDO ASESINARON A LOS MARES
El pequeño país comenzó a ganarle terreno al mar, obvio es decirlo, con el consentimiento de las potencias de esa época, que así, ingenuamente, pusieron las bases de su destrucción. Pasó el tiempo, metro a metro, kilómetro a kilómetro, y los laboriosos habitantes seguían empeñados en la tarea de recuperar terreno, aunque en rigor ahora estaban robándolo; una blasfemia contra la naturaleza. Primero desapareció el mar que tenían al frente, luego bebieron los océanos Atlántico y Pacífico y las aguas heladas de los polos y el país llegó a tener el territorio más vasto, ocupando la tercera parte del globo. Fue la potencia número uno gracias a dos cuestiones sucesivas: el esfuerzo y tesón de sus ciudadanos y la explotación de otros pueblos dominados por su poderosa economía. Finalmente controló al mundo (con casi todos los países tenía fronteras). Lo que más sintieron los hombres no fue el yugo y la tiranía de la formidable potencia (de ellos podrían liberarse a la larga), no, lo que más lamentaban era la pérdida de los mares y de los peces ahora cubiertos por monstruosas montañas de piedra y tierra, arrojadas para que creciera un pequeño Estado que requería espacio vital. La navegación desapareció para siempre: los barcos estaban en museos o convertidos en chatarra, y los seres humanos, a hurtadillas (les estaba prohibido hablar sobre el pasado), conseguían imaginar las arenas doradas de una playa; la suave brisa marina, el inquieto oleaje de formas coronadas de blanca espuma, transparente. Algunos, con espíritu de navegantes, de antiguos lobos de mar, pensaban, no sin esfuerzo, en las mareas, en la violenta transición de la tormenta a la calma, en los rayos solares compitiendo en belleza con el mar y éste argumentando con sensuales movimientos de plata envueltos en tonos del verde al azul. Y con más aliento aún, sentían el rostro húmedo por el viril aire de alta mar, que dejaba un gusto a sal y el vaivén de las naves, saludado por cordiales peces metálicos, mientras que desde cubierta era imposible vislumbrar franjas terrestres o ver gaviotas en pleno vuelo. Entonces, el agua salada provenía de los ojos de los duros hombres que nacieron marinos en un mundo carente de mares.
LA MEJOR MANERA DE CONSTRUIR UN PAÍS
Planearon tan bien al nuevo país que incluso ya estaban preparados los monumentos de los futuros héroes y próceres nacionales, los sitios donde serían conmemoradas las batallas en defensa de la patria (lo usual: arcos triunfales y columnas trajanas), la rotonda de los hombres ilustres con las fosas abiertas, la historia estaba impresa y las calles y los jardines públicos tenían inscritos los nombres de las personalidades que apenas ahora nacen.
FÁBULA D LAS ILUSIONES PERDÍDAS
Era un país tan pobre y atrasado que para subsistir medianamente tuvo que recurrir a la exportación de los únicos productos que poseía: ilusiones y esperanzas. Al principio en todo el mundo hicieron fuertes pedidos: deseaban obtener ilusiones y esperanzas importadas, creyendo que tendrían mejores resultados que con las de manufactura nacional. Gracias a tal situación, la economía del país pobre prosperó notablemente y sus ciudadanos conocieron nuevos niveles. Pero llegó el momento en que ya nadie deseaba vivir de ilusiones o de esperanzas aunque fuesen extranjeras; ahora querían realidades a cualquier precio, provinieran de donde provinieran. Creció la demanda de realidades, hasta que de plano desaparecieron las compras de ilusiones y esperanzas. El país perdió su fuente de ingresos y volvió a su acostumbrada miseria. Los moradores, entristecidos, sin dinero para adquirir realidades, consumieron sus propios productos y hoy viven de milagros. Pobres, deberían hacer la revolución, es su única esperanza.
LA MEJOR MANERA DE CONSTRUIR UN PAÍS
Planearon tan bien al nuevo país que incluso ya estaban preparados los monumentos de los futuros héroes y próceres nacionales, los sitios donde serían conmemoradas las batallas en defensa de la patria (lo usual: arcos triunfales y columnas trajanas), la rotonda de los hombres ilustres con las fosas abiertas, la historia estaba impresa y las calles y los jardines públicos tenían inscritos los nombres de las personalidades que apenas ahora nacen.
SE SOLICITA CONSTITUCIÓN
Algo tremendamente anticonstitucional es la pérdida de la Constitución. Hay quienes suponen que fue robada de su recinto por un burócrata amargado o por algún extremista, pero también existen los que piensan que anda traspapelada en un archivero o bien en una simple gaveta. Tampoco han dejado de opinar los que aseguran que está oculta por ahí. Sea como sea, la República no puede continuar sin dicho documento. Las recompensas ofrecidas por el señor presidente a quienes informen sobre su paradero siguen aguardando. Ha habido falsas noticias, pero no fueron repetidas luego de castigar a los bromistas.
El gobierno lamenta oficialmente no haber tenido más que el ejemplar original. Pero nuestros juristas y hombres de Estado opinaron que sólo se trataba de un símbolo —tan necesario para los pueblos— y que el hecho de poner la Constitución fiera de las manos de todos impedía violaciones, tanto al conjunto como a algunos artículos en especial. La tesis era: lo desconocido no puede ser quebrantado (sic). Y nadie hizo caso a los tres legisladores que dijeron: por encima de los hombres están las instituciones y los símbolos. Ahora se pide, en caso de localizarla, que el gobierno imprima un considerable tiraje de la Constitución. Y, por las dudas, representantes populares vigilan día y noche para que no vayan a poner en el recinto solamente las pastas con letras doradas: Constitución del País. Pero no es momento para lamentarse. El extravío de la Carta Magna puede propiciar o un cuartelazo que degenere en dictadura militar o una invasión de parte de cierta potencia que, con el pretexto pueril de pacificar y ayudarnos en la búsqueda, nos convertirá en colonia
Las autoridades más altas discuten acaloradamente buscando solución al problema. El pueblo exige el inmediato encuentro de la Carta y, de no lograrse en plazo razonable, amenaza con la revolución. Un grupo mínimo muy conservador propone un nuevo congreso constituyente; aunque en realidad nadie escucha esa petición y sí, en cambio, todos se aprestan a implantar medidas objetivas y radicales que en lo futuro eviten complicaciones.
Mientras tanto, el país vive una especie de estado de naturaleza moderno.
REPRESIÓN
(si Hollywood hubiera vivido bajo el “socialismo real”)
El ejército y la policía estaban preparados y las armas listas. Todo era cuestión de aguardar el momento adecuado. El dictador (Jack Palance), en sus lujosas oficinas, no se preocupaba mayor cosa: confiaba en las fuerzas de seguridad para someter al pueblo enardecido por años de explotación. Un rugido llegó hasta él. Llamó a sus generales y se aprestó a defender el Palacio Nacional. Con tranquilidad, dio órdenes para que abrieran las puertas, salieran los tanques y la infantería que eliminaría a sus enemigos. En la Plaza Principal revoloteaban los helicópteros artillados de la tiranía. Los insurgentes irrumpieron en el lugar. Oleadas de fuego incendiaron blindados e hicieron retroceder a las tropas. No cabía la menor duda: el dictador no resistiría el empuje de Godzilla.
REFLEXIONES Y ALGUNOS AFORISMOS POLÍTICOS
Los continentes sufren desgastes por la acción violenta y permanente de los mares.
En consecuencia, los continentes están irremisiblemente condenados a desaparecer por la erosión marina.
Al final del tiempo, en la tierra sólo reinarán las aguas. Mi única duda es saber si el hombre sobrevivirá al triunfo acuático regresando a sus orígenes.
*
El mono es un hombre que no quiso evolucionar. (Y es comprensible.)
*
Nadie es por con el Dr. Jekyll ni nadie es plenamente Mr. Hyde. Todos somos la mezcla de ambos. Hasta las novelas y los filmes, donde el bueno es siempre un bondadoso acartonado y el malo es por fatalidad el villano, tienden a su desaparición. La historia debería hacer algo parecido para evitar que los héroes fueran nada más monótonos héroes, sin defectos, sin temores ni titubeos, mientras que los malvados sólo conocen las páginas negras de los libros. Hagamos del hombre un ser magníficamente imperfecto.
(Después de leer “El Dr. Jekyll y Edward Hyde transformados” de J. L. Borges.)
*
Qué tristeza: hoy en día el mismísimo zoon politikón está despolitizado.
*
No existe término más exacto para calificar al Estado, instrumento de las clases opresoras que mantienen un sistema de explotación, que el utilizado por Hobbes: Leviatán.
Porque el Estado es un monstruo poderosísimo y lleno de maldad: “no hay potencia en la tierra que pueda serle comparada (Job, xL, 20).
Felizmente, y gracias a Mancy Engels, sabemos que esa terrorífica criatura, invención humana, se extinguirá sin remedio.
*
Basta con una simple mirada a mi alrededor para comprobar que, como decía Marx, vivimos en la prehistoria.
Aguardo con impaciencia el principio de la historia humana.
*
Jonathan Swift, harto de la estupidez humana y tal vez de los valores del cristianismo, inventó su Utopía igual que Moro, Bacon, Campanella y otros; pero considerando imperfectas las obras y sus congéneres fue más lejos al crear un país y una civilización verdaderamente equilibrados bajo “el gobierno de la razón”; y el milagro de una sociedad irreprochable sólo podía ocurrir si no la integraba hombres (de sobra han demostrado su ineficacia para ser felices); sus habitantes eran, nos explica el escritor irlandés a través de Gulliver, houyhnhnms, es decir aquellos que conocemos con el nombre de caballos.
¿Pero por qué precisamente este animal? Si bien el coeficiente de inteligencia del equino es notable, su cuerpo no está conformado para construir y utilizar herramientas que transformen la naturaleza. Podríamos pensar que se trata de retribuir a un animal que siempre ha contribuido al progreso humano y que por su belleza le es agradable al hombre. ¿Por qué razón Swift no pensó en los monos para poblar su Utopía adelantándose así, en cierta medida, a Darwin? De todos los seres de la Creación, exceptuando al homo sapiens, los antropoides son los mejor dotados y hasta pueden hacer cosas parecidas a las supuestamente destinadas en exclusiva a nosotros.
La única respuesta posible es que Swift tuvo miedo de crear un país para el mono, su figura no es grata a la racista concepción occidental de belleza (y si a la fecha no le perdonamos que sea nuestro más directo antecesor, con doble razón en aquellos tiempos), y así evitó burlas ganando, en cambio, admiración y prestigio al hacer uno habitado por caballos. El castigo por su falta de audacia (incomprensible en un hombre de la sensibilidad y el temple de Swift) es que ahora, una obra maestra de enorme profundidad, de proposiciones políticas y morales extraordinarias, deseosa de mejorar el mundo, destinada a los pensadores más lúcidos, encontrara con el paso de los años su principal público en los niños.
*
En la historia de las utopías hay un hueco: falta la más hermosa, aquella donde sus moradores jamás pasen de los diez años de edad.
*
De Platón en adelante, los grandes pensadores han tratado de organizar más inteligentemente a la humanidad y sus esfuerzos han terminado en loables intentonas poco serias, en estrepitosos fracasos o en bellos textos literarios. Sin embargo, pese al desolado panorama, no todo está perdido: nos queda aún la gran Utopía de Marx.
EL SEÑOR PRESIDENTE
El asesor político fue llamado por el secretario del Interior.
—Quiero —dijo imperiosamente— un libro sobre la concepción ideológica de nuestro Primer Mandatario. Le ruego me presente de inmediato un proyecto.
El asesor fue a su biblioteca y allí se puso a meditar larga y profundamente sobre la tarea encomendada. Por cinco o seis días trabajó con intensidad. Por fin, se presentó en la oficina gubernamental. En sus manos llevaba el ideario político del Señor Presidente: unas hojas en blanco.
LOS TRES REYES MAGOS
Debo confesar que, siendo por completo republicano desde niño, no he podido tolerar a los tres Reyes Magos.
LA HUELGA
(HOMENAJE AL REALISMO SOCIALISTA)
Ante las puertas de la fábrica habían puesto la bandera rojinegra y una enorme manta con las palabras BASTA DE EXPLOTACIÓN. Los trabajadores hacían guardia y con entusiasmo evitaban las provocaciones de los agentes burgueses. Gerardo, el muchacho, permanecía con el Comité de Huelga y juntos hacían planes para doblegar a los patrones. Terminemos con las injusticias, explicaba vehemente nuestro héroe.
Un rumor llegó hasta el lugar. Los trabajadores se inquietaron. El rumor aumentó de intensidad y pronto fue un ruido de motores. De los vehículos antimotines descendieron cientos de policías armados y rodearon la fábrica. Amenazantes, blandían cachiporras, escopetas y fusiles de gas lacrimógeno. Los represores avanzaban sin escuchar a los huelguistas que gritaban: Ustedes también son el pueblo, somos hermanos. ¡Viva la libertad! A una señal, los canallas empezaron a disparar y a golpear con saña a los huelguistas. La sangre corrió. Todo en nombre del Estado burgués y de su aliado principal, el imperialismo.
Los obreros se defendían con ardor, gritando vivas a los trabajadores antes de caer. Qué valentía desplegaba aquel puñado heroico de mártires que luchaba por mejores condiciones de vida. Para ellos y para sus hijos y los hijos de sus hijos. Para crear una sociedad sin injusticias. Pero los policías los superaban en número y su armamento hacía estragos.
De pronto, un representante del poder burgués llegó hasta la puerta de la fábrica y violentamente arrancó la bandera rojinegra. Un alarido surgió de las gargantas de los huelguistas. El muchacho corrió a rescatarla. Con ella en la mano izquierda, haciéndola ondear, se defendía de los ataques arteros.
Los trabajadores iban cayendo por los crueles golpes y disparos de la siniestra policía.
El Comité de Huelga resistía, atrapado en el fondo de un sórdido callejón. Más no soportaría mucho tiempo. El glorioso movimiento se perdería, pensaba Gerardo, quien con un palo derribaba represores.
Cuando sólo quedaban en pie Gerardo, el secretario de Abastecimientos y el de Actas y Acuerdos, cuando todo parecía irremisiblemente perdido y la policía entonaba su canto victorioso, se escucharon las notas triunfales de un clarín; su mensaje era inequívoco: ¡el proletariado acababa de tomar el poder y se dirigía hacia ellos para salvarlos!
LAS CENIZAS DEL GENERAL
Cuando el general fue enterrado (falleció de un infarto) sus tropas dispararon, como postrer homenaje a quien en vida recorrió la escala militar sin combatir, dando órdenes a gritos desde su escritorio, tres descargas: todas sobre el cuerpo, mientras una corneta tocaba silencio. La viuda y los hijos, que nada sabían de reglamentos castrenses, agradecieron el acto y abrazaron el cadáver acribillado.
Después, el general entró en el horno crematorio y de allí salió convertido en cenizas. Los familiares las depositaron en una urna y la afligida viuda la puso en la biblioteca, en el sitio de honor, entre manuales militares, escritos sobre administración pública y libros patrios.
Un día la sirvienta, exageradamente limpia, se topó con la urna: la miró con mucho cuidado y tras una leve reflexión conectó la aspiradora y absorbió las cenizas del general.
Al enterarse de la situación la viuda corrió hacia la aspiradora: estaba llena de polvo, insectos muertos y otro tipo de inmundicia, era difícil separar los restos de su marido de entre la basura de la alfombra; por ello, aún llorosa, retirando las colillas de cigarros y las moscas, optó por colocar, en lugar de la urna, a la aspiradora, a la que, desde ese momento, la familia, en los aniversarios de la muerte del ilustre general, rinde cariñosos honores.
BUROCRACIA
(Después de ver El testamento de Orfeo de Jean Cocteau)
Un elegante ujier le pidió al poeta que esperara para ver al señor ministro. Así lo hizo. Pero tanto aguardó que cuando al fin fue recibido, el ministro era ya presidente de la República.
LOS TRES MÁS GRANDES HOMBRES
En algunos de los cientos de libros que leí sobre la “gloriosa edificación del socialismo” encontré algo así: alrededor de 1946, en la casa de un obrero soviético estaban tres retratos: el de Lenin, creador de la Revolución Rusa de 1917, el de Henry Ford, inventor de la producción en cadena, y el de Stalin, el hombre que había sido capaz de frenar a las hordas nazis. Los tiempos han cambiado dramáticamente; no obstante la iconografía de algunos izquierdistas no ha variado gran cosa: suprimieron al último (que ahora todos critican) y en su lugar pusieron el del coronel Sanders, creador de la fórmula secreta para elaborar el pollo frito estilo Kentucky y precursor de la fast food.
GLOBALIZACIONES
La primera gran globalización la produjo el Imperio Romano, la segunda fue la que llevó a cabo el cristianismo, la tercera se quedó en el camino y fue la marxista; la cuarta es por completo incierta. Esperemos la quinta.
En tanto, la globalización cultural perfecta es la que ha realizado Hollywood, aquella en donde los griegos, egipcios, aztecas, romanos, alemanes, rusos, mexicanos, argentinos, italianos, árabes y tantos otros hablan inglés y actúan como si acabaran de salir del Actor Studio.
SE TRATA DE UN BOMBERO QUE SÍ APAGA EL FUEGO CON AGUA
El general Maclovio Fierro, cuyos hombres respetaban por que era muy macho (en diversas ocasiones él solito, sin más defensa que su metralleta y granadas de mano, se enfrentó a turbas de obreros huelguistas y detuvo marchas de campesinos famélicos), recibió un paquete. Con sumo cuidado lo desenvolvió. No vaya a ser una bomba enviada por terroristas. No, eran libros. Las precauciones nunca están de más, dijo pensando en voz alta, mientras la Juana, su amante favorita, aguardaba detrás de las gruesas cortinas de terciopelo morado con motivos rococó en verde.
Maclovio el furioso desparramó los volúmenes sobre la mesa del comedor quitando las botellas de coñac.
—¡+! ? # $ % & ¡ +.
La Juana, que no se escandalizaba ante el lenguaje obsceno de su Maclo, se acercó y participó de la indagación del duro guerrero que, a través de un memorándum, se percataba de sus nuevas tareas. Órdenes son órdenes y habrá que cumplirlas. El general sabía leer pero con dificultades, así que luego de dos meses sólo había terminado tres libros y eso, saltándose las páginas.
En ese momento Juana dijo melosamente:
—Viejo, ¿no quieres que te haga chilaquiles bien picosos y destape cervezas heladas? Hoy es tu último día de vacaciones y casi no me has hecho caso por estar con esas porquerías, vaya Dios a saber qué son.
El aguerrido general estalló:
—¡Eso son, porquerías! Nomás he perdido dos meses de mi vida leyéndolas. Tales por cuales, ¡ + ! ? # $ % & ¡ +
—y mirando una lista confeccionada por él prosiguió aún más agitado—: ¿Qué es eso de materialismo dialéctico, plusvalía, praxis, lucha de clases, enajenación? ¡Y los nombrecitos extranjeros!: Marx, Engels, Mao, Giap, Lenin, Trotsky… A mí que me digan con quién debo luchar y se terminó el problema.
Y después de ponerse la guerrera, tomar la cuarenta y cinco y despedirse mediante un beso de su amasia, salió más decidido que nunca a combatir al comunismo: debía ser algo terrible, pues no entendió absolutamente nada.
SOBRE TIRANOS
El chiste es un arte menor, con una trascendencia no solamente literaria sino también política. […] Los chistes han revestido siempre una importancia especial en las tiranías. Son cortos, se pueden susurrar al oído en pocos segundos y, al burlarse del tirano, le devuelven al nivel humano, falible, vacilante y estúpido como lo somos todos; y esto es algo que no puede soportar durante mucho tiempo la reputación de un tirano.
GEORGE MIKES
I
Para agasajar al general Marco Aurelio Carballo, quien cumplía quince años a cargo de la Presidencia Vitalicia, los miembros de la Oposición de Izquierda le organizaron un coctel Molotov, así que tuvo una fiesta muy explosiva.
II
El general Augusto Pinochet, jefe de la Junta Militar, uno de los más notables represores de su tiempo, célebre por su crueldad hacia los revolucionarios, teórico y práctico de la traición, supo por boca de su médico personal que los exámenes clínicos revelaban que su salud era buena, y le vaticinaban larga vida en detrimento de los movimientos populares gracias al buen número de eritrocitos y leucocitos que su sangre poseía.
—¡Eriqué!—vociferó el culto general.
—Glóbulos rojos, su excelencia —dijo tímidamente el doctor.
Por varios días el general Pinochet estuvo más histérico que de costumbre. Debía tomar una decisión ejemplar. Y así fue. Mandó llamar a su médico y en secreto le ordenó que sin excusa ni pretexto acabara de inmediato con sus glóbulos rojos. Pasaría a la historia como un auténtico campeón del anticomunismo y unas miserables partículas de su sangre no teñirían la gloriosa carrera iniciada tres años antes asesinando a miles de seres humanos y encarcelando a otros tantos. Su mandato fue obedecido.
Poco después, el debilitado general, respirando fatigosamente, en una cama del Sanatorio Militar, se dirigía a sus compañeros de armas para explicar el suceso y el porqué de la férrea determinación.
—El buen juez por su casa empieza —dijo orgulloso y en seguida entró en estado de coma.
II-Ix-76
III
El tirano subió las escalerillas del avión; una orquesta militar interpretaba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.
El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectáculo, también él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamaciones libertarias. Cuando la música hubo concluido, el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:
—¡Sálvese el que pueda! —antes de abordar apresuradamente el avión.
LIBERTAD
Los prisioneros se pudrían en las cárceles. La dictadura los torturaba o los asesinaba. Miles de patriotas desaparecieron tras los gruesos muros de los cuarteles. El muchacho estaba en el potro, resistiendo aún a sus verdugos; no aguantaría una sesión más; el dolor del suplicio era insoportable. Que daba únicamente un recurso para no delatar a sus compañeros de guerrilla: que hasta esa prisión inhumana llegaran a salvarlo.
Los martirizadores aumentaron la presión. Grité pidiendo clemencia, cuando “una mano tendida sujetó mi brazo en el instante en que, desmayado, me precipitaba en el abismo”.* Era el general Custer. La caballería entró en la ciudad y el tirano estaba en manos de sus enemigos.
* “El pozo y el péndulo” de Edgar Allan Poe.
EL ORIGEN DE LAS LEYENDAS
Para el común de la gente los huevos, uno de los más acabados prodigios de la naturaleza, son esencialmente una manera de alimentarse; poco se le ocurre que son, entre otras cosas, una forma de reproducción y un arte. A lo largo de mi vida he podido ver huevos enormes como los de un avestruz, los graciosos del colibrí, los sin cascarón de la tortuga, los que tienen en su interior un voraz y agresivo cocodrilo, los diminutos huevecillos de las arañas, petrificados en el caso de los dinosaurios, de hermosas pedrerías como los de Fabergé que acumularon los zares, y los ilustrados a mano por la paciencia china. Pero hay algunos de los que nada sabemos. ¿O acaso alguien ha visto uno de los que puso la gallina de los huevos de oro? Nadie. Según informes literarios, de inmediato fueron vendidos y fundidos y por desgracia un idiota mató a esa ave maravillosa, antes de que lograra reproducirse. Tampoco he podido recabar datos sobre la tortuosa persona que colocó un huevo de cisne en el nido de unos simples patos, provocando una eficaz historia de envidia.
¿Qué tanto hay de mágico en los huevos que aparecen en diversas culturas, que son de chocolate, de metales preciosos y cubiertos con piedras valiosas, que son de jade y ónix, que a veces encierran confeti o conejos para diversión de los niños y que para algunos pueblos son sinónimo de virilidad? Con exactitud lo ignoro, pero asimismo han sido útiles para el surgimiento de seres peculiares. Por ejemplo, el escritor anglosajón Robert Graves, en su libro La hija de Homero, describe a la mitológica Helena en los siguientes términos: “Helena es rubia y de tez delicada, ya que ha sido empollada de un huevo de cisne. Puede jactarse de tener a Zeus por padre y adora la caza y la lucha, provocó una guerra cuando aún era niña… Y es exacto, Helena es hija de un dios, Zeus, quien poseyó a Leda bajo la apariencia de un cisne. Nació, como sus hermanos, de un huevo y tal vez por esta razón la hermosa mujer de piel dorada podría ser el origen de la historia de la gallina de los huevos de oro, así como del tosco rinoceronte se desprende la leyenda del esbelto unicornio.
Cada vez que abramos un huevo con intenciones alimenticias, no descartemos la idea de que algo sorprendente surgirá de su interior.
BLANCANIEVES
Por sólo tres dólares contemple a Blancanieves. Observe su plácida y serena hermosura. Como nadie lo ignora, permanece así después de morder la manzana envenenada que preparó su cruel madrastra. Encontrarla en los bosques de Europa central y traerla para formar parte de un inusitado espectáculo no fue tarea sencilla: los siete enanos que la protegían se negaban a entregar el cuerpo y tuvieron que ser sometidos por la fuerza. Pase, admire su absoluta inmovilidad dentro de su sarcófago de cristal, y por un poco más de dinero, usted podrá darle un beso. Si es afortunado, verá cómo despierta.
EL PRÍNCIPE ENCANTADO
El sapo permanece cerca de una pequeña charca artificial, croando; espera su número. Al fin, la música de fanfarrias preludia su aparición. El sapo se reanima, salta y salta y así llega al escenario. Terminan de anunciarlo y enseguida se prepara para que una bella joven, en poca ropa, que no muestra repugnancia, lo tome entre sus delicadas manos y lo bese. Entonces ocurre el portento y se convierte en un príncipe. La gente aplaude entusiasmada. El noble encantado agradece la ovación y una vez que ésta ha concluido se acerca una bruja malvada; ríe y lo rechaza; el doncel vuelve a ser un sapo y, sin tomar en cuenta el asombro del público, penosamente regresa a su charca para aguardar a que la nueva función le conceda la oportunidad de cambiar su grotesca imagen. Aunque ya tantas veces ha realizado su rutina que francamente ignora qué es: un hermoso príncipe transformado en batracio o un repulsivo sapo convertido en príncipe.
EL GENIO DE LA BOTELLA
En el fondo de la botella está el genio que podrá cumplir todos nuestros deseos y hacernos inmensamente felices, pero antes hay que beberse el líquido sin dejar una gota.
LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO
Todos esos pollitos de apariencia normal y corriente, que juguetean en ese espacio, son ni más ni menos que hijos de la gallina de los huevos de oro. Es posible adquirir uno y, ya en casa, aguardar: primero, que no resulte gallo; segundo, que comience a poner. Entonces el dueño se hará, como en los cuentos de hadas, muy rico, pues sus huevos, como los de su madre, también serán de oro puro.
EL HOMBRE LOBO
Damas y caballeros: están a punto de presenciar una de las más asombrosas metamorfosis: este terrible y feroz lobo, de aspecto innoble y aterrador, mediante efectos especiales que hemos conseguido llevar a cabo (en unos minutos parecerá que estamos en plena noche de luna llena), se transformará en un lastimoso e indefenso ser humano.
LA VARITA MÁGICA
En efecto, nuestro criadero de caballos pura sangre es único en su género. Vea usted. La base del éxito es esta simple varita mágica. Perteneció al hada madrina de la Cenicienta. Sí, ya adivinó, la que es capaz de transformar ratoncitos en espléndidos corceles. Todo lo que tenemos que hacer es conseguir unos cuantos roedores y tocarlos con ella. Observe detenidamente qué caballos tan briosos aparecen. Y le diré algo: estamos tratando de mejorar la calidad de la varita mágica y lograr que las calabazas se conviertan en poderosos automóviles deportivos. Pero esto será a largo plazo. Por ahora nos preocupan los caballos. Debo advertirle que la totalidad de la producción se queda a trabajar en los distintos espectáculos del circo. Lo hacemos así con el objeto de evitar que se mine nuestra excelente reputación con reclamaciones de clientes insatisfechos. Confidencialmente, tenemos un pequeño problema: llegada la medianoche, cuando suena la última campanada de las doce, los equinos vuelven a ser ratones. Por ello ni podemos venderlos al público ni nos conviene hacer las funciones muy tarde: la mujer que baila en los lomos de un corcel blanco podría accidentarse.
LAS ZAPATILLAS DE CRISTAL
Me probaré las zapatillas de cristal, tal vez si me quedan podré casarme con ese príncipe disfrazado de sapo, le dijo una serpiente a su amiga.
PULGARCITO
Érase una vez un niño tan pequeño que le pusieron Pulgarcito. Llegó a la madurez y no había crecido ni un milímetro más. De todas maneras decidió trabajar para ya no ser una carga para sus ancianos padres.
¿Pero —se preguntó— de qué podría trabajar yo con este tamaño? La única idea razonable, trabajar en un circo como domador de pulgas o como parte de una exhibición humillante, fue desechada por indigna. Así que pensó durante varios días en otras posibilidades. Al fin descubrió que bien podría prestar sus servicios a los ladrones. Pulgarcito entraría por algún sitio (una tubería, la chimenea, el drenaje o un diminuto hueco, digamos) y, una vez dentro de la casa o del negocio, se las ingeniaría para permitir que los rufianes tuvieran acceso al dinero y a las joyas.
Una banda de reputación internacional fue la primera en contratar los servicios de Pulgarcito y tuvo tanto éxito que pronto muchísimos saqueadores lo solicitaban.
Desde entonces Pulgarcito se gana de tal manera el pan, mantiene a sus padres con magnificencia y todos son muy felices, menos los robados y la policía, que ignora cómo los ladrones entran a robar hasta los bancos considerados más seguros.
ANUNCIO
Oriundo de Hamelin, soy flautista y alquilo mis servicios: puedo sacar las ratas de una ciudad o, si se prefiere, a los niños de un país sobrepoblado.
EL FLAUTISTA ELECTRÓNICO DE HAMELIN
Como no quisieron pagarle sus servicios, el flautista, furioso, decidió vengarse raptando a los niños de aquel ingrato pueblo. Los conduciría por espesos bosques y altas montañas para finalmente despeñarlos en un precipicio. Sus padres jamás volverían a verlos. Para ello no era suficiente su flauta mágica, sino algo más poderoso. Optó, entonces, por prender el aparato televisor: los niños encantados lo siguieron hacia su perdición.
EL HOMBRE-ÁRBOL
(APUNTES PARA UN CUENTO DE HADAS)
Un hombre se come la semilla de un fruto mágico. Dentro de él germina, crece, se mezcla con el organismo humano y al poco tiempo se convierte en un árbol pensante, cuyos frutos tienen ideas.
CUENTO DE HADAS 1
—Me encantas —le dijo a Mónica después de besarla amorosa, dulcemente, y segundos antes de convertirse en sapo.
CUENTO DE HADAS II
Dueño de un rabioso republicanismo, aquel hombre pisoteaba los sapos y ranas que encontraba a su paso para evitar que —bajo el influjo de los besos de una hermosa doncella— pudieran transformarse en gallardos príncipes.
TODO EL AMOR I
LA MUJER DEL SOL
y goza el Sol sus miembros…
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Desnuda y excitada se ofreció al Sol. Durante largos minutos gozó con el placer que le causaban los lujuriosos rayos solares. Jadeaba. Agitaba todo el cuerpo. El final fue extraordinario. Y se quedó otro rato más, permitiendo que su amante siguiera acariciándola. Así fue preñada por el astro.
Tiempo después, lo que aproximadamente dura el movimiento de traslación, la mujer dio a luz a un maravilloso niño que brillaba como un pequeño Sol. La felicidad de la madre era enorme: su hijo resultó diferente y muy hermoso. En la medida en que el niño crecía estaba más radiante, brillaba y a su alrededor las flores se abrían gracias al prodigioso calor de su cuerpo.
Sin embargo, la dicha materna no duró gran cosa. Un día, mientras lo miraba jugar, el Sol pareció llamar a su hijo. El joven astro miró hacia lo alto y poco a poco comenzó a elevarse, con los brazos apuntando al cielo. Su madre quiso gritarle, detenerlo, pero comprendió que su hijo tenía otra misión que cumplir y se limitó a contemplar tristemente la forma en que desaparecía en dirección a su padre.
Transcurridos varios meses, los astrónomos anunciaron que más allá del nuestro se había formado otro sistema solar. Un nuevo Sol brindaba los beneficios de la luz y el calor y a su alrededor danzaban distintos planetas, algunos de los cuales tendrían vida dentro de millones de años. Para los científicos el fenómeno era inexplicable; apresuradamente elaboraban teorías e hipótesis, débiles argumentaciones, tratando de justificar la presencia de aquel Sol, al parecer surgido de un desprendimiento del que llamamos astro rey. En cambio, para la mujer la respuesta al descubrimiento espacial era menos complicada. Orgullosa, sonrió al recordarse compañera del Sol y madre de un flamante y espléndido sistema solar.
Nueva York, noviembre, 1981.
De Los oficios perdidos, 1983
AMOR ETERNO
Alicia dijo que lo amaba como a nadie. Hicieron el amor con una infinita y suave dulzura, con tiernas caricias. Pero aquella era la última ocasión que estaban juntos. Ella partía al día siguiente. Al concluir, Alicia habló: No puedo dejarte aquí, tienes que venir conmigo. Es lo que más deseo en el mundo y sé que tú también lo quieres. ¿Cómo iré contigo?, preguntó emocionado su amante. Ya lo sabrás, repuso la mujer. Fue hasta un maletín y extrajo un bisturí; con la habilidad de un cirujano fue cortando cada uno de los miembros de su compañero. Cuando hubo terminado los colocó cuidadosamente dentro de su equipaje. De este modo, Alicia regresó a su patria. Para fortuna suya, en la aduana no revisaron sus maletas. Al llegar a casa, con impaciencia, sacó las partes de su amado y las cosió. Una vez completo, le dijo: ahora sí ya estamos juntos para siempre, nada podrá separarnos, y lo besó con todo el amor que le era posible.
De Cuentos y descuentos, 1986
CURSI AMOR ETERNO
Fue tanto mi amor que en vez de grabar nuestros nombres (encerrados por un corazón flechado) en la corteza de un árbol, preferí hacerlo en las hermosas y tranquilas aguas de un río.
De Cuentos y descuentos, 1986
ADÁN Y EVA
Amanecí nuevamente con las costillas intactas: ninguna mujer me acompañaba. Sin embargo siento dolor en el pecho. Algo crece dentro de mí. Ojalá sea Eva. Inquieto la espero y ya la amo.
De Cuentos y descuentos, 1986
ÉXITO
R: Juntos, con esfuerzo y tesón, con el delicado trabajo de un orfebre, hemos conseguido nuestra total infelicidad.
De Cuentos y descuentos, 1986
TODO EL AMOR II
BAILARINA
Estoy profundamente enamorado de una bailarina. Su tez es blanca, pálida, piel suave y tersa, piernas hermosas y senos pequeños, labios rojos y los ojos oscuros como sus cabellos largos y sedosos. Su cuerpo esbelto gira y danza vestido con mallas negras: lo mismo música de Tchaikosvky que rock and roll. Ignoro si me corresponde, si ella siente algún afecto por mí. Parece un enigma indescifrable, me mira tristemente y nunca ríe, en ocasiones me dedica una sonrisa apenas esbozada, cuando en la soledad de mi casa se le termina la cuerda y vuelvo a guardarla en su caja de cristal.
Enero 5, 1986.
De Cuentos y descuentos, 1986
AFRODISÍACOS
Aquel día de verano le dijeron a Arturo que fuera a casa de Alicia, preparado para una completa sesión amatoria. ¡Ah, y deja en casa cualquier prejuicio: todos intervendremos! Será un ménage a quatre maravilloso.
Bueno (fingiendo resignación) tendrían una experiencia más; él y sus amigos, que ya habían probado un sinnúmero de placeres: bacanales, shows eróticos, relaciones homosexuales, películas pornográficas, etcétera. A pesar de su juventud, el sexo pocos secretos les ocultaba. Por tal razón, Arturo, esperando lo mejor, se puso fina ropa interior y llegó bañado en lavanda inglesa a casa de Alicia.
Estamos todos, dijo la anfitriona mirando a Pedro, Lolita y Arturo. Vengan.
Y los condujo a una habitación llena de almohadones y tapetes orientales, en las paredes, desnudos fotográficos.
¿Cómo tendremos la sesión sexual?, pregunta Arturo.
Sólo beberemos té, pero no temas, respondió Alicia, se trata de un té poco común, afrodisíaco, un amigo me lo trajo de Tanzania. Efectos insólitos.
A las seis de la tarde empezaron a ingerir la infusión. Como a las nueve aún seguían a la espera: ellos aguardaban una descomunal erección; ellas, la humedad secreta. Sin embargo, nada en la sofocante noche de verano. Para ayudar, Alicia, que conducía la reunión, preparó un té más cargado, más fuerte y al mismo tiempo puso Preludio a la siesta de un fauno de Debussy y comenzó la lectura en voz alta de cuentos eróticos de Anaïs Nin. Al segundo libro, y después de muchas tazas del líquido afrodisíaco, Arturo se puso rápidamente de pie y dijo: Necesito algo.
¿Qué?
¿Una cama?
¿Desnudarnos?
No. Orinar.
Y fue corriendo al baño.
De Cuentos y descuento, 1986
INFIDELIDAD A LA LUZ DE LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD
Fue descubierto en plena infidelidad por su esposa (Y en mi propia casa, canalla!), pero no se preocupó mayor cosa: simplemente —recordando al viejo Einstein— avanzó a tal velocidad, a la de la luz, que regresó al punto anterior a la vista de su amante. Sin embargo, tuvo la sensación de que no había hecho el amor: comenzó a acariciar a la hermosa mujer y el pasado se reprodujo. Una vez que se amaron la esposa apareció en la recámara. De nuevo no tuvo más salida que moverse rápidamente y reinició el adulterio. Otra vez quiso evitar el terrible encuentro y fue imposible. Así quedó atrapado (condenado) dentro de un incómodo e infinito círculo vicioso. Todo por no aceptar la escenita de celos.
De Cuentos y descuentos, 1986
NO SE CULPE A NADIE DE MI MUERTE
Rosa María: antes de suicidarme, unas líneas: quiero que sepas todo el odio que por ti siento: antes de abandonarme por un jovenzuelo y de permitir que nuestro hijo muriera sin atención médica, te dedicaste a torturarme de modo sistemático contándome tus infidelidades, una a una, sin omitir detalles. Fuiste, en efecto, una mujer cruel, aprovechaste mi carácter débil para ensañarte, para convertirme en piltrafa. Ahora, lo poco que sé de ti es por amigos comunes; me cuentan que eres feliz dominada por el hombre que amas. El dinero que juntos despilfarran era mi patrimonio; esperaba la vejez sin intranquilidades, amparado en ese capital en fuga. Es posible que todo lo perdone antes de levantarme la tapa de los sesos en un acto de valentía desusado en mí. Pero lo que nunca olvidaré es que te llevaste (y todavía no sé para qué) el osito de peluche que siempre estuvo sobre la cama.
De Cuentos y descuentos, 1986
MI MÁS GRANDE AMOR ESCOLAR
La escolar era ella. Yo, el profesor. Su nombre Luz Bernarda. Cuando tenía quince años, yo tenía veinte. Para llegar a la escuela secundaria íbamos por la misma calle. Solía hacerme el encontradizo y juntos caminábamos un rato. Así nos hicimos amigos. Un día la invité a tomar un café, otro, una cerveza. Esta vez nos besamos y acariciamos. Acostumbrado al trato con mujeres de mayor experiencia, la conduje a un hotel de paso. En el trayecto habló de lo que deseaba estudiar, Química. Ya en la cama, noté su torpeza. ¿Eres virgen? Sí, me dijo con timidez. Creí conveniente que siguiera siéndolo. No podía aprovecharme de su edad, pensé sintiéndome el bueno de la película cursi, pero en realidad estaba temeroso de meterme en problemas con su familia y no me interesaba forcejear un rato con la inexperiencia. Por un momento largo nos tocamos suave, dulcemente.
Cuando terminaron las clases no supe de Luz Bernarda en mucho tiempo. Un día, me llamó por teléfono. Hola, qué tal y todas esas formalidades, las que terminaron de modo abrupto cuando me dijo quiero verte, ya no soy virgen.
Ese mismo día nos reunimos e hicimos el amor.
Nada quise preguntarle sobre ella. Sólo admiré su coraje fue capaz de entregarse a otro, el que fuera, para ser mía. La amé. Creo que todavía la amo: casada y con una hija, a veces me encuentro con Luz Bernarda y reconstruimos el principio.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR NACO
Al llegar a su casa me dijo: Mis respetos, manito. Manejaste todo el tiempo con una mano, mientras que con la otra me tocabas las piernas.
Contesté: Agarra la onda, hija, mi nave es automática.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR POLITIZADO
Me dijo que me amaba no por mi literatura, sino por mis artículos políticos, que leerlos la excitaban. Tu valentía, la ironía con que tratas al poder, dijo. Y yo me sentí orgulloso por vez primera de algo a lo que usualmente no le concedo mayor importancia: el trabajo periodístico. Si pudiera, prosiguió ella, estar contigo en el momento en que los leo; no resisto el deseo y entonces prefiero salir a la calle a caminar con mis hijos para no estar cerca de mi esposo.
Lo extraño de aquella revelación, debo aceptarlo, también a mí me excitó. La siguiente semana comencé a teclear mi pobre máquina: se trataba esta vez de un severo ataque a la política presidencial. Cuando terminé el artículo pensé en esa esbelta y magnífica mujer: al momento de leerlo tendría por lo menos un orgasmo. Así fue, según lo confesó cuando estuvimos cenando solos. Y la excitación proseguía, me besaba y decía cosas insinuantes. Fuimos a un hotel y ahí, luego de hacer el amor con violencia, hablamos largamente de política: yo me mostraba un severo crítico del sistema y ella parecía coincidir conmigo.
A la semana siguiente fui demoledor. Escribí mi más tremendo artículo en contra del gobierno, di nombres de personajes corruptos y revelé la manera en que el presidente conspiraba para poner a la nación al servicio del imperialismo yanqui, el único que quedaba en el orbe. Sudaba copiosamente mientras lo redactaba y cada hoja que concluía pensaba en ella y en nuestro próximo encuentro amoroso, estimulado por mi trabajo político. Sin embargo, ya no hubo ningún encuentro, la policía judicial me detuvo y me llevó directo a la cárcel. Como prueba de mi actitud subversiva estaban las cuartillas inéditas.
No la he vuelto a ver, creo que ya no le gusto, ni le produzco excitación alguna y todo por una razón: aquí en la celda, no me permiten escribir y el periódico en donde trabajaba dio instrucciones para que no volvieran a mencionarme y menos a publicarme una línea más.
En la soledad de mi prisión, recuerdo su inaudita pasión, su completa entrega, lo hermoso que era hacer el amor con una mujer previamente excitada por mis artículos políticos. Lo lamentable del caso, es que en mi pasión no me percaté de que mi trabajo se hizo particularmente odioso para el tirano; es decir, me radicalicé por amor, no por razones políticas.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR VIRGINAL
La conocí tres años antes de que cumpliera los veinte y la rechacé con firmeza. Algo me hizo intuir que era virgen y la inexperiencia me molestaba, así que le pedí, como si yo estuviera chapado a la antigua, que buscara a alguien de su edad. Aceptó a regañadientes y nos despedimos. Volví a verla hace unas semanas, no parecía haber crecido tres años, la veía igual de joven, pero era bonita y simpática y apreciaba la literatura y detestaba al gobierno mexicano, lo cual la hacía valiosa. Después de una mesa redonda en la que participé, fuimos a cenar y con el entusiasmo del vodka polaco la invité a mi casa con el fin de tomar algo más. En el trayecto me besó apasionadamente y yo tuve que hacer algunos prodigios para no perder el control del auto. Le propuse (de algo sirve la edad) que sólo nos besáramos y tocáramos durante los altos y que en cuanto apareciera la luz verde cesara toda prueba de afecto. Aceptó, de nueva cuenta a regañadientes. Y al fin llegamos a mi departamento. Busqué a Wagner mientras que ella sin escrúpulos, solicitó a Police. Para que no hubiera problemas le dije que el aparato tocadiscos no funcionaba. Me serví una copa más y otra a mi joven compañera. Sin trámites, se despojó de cuanta prenda traía puesta y yo la imité, pero para no sentirme por completo desnudo me dejé el reloj. Apagué las luces, no por ella: a cierta edad uno ya no produce excitaciones sino risas. Y otra vez me dijo que hiciéramos el amor. ¿Ya no eres virgen?, pregunté esperanzado. Sigo siéndolo, repuso, pero deseo regalarte mi virginidad, lo he pensado y es una decisión tomada desde hace tres años. Pronto será tu cumpleaños, precisó, y éste será mi obsequio. No me quedó más remedio e hicimos el amor. Muy mal, imagino, sólo que gracias a la nula práctica, no lo notó, afortunadamente. Cuando desperté, se había ido: dejó un mensaje: Gracias por recibir mi regalo, escrito con letra segura. A la semana siguiente, en la fiesta de mi cumpleaños, viendo algunos obsequios de amigos, la recordé con sus grandes ojos oscuros y expresivos y su suave tez morena. Pensé suspirando, bueno, no tengo los setenta y seis años de Paz, tampoco llego a los noventa de Tamayo. Y me sentí joven, intensamente joven. A mis ochenta.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR IMPOSIBLE
Cariñosamente para Silvia Navarrete y Benjamín Juárez Echenique
En la ciudad de Detroit, en 1987, durante el magno homenaje que la Ford le organizó a Diego Rivera, hubo una fiesta al estilo Hollywood. Los invitados de etiqueta y los mariachis, vestidos de rojo, tenían acento conosureño. En las mesas había alcatraces y yo escuchaba con atención a dos millonarios hablar del Maestro. De pronto, me di cuenta que una mujer excepcionalmente hermosa, de profundos ojos oscuros y atractivo cuerpo me miraba. Cambié de lugar y aquella belleza no dejaba de verme. Puede ser el gran amor de mi vida y dejé que se acercara. Finalmente me la presentaron: el ruido de la música seudomexicana entorpecía el oído, escuché un nombre y algo más. De inmediato me escabullí del lugar. Terminé en un bar donde tocaban jazz, junto con un grupo de amigos. Dos días después supe todo respecto a la mujer misteriosa y bella: ¡imbécil!, luego de su nombre me dijo soy flautista, y yo escuché autista. Ahora, con la nostalgia de algo que jamás ocurrió, he visitado a un afamado otorrinolaringólogo y, en mis ratos de ocio, escucho música de flauta.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR CUBANO
La recuerdo como a una maravillosa mujer mulata. Me la presentó un compañero “marxista-leninista-estalinista-fidelista” que hacía las veces de guía de turistas, me regañaba con frecuencia por mis actitudes capitalistas y al final de mi viaje me pidió que le comprara una cafetera eléctrica en una tienda para extranjeros. Elena trataba de hacer méritos para el Partido y se esclavizaba en el trabajo voluntario. Todo el caluroso día estaba en un hospital, como enfermera, y, poco antes del anochecer, iba a una escuela a impartir algún curso. Le gustaba decirme Jorge Negrete y yo a ella, como justa represalia, le decía Mulata de Fuego. Una noche fuimos a bailar y bebimos más de una botella de ron. Cuando cerraron el sitio, le propuse hacer el amor. Aceptó. Tenía un cuerpo perfecto y la piel aduraznada. En la madrugada, luego de dos horas, seguía yo aferrado a ella. Con dulzura y paciencia me dijo: Desahógate, chico, desahógate. Y me solté llorando.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR PORTEÑO
A Jimena la conocí en Buenos Aires. Era hermosa y elegante, con la figura de la mujer porteña y esa altivez que las ha hecho célebres. Detestaba los tangos, como yo los mariachis. Lo que más me impresionaba era su ingenio y cultura, su talento insufrible y cosmopolita. Me escribía a París indistintamente en inglés y francés, pocas veces en castellano; en efecto, era de Buenos Aires. Terminaba sus largas misivas, con algún ruego: Por favor, visita la casa de Jane Austen por mí, me escribió cuando por primera ocasión fui a Londres. Y en Francia me recordó que no dejara de ir a la de Víctor Hugo, en la Place des Vosges. Cuando la censura franquista prohibió mis libros Hacia el fin del mundo y La lluvia no mata a las flores, Jimena hizo gestiones para saber las razones de la censura.
Ya en México, recibí un libro suyo sobre Miguel Ángel Asturias, a quien Jimena admiraba. Era, en esencia, una mujer maravillosa, mas no era perfecta. Una noche, en un barecito de la calle Corrientes, mientras tomábamos whisky, sostuvo mis manos entre las suyas, hermosas, perfectas, y me dijo con voz excitada: Che René, qué linda piel tienen los indios. Furioso repuse: Torpe, soy mestizo.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR SUDAMERICANO
Aparte de hermosa, esbelta, poseía una formidable capacidad amatoria y para decirle a su compañero cosas inteligentes en el momento adecuado, la observación precisa, con aires poéticos. Juntos intentamos una gran antología de literatura fantástica y un diccionario de los principales términos de esta corriente; nunca que yo recuerde, había encontrado una mujer que indistintamente pudiera hacer el amor con perfección y maestría y fuera dueña de una cultura sólida. Habrá que aceptar que, por regla general, las mujeres tienen una u otra cosa. La bella no piensa, la talentosa habitualmente es fea.
Como dice una canción norteamericana, estábamos casados, pero no el uno con la otra. Pese a ello, vivíamos como solteros, pusimos un departamento y desde el mediodía solíamos llegar al rumbo de Coyoacán y en modesto (y pequeño) penthouse comíamos, bebíamos una buena botella de vino francés y luego de amarnos, o nos refugiábamos en la lectura o yo me sentaba a escribir.
Era la relación perfecta, maravillosa, que cualquier persona ha soñado. Una tarde —habíamos hecho el amor, Mozart sonaba en el tocadiscos— me miró con fijeza, recorriendo mi cara con calma. Con frialdad, mejor. Hola, le dije con objeto de aminorar mi nerviosismo. Sonriendo repuso: Hola, ¿sabes? (No, por supuesto). Eres un feo atractivo. Sentí un balde de ácido en el rostro. Y, pretextando una cita, dejé el departamento. Ya no pude amarla. Poco a poco la relación fue disminuyendo de intensidad: ni su capacidad para el sexo me impresionaba, ni su cultura me subyugaba más. Ella lo notó y no opuso resistencia. En dos meses, el departamento cambió de habitantes y yo busqué otra compañera. Imagino —no volví a verla— que se reintegró a su familia y que el marido la recuperó.
Ayer abrí las páginas periodísticas y una serie de esquelas necrológicas me asaltaron. Mi antigua amada, la mujer perfecta, la que para mí tenía once o doce en una escala de ocho, estaba felizmente muerta.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR ARISTOCRÁTICO
No podía ser calificada más que de aristocrática: su belleza, elegancia y distinción la apoyaban. Caminaba perfectamente, la ropa y sus joyas eran discretas. Jamás le vi un par de zapatos gastados o un descuido. Era perfecta y además rica. Sus regalos de buen gusto y costosos: una pluma Mont Blanc para que firmara los escasos autógrafos que me solicitaban, un cuadro de Mathias Goeritz o de Siqueiros para las paredes de mi casa. Su presencia iluminaba los lugares sórdidos adonde me acompañaba y sus ojos verdes brillaban con magníficas tonalidades cuando hacíamos el amor. Sus finos ademanes no desaparecían al irritarse y jamás dijo una palabra fuerte. Su educación le venía de Stendhal, Balzac, Flaubert, Víctor Hugo y George Sand y el humorismo de Swift, Bernard Shaw y Oscar Wilde. Su piel suave maravillaba al tacto y nada parecía alterarla. Había viajado y era capaz de describir museos parisienses y centros nocturnos de san Francisco con la misma facilidad. En realidad, no comprendí por qué razón se enamoró de mí, un hombre tosco y falto de elegancia. Quizá por mi respeto a la literatura, porque desde muy joven había soñado amar a un escritor y no a un abogado o a un contador. Yo me sentía transformado en sus brazos delgados y blancos, me gustaba verla en movimiento: era como un felino cadencioso y sereno, de pasos armoniosos. Durante largos siete años no dejó de sorprenderme, de encantarme. Podía controlar mi carácter con su sola voz. Pero tenía un defecto: cuando me invitaba el té, efectivamente me ofrecía té, por más que yo le recordaba una cita de Frank Sinatra: Después de todo, el té no es más que agua caliente. Pese a esto, la amé con pasión y ella a mí. Fue uno de esos lujos raros que la vida, a menudo mezquina, de pronto da.
Un día discutimos por tonterías. Me exalté y la acusé de torpe porque hizo una mala defensa de Simone de Beauvoir. Comenzó a llorar discretamente y me rogó que me retirara de su casa, un palacete en el Pedregal de san Ángel. Cumplí su voluntad. Al llegar a la mía sonaba el teléfono: era ella: estaba sumamente irritada, sentía detestarme, estaba harta de regaños y ofensas. Le dije que exageraba, que no actuara como una niña mimada. Aún más molesta, levantando el tono, repuso: ¿Sabes qué?, ai muere… Aterrorizado colgué de inmediato la bocina telefónica, antes que concluyera diciéndome hijín. Lo sospechaba, había pasado de las lecturas de Rimbaud y Radiguet a las de José Agustín.
De Borges y yo, 1991
MI MÁS GRANDE AMOR MARXISTA-LENINISTA
Cómo no amarla. Era bellísima, de cuerpo esbelto, felino, alta, pelo corto, facciones finas y comunista. Acababa de llegar de Uruguay y tendría unos veinte años. Como yo, era militante del comunismo y ambos teníamos, a diferencia de muchos otros camaradas, buenos ingresos (uno era rojillo, no idiota). La invité a conocer la vida nocturna de mi amada ciudad y la llevé al Siglo xx. Debí imaginarlo: no le gustó. Le pareció una vulgaridad y habrá que añadir que era abstemia. De mis libros decía que eran reaccionarios porque jamás aparecían los luminosos obreros ni la lucha de clases encontraba espacio entre sus páginas. Pero tenía que conquistarla. De ahí que decidí llevarla a una fiesta del Partido Comunista. No podía creerlo. Y para probarme su amor, bailó conmigo una cumbia. Al día siguiente me telefoneó aquella hermosa mujer: Mi príncipe azteca, quiero darte lo mejor que tengo. La esperé en mi casa, con una bata roja que tiene la hoz y el martillo bordados en la espalda y nada abajo. Llegó puntual la maravillosa uruguaya: su prueba de amor consistía en las obras completas de Rodney Arismendi, secretario general del PC uruguayo. Oh.
De Borges y yo, 1991
KING KONG, VIEJO ENAMORADIZO
Hola, King Kong, hoy te vi por enésima vez. De nueva cuenta me emocionaste con tus aventuras. ¿Sabes algo? Tenemos mucho en común. Como a ti, me encantan las mujeres. Y como tú, sólo me he enamorado una ocasión. Pero a diferencia de ti, que diste la vida por ella, que te suicidaste a su vista, yo no me atreví: opté por vivir el resto de mi existencia padeciendo su ausencia.
Tal vez, viejo King Kong, ambos nos equivocamos. Amamos mujeres que nunca entendieron nuestro amor.
De Borges y yo, 1991
DEL ÁLBUM FOTOGRÁFICO
Aún excitados por el amor, puse música suave y saqué otra botella de vino. Ella quería saber de mi vida. Todo, insistió. Háblame de tu infancia, de tus escuelas, cómo te hiciste escritor, muéstrame fotografías. Con voz aterciopelada preguntó: Por casualidad, ¿no existe una fotografía tuya desnudo sobre un tapete? Naturalmente, repuse. Y fui por la típica foto, la que me muestra sin ninguna ropa, boca abajo, con un juguete entre las manos. Mientras ella la miraba, expliqué: la tomaron el año pasado, cuando cumplí cuarenta años.
De Borges y yo, 1991
ANTI-EDIPO
No me gustaba. Con cada beso, con cada caricia, o cuando hacíamos el amor, sentía odiarla más y más. Su parecido con mi madre era demasiado.
De Borges y yo, 1991
IN-FIDELIDAD
Qué tragedia: mi memoria comienza a ser como yo: infiel.
De Borges y yo, 1991
EL CAPITÁN LUJURIA
Por años ostenté el grado de capitán Lujuria en las filas del Ejército del Amor. Mis triunfos en guerras y combates sexuales fueron muchos y célebres, al nivel de obtener el Corazón Púrpura. Pronto me convertí en una leyenda que, como es natural, atraía más y más mujeres. Pensé que llegaría a general. No fue así. Como bien dice el refrán, todo por servir se acaba. Ahora, vislumbrando el retiro a la vida privada, he sido degradado a cabo Lujuria. Y si no encuentro solución mágica o científica que venga en mi ayuda, terminaré siendo el soldado raso Lujuria.
De Borges y yo, 1991
GALÁN OTOÑAL
De pronto me vi convertido en galán otoñal. Si bien antes, durante la juventud, había sido un hombre afortunado en los amores y admiraciones femeninas, cuando cumplí los cuarenta años los éxitos se multiplicaron como en el milagro de los peces y los panes. Mis canas e incipientes arrugas atrajeron como nunca a las mujeres, especialmente a las jóvenes. Era imposible hallar resistencia y más bien yo comencé a ofrecer tímidas defensas al tratar de por lo menos ser selectivo. Una tras otra me buscaban y asediaban y, casi sin discriminación, con todas hice el amor y con todas me fui de juerga enfundado en mis mejores ropas.
Pero eso fue hace tres meses. Durante noventa días llevé una maravillosa desordenada vida, de excesos en la cama, en la comida y en la bebida (por cierto, ¿cómo se divertirán los abstemios, entendiendo por esto la definición de Oscar Wilde: los que no beben ni fuman?). ¡Llegaba con una mujer a mi casa a las cuatro de la madrugada y a las nueve de la mañana estaba desayunando con otra en espera de fuerzas para comenzar una nueva, excesiva sesión de placer!
Hoy, desde mi silla de ruedas, mientras el plasma intenta en vano revitalizar mi organismo por completo exhausto y no lejos está una enfermera con el equipo de oxígeno, recuerdo esos magníficos tres meses que me duró la galanura otoñal y el impactante éxito que tuve con las mujeres.
De Borges y yo, 1991
PRAGMATISMO AMOROSO
Hombre práctico y multimillonario, prefería no hacer el amor sino comprarlo hecho.
De Borges y yo, 1991
LA PAAREJA PERFECTA
Rubén Bonifaz Nuño y yo formamos la pareja perfecta: siempre vamos juntos con hermosas damas y lo que uno no puede el otro lo intenta.
De Borges y yo, 1991
MIS AMORES LITERARIOS
Siempre me he preguntado, ¿qué fue primero: mis personajes femeninos o las mujeres que me sirvieron de modelos? No he sabido responder y me queda la duda de si antes de conocerlas inventé mujeres hermosas y sensibles y las amé tanto y tan intensamente que terminé haciéndolas una prodigiosa realidad.
De Borges y yo, 1991
DEDICATORIA AMOROSA
Amor, ¿recuerdas la maravillosa edición de obras completas de William Shakespeare que me regalaste, una publicación de Oxford en papel biblia, con los filos dorados y letras capitulares góticas, de suaves láminas coloreadas y un significativo prólogo de Sybil Thorndike?
¿Recuerdas, lo compraste en Londres? ¿Recuerdas la hermosa y breve dedicatoria que me pusiste: “Por ti moriría”?
Bueno, pues ha llegado el momento: muérete.
De Borges y yo, 1991
MILITANTE DEL AMOR
Casi veinte años milité en un partido político de oposición y allí, junto con amigos como Sergio de la Peña, siguiendo a Gramsci, fui un intelectual orgásmico y como marxista clásico creí que el motor de la historia era el amor, la contradicción principal era la lucha de los sexos y estuve por la toma violenta del amor, no sin antes haber seguido una táctica de asedio y una larga guerra de movimientos.
De Borges y yo, 1991
AMORES DE ULTRATUMBA
¿Por qué aterrorizarse cuando la mujer amada sale del féretro y avanza amena hacia nosotros convertida en vampiro? Al contrario, hay que regocijarse y aceptar los colmillos ansiosos que buscan nuestro cuello.
De Borges y yo, 1991
LOS VIEJOS AMOROSOS (I)
Cuando cumplió sesenta años pudo concluir un exitoso poema épico de más de diez mil versos endecasílabos y se agenció tres amantes de veinte años cada una, para estar a tono con su edad.
De Fragmentos de la bitácora de Noé, 1993
LOS VIEJOS AMOROSOS (II)
Al terminar de hacer el amor, maravillado, le preguntó a esa jovencita quién le había enseñado tan empeñosamente las artes del sexo.
—¿Por qué? —respondió preguntando.
—Fue un acto sexual de tal excelencia, que, francamente, quiero estar con tu maestro.
De Fragmentos de la bitácora de Noé, 1993
LOS VIEJOS AMOROSOS (III)
Me enamoré de ella cuando tenía veinte años y yo setenta cumplidos. A pesar de su belleza, sensibilidad y talento, le puse un pero: su juventud. Claudia sonriendo me dijo:
—No te preocupes, en lo sucesivo cumpliré de diez en diez y así podré alcanzarte en tan sólo cinco años.
—De acuerdo, yo a mi vez, te esperaré en la misma edad, sin envejecer más.
Cinco años después, ambos, con edades semejantes, fueron muy felices por el resto de sus días.
De Fragmentos de la bitácora de Noé, 1993
SUEÑO NÚMERO UNO
Estuvimos en el Museo de Arte Moderno contemplando las abstracciones de numerosos pintores estadounidenses. Hablábamos de los cuadros que nos parecían sueños en los que podíamos sumergirnos plácidamente y mezclarnos con nuevas formas y colores soberbios. Al concluir, ella propuso caminar rumbo a un restaurante francés.
Ignoro cómo iniciamos la penosa discusión que al rato se había hecho áspera, grosera. Yo gritaba y respondía a sus agresiones y ella buscaba maneras filosas para lastimarme. De pronto, en las calles vacías que escuchaban la pugna, apareció un vendedor de globos de gas. Lo llamé y compré todos. Aprovechando el desconcierto de mi compañera le entregué aquella mercancía como regalo. La tomó y de pronto los globos se elevaron al cielo hasta que su figura menuda y esbelta fue sólo un punto que desaparecía en el azul infinito.
De Fragmentos de la bitácora de Noé, 1993
DULCES SUEÑOS
Usted, señora, no necesita engañar a su marido, con nuestro producto Sweet Dreams puede conservar la fidelidad que prometió durante la ceremonia matrimonial. Basta con tomar una pastilla antes de dormir y podrá tener maravillosos sueños eróticos: hacer el amor con un hombre fuerte, musculoso, esbelto o intelectual. Asimismo, podrá viajar por exóticos países en compañía de su héroe favorito, ser poseída en la jungla africana o en un elegante hotel francés. Esto mientras su esposo, hinchado de comida y alcohol, ronca estrepitosamente a su lado.
Este producto no es nocivo para la salud, a lo sumo, causa hábito.
De Fragmentos de la bitácora de Noé, 1993
CON UN HADA FAMOSA
Aquella noche, como toda la temporada, tuve un éxito insuperable. Teatro lleno. Fui aplaudido durante tres minutos en mi papel de Hamlet. Como pude, me escapé de los periodistas que buscaban alguna declaración mía o el anuncio de una nueva puesta en escena y fui con Carmen, una estudiante tardía de letras españolas, recién divorciada, a un pequeño restaurante italiano. Protegidos por la oscuridad, seleccionamos una mesa discreta. Con la cena bebimos una botella de chianti. En un momento, con amor, tomé una de sus manos; ella la retiró con violencia: Torpe, alguien puede reconocerme, dijo arreglándose la peluca y ajustándose las gafas negras.
De Catálogo de sorpresas, 1995
UN FAUNO ENFERMO DE LUJURIA
Un querido amigo mío, para más señas literato de mi generación, se quejaba: Me está matando el éxito con las mujeres. Tengo amantes maduras, jóvenes, estudiantes, profesoras, empleadas de banco, amas de casa, cajeras de almacén comercial, intelectuales, artistas, cantantes, contorsionistas, rubias, morenas, pelirrojas… No es posible. Pierdo el tiempo, gasto fortunas, carezco de un momento libre para mi esposa, corro de una cita a otra: en los hoteles de paso me saludan con afecto y consigo descuentos considerables. No sé qué hacer. Unos son maniáticos del trabajo, otros son alcohólicos, tengo un compañero de trabajo que es tacólico; mi caso es más grave. Estoy enfermo de amor, de sexo, de lujuria; todas me gustan por una u otra razón. Al verlo tan desesperado, al borde de la locura, pensé en mandarlo con un psiquiatra. Me contuve. E hice bien, porque en seguida remató con lágrimas en los ojos: Sí, estoy enfermo, pero por favor, no me sanen.
De Catálogo de sorpresas, 1995
PRECIO JUSTO
—Cobro doscientos dólares —me dijo la hermosa y joven prostituta en un prestigiado burdel centroamericano.
—Pues yo doscientos cincuenta, así que me debes cincuenta —repuse tranquilamente mientras me desnudaba.
De Catálogo de sorpresas, 1995
HISTORIA ERÓTICA EN UN MCDONALD’S
Luego de una Big Mac, que mucho nos excitó, Alice y yo fuimos a un motel. Algo deben de tener las hamburguesas, dijo ella tocándose los muslos con fiereza, debe de ser la cebolla, el tocino o posiblemente la salsa catsup. Aguarda, le advertí, no tardaremos en llegar. De lo contrario, tú terminarás antes de tiempo y yo tendré que masturbarme. Aceleré mi Harley-Davidson y pronto estuvimos en una enorme habitación del motel La Guarida del León Degenerado, con jacuzzi y cama de agua. Como pudimos, nos desvestimos. En mi caso era complejo: botas, chamarra de cuero, camisa vaquera, cinturón de hebilla de plata, jeans… Ella sólo traía una falda corta, medias negras, una sudadera que precisaba el origen de sus estudios: University of Kansas y una mascada para sujetarse el cabello rubio. Nos abrazamos con fuerza y caímos sobre la cama. La besaba y ella correspondía con fogosidad. Jadeando, preguntó: ¿Que hago, amor? ¡Muévete!, contesté imperioso. Y Alice comenzó a hacer aerobics.
De Catálogo de sorpresas, 1995
MAL DE AMORES
Compré el enorme y pasmoso tratado sobre magia negra y blanca del doctor en ciencias ocultas Leonard Wolf. En esta obra aparecen recomendaciones para el uso correcto de talismanes y amuleto y fórmulas y recetas para devolver el amor, para que un hombre o una mujer vivan por siempre enamorados de su pareja, para evitar infidelidades, salvar matrimonios, invocar espíritus, dejar de amar, provocar dolor; en fin, toda clase de embrujos y hechizos.
Luego de leerlo detenidamente y de probar su eficacia en pequeñas cuestiones, es mi deseo recuperar el amor de una hermosa y frívola mujer. La ceremonia no es compleja y los buenos resultados están garantizados por el autor del libro. Basta con aguardar a que haya luna llena y que la mujer esté profundamente dormida, cuando el sueño sea tranquilo (prueba de que no padece alguna pesadilla), y ponerle la mano derecha en el corazón, mientras que con la izquierda se sostiene un cordón rojo de dos palmos, para enseguida recitar unas palabras enigmáticas.
Creo que puedo cumplir las indicaciones, memorizar incluso las extrañas palabras provenientes de un lenguaje inhumano y tal vez diabólico. El único problema es que la mujer que amo duerme con otro señor.
De Catálogo de sorpresas, 1995
SCHEREZADA, LA CUENTISTA
Para Rosario, quien mucho la admira
El sultán Sahriyar, luego de mil y una noches sin dormir por escuchar las fascinantes historias de su esposa Scherezada, por escucharlas y por hacer el amor (no olvidemos que durante ese lapso su mujer había dado a luz a tres varones), tenía un sueño terrible. Le dolía la cabeza y los ojos le ardían enormidades. Durante su trabajo daba órdenes equivocadas y lanzaba edictos desafortunados. El malestar de la población ante su ineptitud fue creciendo de modo alarmante por lo que, al cabo de más de dos años, estuvo a punto de estallar una revuelta. Los nervios del sultán se hallaban destrozados por la ausencia de reposo y el exceso de trabajo y con facilidad sentenciaba a muerte o acordaba soluciones poco salomónicas. A un pobre mercader que fue a quejarse de que su esposa lo engañaba con su mejor amigo, le concedió cien azotes por estúpido y cornudo, sin recordar que él mismo había sido objeto de una traición semejante. El desacierto causó azoro en la corte, pues el otro sabio y justo monarca, engañado por su primera esposa con un esclavo negro, dejaba el adulterio sin castigo.
La última noche, cuando a Scherezada se le habían acabado las historias o estaba harta de inventarlas, su majestad el sultán se encontraba desesperado, sumido en una profunda depresión, pero requería escuchar el final a cualquier precio, así que solicitó de sus médicos una pócima que lo mantuviera despierto. Al concluir el relato, Sahriyar tenía los ojos fijos en la nada y parecía no darse cuenta de la presencia de la hermosa y sensual mujer; embotado, con lentos movimientos y rezándole a Alá, se dirigió hacia una mesa donde reposaba su alfanje y con él se mató. Menos no podía hacer después del largo, eterno desvelo. Scherezada, sin ocultar su pena, pues había aprendido a amarlo (y cómo no hacerlo con el hombre que pacientemente escuchaba sus fantásticos relatos), ordenó soberbias ceremonias fúnebres para despedirlo.
Poco después, ya en la soledad del palacio, sin otra compañía que la de sus hijos y su padre, el visir ahora transformado en soberano, se dedicó a escribir libros con sus historias, las que antes, para probar cabalmente su eficacia artística, solía narrar a eunucos, azafatas y familiares. Cuentan que la obra tenía treinta tomos, los cuales fueron conservados como joyas de la corona. Huelga decir que todos fueron muy felices y que la mayor parte de los ciudadanos se dedicaron unos pocos al comercio, otros a actividades administrativas y la inmensa mayoría, viendo el éxito de Scherezada, a la literatura.
De Catálogo de sorpresas, 1995
LÁS TRES GRACIAS
Tengo tres novias. La primera posee unos senos soberbios, exuberantes; según diría el poeta cursi, nacarados, rotundos. Como es natural, los muestra con largueza y cierto cinismo, merced a escotes escandalosos. Por desgracia, es su único atributo físico. La segunda resultó propietaria de unas piernas majestuosas, torneadas con fineza. Suele cubrirlas con medias negras. Una minifalda, blanca por lo regular, permite que cualquier mirón se percate de que usa liguero. Estas piernas hermosas me han causado, como con la primera, más de una pugna callejera con patanes que le chiflan o le dicen piropos groseros. A cambio, apenas alcanzó pechos, su nariz es ganchuda y sus ojos están sumidos. La tercera tiene facciones perfectas. Su belleza asombra. El problema es que sus piernas son en extremo delgadas y sus senos apenas destacan. Si he de utilizar una frase hecha, parece tabla. Debido a esto, cada vez que hago el amor con alguna de ellas, me limito a aprovechar su más preciada cualidad física: a la de los senos, se los beso; a la de las piernas, se las acaricio; y a la del rostro angelical, lo contemplo, haciendo caso omiso del resto. Le ruego a Dios que pueda encontrarme una mujer con las tres características sumadas o que ocurra un milagro y que a la de la cara bonita le aparezcan los senos de la primera y las piernas de la segunda con el objeto de hacer las tres cosas juntas. No sé lo que las tres novias piensen de mí, pues soy feo, flaco y tengo el cuerpo contrahecho. Por tal razón, a veces me asalta la duda: ¿tendrán cada una dos o más compañeros que suplan mis carencias y defectos?
De Catálogos de sorpresas, 1995
LOS TIEMPOS CAMBIAN, YO TAMBIÉN
Mi fama donjuanesca se hizo legendaria. Cientos de mujeres fueron mis amantes y mi tenacidad de buen cazador con frecuencia era considerada acoso sexual. Sin embargo, hace poco, Claudia, una hermosa mujer, alta y de ojos expresivos, de sedoso pelo castaño oscuro, pintora para más señas, terminó conmigo. No hubo fastidiosas discusiones, ni siquiera se despidió de mí; simple y llanamente me mandó como emisario a su propio hermano Arturo, quien en las manos traía una demanda de argumentación irrefutable: causal de separación, capítulo 1 del Código Amoroso: me dejaba por ocaso sexual.
De Catálogo de sorpresas, 1995
EXPLICACIÓN
Fue para Antonio Castañeda una época feliz. Por primera y única vez se contempló como funcionario gubernamental de alto rango, con automóvil y chofer, grandes oficinas, un sueldo magnífico y una secretaria eficiente y hermosa. De esta última fue haciéndose su amigo. Cierta vez, con sus gastos de representación, la invitó a comer a un restaurante de lujo. Allí comenzó el romance, cuando le rogó no me digas jefe ni licenciado, dime Antonio o Toño, como lo hacen mis amigos. No mucho tiempo después se encontraban en un elegante hotel de paso, con espejos en las paredes, cama de agua y canales televisivos pornográficos. Realmente se enamoraron y ella, Lucía, solía sentarse en sus piernas para tomar dictado, costumbre tomada de malas películas y pésimas obras de teatro ligero. Pero no todo era fortuna y una vez se apareció en la oficina su esposa, de malos modales y grosera, acostumbrada a entrometerse en la vida privada de los demás, como solía ser. Los halló abrazados, besándose. ¡Es el colmo!, gritó, qué cinismo. Un momento, repuso Antonio con dignidad y aplomo: No es lo que imaginas, se trata tan sólo de una empleada de confianza. Ah, perdón, y la esposa rehizo el camino.
De Catálogo de sorpresas, 1995
LA MUJER IDEAL
Cuando nos despedíamos, luego de abrazarnos con apasionada ternura, esa mujer morena y guapa, de extraños ojos claros y buen cuerpo, me advirtió:
—Tengamos mucho cuidado, amor, mi marido en vez de cuernos tiene antenas.
De Catálogo de sorpresas, 1995
CONSERVADOR
Incapaz de decirles que no, opté por conservar a todas las mujeres que he amado.
De Catálogo de sorpresas, 1995
CONFESIONES DE UNA MUJER SOLITARIA
Nuevamente he sido acosada por sueños eróticos, punzada por ellos. De nada me han valido los esfuerzos por alejarlos. Parece no haber cuita o remedio. Noche tras noche vuelven. Pienso en hombres desnudos y en violentas escenas sexuales. Al final despierto humedecida. De día trabajo incansable: fatigo mi cuerpo con tareas físicas y mi mente escribiendo sin cesar. Procuro no traer a mi imaginación seres masculinos, del mismo modo que de mis lecturas he alejado cualquier tentación. Los rezos no me sirven, tampoco la confesión. En cuanto caigo rendida en el sueño, que supongo reparador, comienza la tortura. Una y otra vez soy violada, tomada, desgarrada. Y gozo hasta que la luz de la mañana me trae el arrepentimiento. Si tuviera valor, dejaría el convento y me lanzaría de lleno al mundo terrenal al que parezco pertenecer. Dios sabe de mis dudas. Pero no lo haré; estoy destinada a la odiosa espiritualidad y a la soledad del claustro. Trataré, al menos, de encontrar alivio en la literatura, en la poesía, de ocultar esas pasiones que me queman, me consumen lentamente, y que siempre he deseado se conviertan en soberbia realidad.
De Todo el amor, 1996
MATRIMONIO PERFECTO
Al fin soy feliz: me he casado —y para siempre— con la pasión.
De Todo el amor, 1996
UN HADA EN MIS SUEÑOS
En mi sueño, esa hermosa mujer, alta y esbelta, de sedoso cabello negro, misteriosa, acepta mi conversación. Hablamos de pintura. Al poco tiempo hacemos el amor. Luego, en un edificio extraño, bajamos por unas escaleras eléctricas muy largas. Avanza más rápido que yo. En la medida en que se aleja de mí presiento peligro y trato de alcanzarla. Entre nosotros hay dos jóvenes uno saca el revólver y le dispara; la mujer cae al suelo e inútilmente trato de auxiliarla. El otro tipo también la balea. La sostengo en mis brazos y veo cómo desaparecen los criminales. Al despertar sé que ella me amaba y la echo de menos, necesito verla. No quiero averiguar por qué la mataron, tampoco siento ningún deseo de venganza. Tan sólo aguardo con ansiedad las noches para dormir y estar en posibilidades de soñar con la enigmática mujer, evitar que la asesinen y de tal forma extender nuestra pasión, que fue violenta y que fue dulce.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
UN HADA POSESIVA
Su belleza de ojos verdes y piel suave, de piernas finamente torneadas y esbelta cintura, supo conmoverme. Me enamoré casi instantáneamente de Sofía. Y comenzó una relación que permitía todas las pasiones y sentimientos. El deseo reinaba y las tardes eran insuficientes para hacer el amor. Coincidíamos en pintura, en cine y en literatura; festejaba sus ocurrencias, y ella, mis bromas. Entonces lo primero que hizo fue pedirme que la quisiera intensa y eternamente. Acepté.
Luego me exigió que abandonara a todas las mujeres con las que mantenía alguna relación afectiva o simplemente amistosa. Estuve de acuerdo.
Más adelante, en medio de tormentosos encuentros, me prohibió que mirara a otras. Si me descubría observando a una mujer, me reñía con violencia. Dejé de verlas por más atractivas que fueran.
Como si esto fuese poco, en medio de un llanto silencioso, me rogó que no volviera a encontrarme con mis amigos, para que puedas dedicarme más tiempo. Bueno, está bien, algunos ya me fastidiaban, otros eran insulsos.
Una semana después, considerando que yo era un hombre muy ocupado que poco tiempo le dedicaba a nuestra relación amorosa, se las arregló para que dejara de leer, escribir cuentos y novelas, artículos y ensayos, impartir clases, pronunciar conferencias, participar en mesas redondas, en fin todo aquello que me alejaba de ella. Imposible decirle no a ese hermoso rostro suplicante. Como premio, me obsequió un teléfono celular, para saber dónde te encuentras y puedas reportarte, adorado.
Ayer llegó al extremo de impedirme visitar a mi madre. Ni está enferma ni te necesita tanto como yo, dijo Sofía a gritos. No dejaba de tener razón y como yo carecía de Edipo, acepté a regañadientes.
Estoy verdaderamente aterrado: lo único que le falta a Sofía es pedir que me divorcie y nunca vuelva a ver a mis hijos.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
UNA BUENA NEGATIVA PARA UN HADA QUE QUIERE SER MADRE
Parecía derrotado, sin argumentos sólidos, al borde del sí, cuando de pronto recordó algo fundamental, algo para rechazar aquella exigencia de tener hijos:
Imposible, amor. ¿Cuándo se ha visto que un superhéroe sea padre? Jamás. No tuvieron hijos Supermán, ni Batman, ni James Bond, ni Tarzán, tampoco Aquamán, el Avispón Verde, el rey Arturo, Spiderman, Sherlock Holmes, Mike Hammer, D’Artagnan, mucho menos el Capitán América ni Sam Spad…
Luego de escuchar la exhaustiva serie, Sonia lo miró larga y reflexivamente:
Tienes razón —y guardó su demanda en la cajita de Pandora.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
EL HARÉN DE UN TÍMIDO
Como temía decirles que no, opté por conservar a todas las mujeres que he amado.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
NUEVAS VERSIONES Y MÁS FIDEDIGNAS DE LA ANTIGUA GRECIA
Al pobre Narciso lo ponen en un lugar sin espejos, sin agua, sin posibilidad alguna donde reflejarse; así le salvan la vida, lo destinan a la fealdad de la vejez y a una historia mediocre. A Teseo lo encierran en el laberinto donde aguarda rabioso Minotauro y no le permiten ningún ovillo de hilo. Está condenado a muerte. Ariadna tendrá que conformarse con otro héroe menos espectacular.
A Penélope le impiden tejer y, consecuentemente, destejer. Ya sin terapia y sobre todo sin Ulises, quien la engaña con Circe, se desquicia y tiene que consultar a Freud.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
PREGUNTA HISTÓRICA
Si Zeus, convertido en cisne, hizo el amor con Leda, ¿por qué no aceptar la versión de que el Paraíso concluyó porque Adán encontró que Eva se había hecho amante de la serpiente?
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
METAMORFOSIS ESTÉTICA
A esta mujer, Diana, a quien tanto he amado, siempre la vi como una espléndida obra de arte: primero, como escultura griega clásica: era idéntica a la Venus de Milo pero con brazos, de medidas perfectas, sutiles y elegantes. Poco después, con el matrimonio, pasó a las dimensiones que Rubens les concedía a sus figuras femeninas, y hoy, por desgracia, mi gran amor parece salida de un cuadro de Botero.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
DULCE VENGANZA
Por meses, Helena me había presumido los conocimientos musicales de su marido. El hombre llegaba de su oficina y ponía alguna grabación soberbia que juntos disfrutaban. Poseía, según ella (nunca entré en su casa), una envidiable colección de discos. Como consecuencia, sus pláticas y bromas eran variantes sobre temas musicales. Alguna vez dijo:
Es un músico cobarde, luego del divertimento se da ala fuga; otra vez, escribió en una carta: Tenor racista es aquel que sólo integra su repertorio con arias. Decía que Telemann era el señor de la tele. Y ante un arreglo hecho a un concierto de Beethoven, exigió: Que no lo arreglen, que lo dejen tal como lo escribió el autor. Era ingeniosa, pero la verdad es que me hartaba con la melomanía matrimonial. Por ello, cuando en el departamento que teníamos se asombró con un disco muy popular que llevé: el Canon de Pachelbel, me sentí feliz ante su desconocimiento. ¡Cómo!, ¿tu marido no conoce algo tan famoso y hasta común? ¡Ah, sólo oye a Wagner, Hindemith y Honegger! Más tarde, cuando hacíamos el amor, yo estaba por completo vengado de todas las afrentas musicales de mi amada (e indirectamente, but of course, de su cónyuge) y tuve un orgasmo melodioso, soberbio: allegro vivace.
De Cuentos de hadas amorosas, 1998
MI MEJOR NOVELA
Cuando andaba cerca de los setenta años, mi más grande amor fue Matilde, una hermosa mujer de veintiuno. Durante una cena y luego de hacer el amor pasionalmente, me dijo estás muy bien, eres esbelto, casi no tienes arrugas y gracias al tinte de pelo careces de canas. Representas unos setenta años, añadió afectuosa, yo diría que amorosa, acariciándome el mentón, sin importarle que a nuestro alrededor nos lanzaran miradas de rechazo y envidia.
Escribí, entonces, mi más lograda novela: En brazos de la mujer inmadura.
Inédito, 2001
MATRIMONIO Y SEXO
Luego de seis o siete años de matrimonio, Francis (apócope de Francisca) estaba desesperada y no encontró otra forma que adquirir una pócima que convirtiera a su esposo, el honorable y aburrido doctor Jekyll en el fantástico señor Hyde. Aquella noche, con grandes temores y esperanzas, se la sirvió con un poco de leche tibia. El galeno se durmió de inmediato, pero enseguida de un breve y angustioso sueño despertó convertido en un hombre lobo y poseyó a su mujer una y otra vez, en medio de jadeos y gritos de placer, pequeñas y disfrutables violencias, pasionalmente. Al día siguiente, la mujer, feliz y satisfecha, no aguardó más y en lugar de poner la sustancia prodigiosa en la cena, la desparramó en el desayuno. Tenía que recuperar el tiempo perdido.
Inédito, 2001
EROTISMO A FLOR DE PIEL
Desde que me acuerdo, he vivido obsesionado con el erotismo. Por mis páginas literarias han pasado escenas del mayor de los amores: el pasional. He leído una y otra vez las páginas memorables de Miller y de Anïs Nin, de Lawrence y de Nabokov. Estoy atento a cuanta forma amorosa aparezca. Adoro ciertas prendas y estímulos que las mujeres suelen utilizar. Por tal razón, el otro día me sorprendió una idea expresada con entusiasmo por Raúl Anguiano. Dijo que le gustaba cortarse las uñas esmeradamente para evitar que sus dedos perdieran sensibilidad ante la piel femenina. Me pareció interesante porque enseguida imaginé mis manos recorriendo las piernas de una mujer, piernas enfundadas en medias negras. Comprendí, asimismo, la pasión del pintor por retratar mujeres soberbias, frecuentemente con escasa ropa. Lamenté por vez primera ser escritor, no tener al frente una modelo, sino un montón de ideas revueltas que uno debe ordenar, O, en todo caso, obligarme a imitar a Julio Torri: poseer un añoso baúl repleto de libros e imágenes eróticos al que uno va, convertido en un viejo rabo verde, a consultar subrepticiamente. Mientras, el pintor tiene a la mano una seductora mujer de carne y hueso.
Inédito, 2001
HISTORIA FRESA
Se llamaba Rosa María y aunque tenía dieciséis años de edad, parecía de quince o catorce. Era hermosa y a pesar de su excesiva juventud, algo provocativa. Por ello a Sergio le gustaba imaginarla cómo sería a los treinta años, más sensual, guapa, experimentada; en una palabra, madura. Claro, eso ya no lo vería porque en este momento pasaba ligeramente los cincuenta. Rosa María y él solían ir al cine a ver filmes de Walt Disney, de terror o de Spielberg. Ella lo abrazaba fingiendo emociones que estaba lejos de sentir, trataba de despertar el sentido protector de Sergio y lo conseguía. En una de esas veces, durante una película que tenía escenas eróticas, Rosa María le pidió hacer el amor, lo hizo de tal forma, jugando con su bolsa de palomitas, que Sergio, asimismo excitado, fue incapaz de negarse.
—Antes tomemos una copa, me gustaría marearme un poco —pidió Rosa María en tono coqueto y abrazándolo.
Salían de una función tempranera, a eso del mediodía. Sergio buscó un bar y luego otro, en ninguno les permitían el acceso.
—Disculpe, señor, su nietecita no puede entrar.
Estúpido, no es mi nieta sino mi novia.
—¿Qué haremos? —preguntó desencantada Rosa María. Sergio, finalmente, era un hombre de recursos.
—Ya sé, amor mío, vamos a la feria y allí nos subimos a los caballitos y a las tacitas una y otra vez hasta que estemos lo suficientemente mareados.
—Sí, sí, vayamos pronto.
Así lo hicieron. Dos horas más tarde, ambos, trastabillando, se dirigían a un hotel de paso.
Inédito, 2001
VIAGRA
No hay mejor viagra que unas hermosas piernas (femeninas, por supuesto) enfundadas en medias negras. Causan adicción, pero no te detienen el corazón ni son peligrosas para la salud a menos que pertenezcan a una mujer casada.
Inédito, 2001
DEFINICIÓN EXACTA
El erotismo es el sexo culto.
Inédito, 2001
REFLEXIÓN TOMADA DEL DIARIO DE R.
No puedo aceptar que todo esté en permanente transformación y que nada se cree ni se destruya, tú no fuiste materia más que por unos instantes. Antes, mucho antes de nacer, eras nada, no existías. Hoy has muerto y tu cuerpo ha desaparecido en medio de las llamas; no estás, a menos que alguien crea en la existencia del alma o le conceda valor a las cenizas. En el intermedio te amé sin pensar en que saliste de la nada y a ella regresaste apenas dejando huella en la vida.
Inédito, 2001
AMOR POR INTERNET
Tenías nombre de película de terror, quizá por eso dabas miedo. Pero eras una escritora singular y muy linda, esbelta y fina, educadita y distinguida. Nuestra relación fue al revés de todas. Nos conocimos e hicimos el amor, luego te aparecieron las dudas, los temores, el psiquiatra, tu papá y tu mamá, tu novio y los valores victorianos. La solución fue hacer nuestra relación por internet. Sin embargo, acosada por tus fantasmas, a los dos mensajes, preferiste el silencio, semanas después pudiste ahuyentarlos: poco a poco comencé a recibir tus correos. Al principio eran simples. Hola, cómo estás, gracias, te vi en los diarios, me contaron que estuviste en tal restaurante… Luego algo te dio valor y me dijiste te quiero y casi enseguida modificaste la intensidad al escribir te amo. Desesperado, te declaré mi amor, pasión y con ello desaté tu ansiedad. No supiste qué hacer con mi correo. Conforme a los mejores principios, lo borraste, pero mi carta era conmovedora y antes del clic definitivo, la imprimiste. La voz de tu madre te sobresaltó y volvió la realidad. Optaste por ocultarla y durante unas horas antes de la cena, la trajiste entre el brasier y la piel, cerca del corazón. Cuando tu mamá gritó que la mesa estaba lista, el pavor volvió (¿qué haré si muero, si me pasa algo y me desmayo y mis padres hurgan entre mi ropa y mis cosas?). La única solución que hallaste fue comerte mi carta de amor. Pedazo tras pedazo, más de tres páginas. Te enfermaste de gravedad, quizá no tanto por el menú como por el temor a la familia. Tu mamá, tan severa como resultaba, tan falta de sentido del humor, tan de otra época, no pudo creer en el diagnóstico del médico que te atendió: Señora, su hija ha sufrido una indigestión amorosa complicada con un preinfarto causado por el miedo.
Inédito, 2001
Microrrelatos sobre un bestiario prehispánico *
*Tomado del libro El bosque de los prodigios
Hombres blancos, qué tedio
Los europeos, según ha dicho el célebre investigador Thor Heyerdhal, fastidian sintiéndose eternos descubridores; por tal razón de soberbia, el mismo Heyerdhal confiesa detestarlos y no deja de tener sentido su crítica: hemos pasado demasiado tiempo sorprendiéndonos ante sus tardíos encuentros con civilizaciones, islas y continentes, cuando eran sitios más que descubiertos por sus propios creadores. En todo caso, el hombre blanco llegó tarde a todo, cuando ciudades fantásticas y enigmáticas habían desaparecido o iniciaban su decadencia o apenas a tiempo para impedirles su desarrollo, como sucedió en los asombrosos casos inca y azteca. Inalterablemente le acorazó el fanatismo en sus propios valores y ello le impidió ver una fauna y una flora desconcertantes. Nunca descubrió nada, a lo sumo su grosera ignorancia y su inaudita arrogancia de hallar América cuando llevaba siglos descubierta y colonizada por seres prodigiosos.
La serpiente vampiro
Habitó en tierras mayas que se extendían desde lo que hoy es el sureste de México y llegaban prácticamente hasta los confines de Centroamérica: su aspecto no era el de una serpiente común: tenía alas membranosas, como un murciélago o un dragón y sus colmillos le servían para absorber la sangre de sus víctimas, inalterablemente mujeres.
Como la criatura de Bram Stocker, podía hacerse invisible (aunque algunos expertos señalan que no se trataba más que de una especie de camuflaje o capacidad para mimetizarse con el entorno), convertirse en humo e hipnotizar. Sólo podía matársele con un cuchillo de obsidiana y para impedirle el acceso a las chozas, los nativos solían poner collares de ámbar en puertas y ventanas.
Las aguas carnívoras
No lejos de las hermosas pirámides de Palenque y Chichen Itzá, hubo pequeños lagos –ojos de agua más bien– que estaban vivos y en espera de seres humanos y animales (venados, felinos y monos) que llegaran a beber de sus aguas sin peces ni plantas acuáticas, limpias, transparentes, atrayentes. Los sedientos eran absorbidos con fuerza y deglutidos con celeridad, en medio de torbellinos y burbujas. Enseguida, las aguas volvían a la normalidad. Insaciable, el manso líquido era un espejo hermoso en espera de alimento.
Con el paso de los siglos y los cambios climáticos, esos lagos se evaporaron. Los descendientes de los mayas insisten en que fueron los dioses quienes castigaron a las voraces y criminales aguas.
Kan Ya’ax sastunn
Por espacio de cuarenta días, según afirman las crónicas mayas más antiguas, bajo la lluvia implacable, la serpiente de plumaje verde y oro con ribetes rojos, con garras de león y hocico de hiena, con tal de sobrevivir, nadó con asombrosa tenacidad. A veces se detenía y flotaba para reparar la fatiga. Se alimentaba con peces que habían perdido el rumbo y salían a la superficie en busca de un destino coherente. Otras veces, la Kan Ya’ax sastunn se aproximaba al Arca para atrapar los restos de basura que arrojaban Noé y su familia.
Al fin pudo notar que las aguas comenzaban a descender: el Diluvio había cedido y el cielo se despejaba: aparecían las puntas de los continentes, primero como pequeños islotes y luego con toda su pesada y cambiante extensión.
De pronto, la serpiente notó que aquella zona que ahora le permitía reptar entre el fango no era la suya. No tenía el espléndido verdor del trópico ni el clima cálido que acariciaba su plumaje. Pero no pareció importarle, lo mejor era que al fin las aguas retrocedían con celeridad y pronto podría buscar el regreso a casa. No lejos de donde ella se asoleaba buscando secar su plumaje, Noé comenzó a soltar a las especies que estaban en el Arca. Salieron los elefantes barritando, desesperados, buscando libertad y aire limpio, atrás aparecían corriendo rinocerontes, búfalos, gacelas, águilas, bisontes, camellos, osos, leones, hienas, lobos, ya no en el orden en que entraron sino en espantoso tropel. Todos estaban claustrofóbicos, hartos de la mala y escasa comida que les fue brindada durante tanto tiempo y fastidiados del mal trato recibido.
La Kan Ya’ax sastunn no pensaba tanto en la forma de regresar a sus tierras sino en aguardar el regreso del orden, que el agua dulce se separara de la salada y que los árboles volvieran a surgir y a dar frutos. Sabía que había cometido una hazaña y que por ello era la única sobreviviente de su especie. Recordaba que no pudo llegar a tiempo al Arca (algunas especies vivían lejos de Noé) y que, entonces, fuera de su protección, quedaron expuestos al peligro seres prodigiosos como pegasos, unicornios y dragones. Sólo ella pudo soportar semanas sobre el agua y bajo la pertinaz lluvia que eliminó a sus compañeros de infortunio. Estaba orgullosa de su hazaña, tal vez por ello no se dio cuenta de la feroz presencia de dos tigres. En segundos fue muerta y devorada por los grandes y hambrientos felinos, no muy lejos del sitio donde Noé se dirigía a Dios para decirle que la misión estaba cumplida y todas sus creaciones a salvo.
El árbol asesino
En el antiguo Valle de México existió una extraña variedad de árboles cuyas ramas atrapaban y asfixiaban a cualquier ser vivo que se les acercara. Eran árboles de aspecto siniestro donde las aves jamás se posaban y sus frutos tenían un color rojizo amenazante. Ninguno de ellos proyectaba sombra y las plantas no crecían a su alrededor. Una especie de pino de ramas oscuras, largas y flexibles que se agitaban como tentáculos de pulpo. Al tener cerca a su víctima, humana o animal, los brazos la atrapaban y le sorbían la sangre. Por ello no requerían de agua para sobrevivir.
Los primeros aztecas los evitaban. Más adelante, los sacerdotes lo incorporaron a sus ritos religiosos: para castigar a los ladrones y asesinos, a los mentirosos y calumniadores, los llevaban hasta esos árboles para ofrecérselos. Se suponía que con ese sacrificio, los dioses les serían propicios.
Tanto el Códice Boturini como el Telleriano-Remensis muestran pasajes donde se ven estos árboles monstruosos. Los españoles no supieron cómo interpretar los dibujos e imaginaron que se trataba de Tamoanchan (“desciende a su hogar”), aquel mítico lugar donde dioses y humanos pecaron y chocaron entre sí. El árbol que allí aparece no es sino una muestra del que buscaba alimentarse de carne y de ninguna manera se trata del árbol florido que era símbolo de ese lugar. En ambos casos los árboles están cortados, es decir, algunos sacerdotes, contra la opinión de sus pueblos, habían intentado acabarlos.
Los árboles asesinos fueron una especie nativa muy rara, que, luego de la brutal conquista española, sin el cuidado y protección de los sacerdotes, empezaron a languidecer y al final, al carecer de víctimas, se extinguieron sin dejar ninguna huella de su madera y menos de su atroz forma de alimentarse.
El animal de lava
Los aztecas lo conocieron bien: se trataba de un animal que vivía entre la candente lava del Popocatépetl. Su aspecto era parecido al de una salamandra, su color era por completo rojo y se alimentaba de fuego y gases tóxicos. Algunos guerreros y sacerdotes viajaban hasta la enorme boca del volcán para verlo. Si alguno de ellos lograba mirarlo, podía sentirse satisfecho, el viejo Popocatépetl recompensaría el esfuerzo y le daría fortuna para el resto de su vida.
Uno de los guerreros que fue en su busca se llamaba Cuauhtémoc y era un valeroso príncipe joven, destacado en los combates y respetado en la vida cotidiana de los aztecas. Llegó hasta el borde y entre el humo y las llamas le pareció ver al extraño animal. Fijó su vista y sí, en efecto, aquello que se movía velozmente entre las corrientes de lava, era el ser prodigioso que le daría éxito rotundo.
Cuauhtémoc fue el último rey azteca; no sólo combatió con dignidad sino que le exigió a los brutales conquistadores lo ultimaran. La respuesta fue atroz, Hernán Cortés, un hombre cruel y ambicioso, le preguntó por el tesoro que los aztecas habían ocultado antes de caer derrotados por el fuego europeo. Cuauhtémoc guardó tenaz silencio. Una y otra vez fue sometido a terribles torturas. Desesperados por su coraje, los españoles le quemaron los pies. En esos momentos el monarca recordó al animal de lava, y pensó que el encuentro no le trajo fortuna sino dolor. Murió ahorcado, colgado de una ceiba, humillado y vejado, entre las palabras rencorosas de los castellanos que no lograron ninguna confesión. Sin embargo, en medio de la desgracia, de la inmensa tragedia, fue afortunado: hoy Cuauhtémoc es venerado como un héroe nacional y su nombre es ejemplo de valor y dignidad. El animal de lava tenía muchas maneras de conceder la gloria.
El ardite, la ardilla despiadada
A distancia, su parecido con la ardilla era mucho, pero de cerca, las diferencias resultaban abismales. El aspecto gracioso de la primera se perdía porque el ardite* poseía dientes feroces, sus ojos brillaban de manera maligna, gruñía como perro y sus garras eran enormes y afiladas, capaces de destrozar la carne.
Recuerdo de niño haber visto ardillas voladoras. Tenían una especie de membrana lateral que les permitía planear y esta habilidad la usaban para ir de un árbol a otro sin tocar tierra. Solía apreciarlas en los antiguos bosques situados entre los límites de la Ciudad de México y Morelos. Una vez mi abuelo llevó a la casa uno de estos ejemplares disecados. Lamenté mucho que hubiera pasado por el taxidermista, debió ser un animal flexible y tan huraño como sus parientes comunes. Es posible que el ardite haya tenido un poco de ambas especies y un mucho de animales distintos. No es que pudiera volar largas distancias, es que sus saltos eran magníficos y de pronto se le veía cruzar el cielo en busca de presas. Su valor y fiereza, semejantes a los del glotón, eran inusitados y solía atacar a toros bravos o personas en plena juventud y fortaleza y vencerlos aprovechando la sorpresa.
Las víctimas normalmente eran vacas, caballos, ciervos o seres humanos descuidados. El ardite caía sobre ellas y clavaba sus afilados dientes de vampiro en el cuello buscando desangrarlas. Luego, si la presa se desmayaba por la debilidad y el asombro, sus garras y dientes atacaban primero las partes más suaves y de inmediato el resto del cuerpo dejando al final sólo pedazos esparcidos por una amplia zona. El animal que provocaba mucho temor, al parecer (no hay datos de que haya habitado en otras regiones de México) era nativo del Ajusco, un cerro boscoso que desapareció a causa de la explosión demográfica de la Ciudad de México. El último ardite fue visto alrededor de 1920, cuando un cazador trató de capturarlo vivo y no consiguió su objetivo. Es probable que no haya más. Ni siquiera aparece en los registros de la fauna silvestre de la zona. Y si antes, en esas extensiones solitarias un caminante iba con miedo, hoy, entre las calles de concreto y cemento, sin vegetación alguna, nadie piensa en esa temible bestia cuya apariencia más de una vez engañó a niños que, para su infortunio, la confundieron con una simpática y graciosa ardilla.
Un zoólogo que supo de la existencia del ardite, dijo que se había extinguido por pura tristeza e hizo una precisión: la pequeña bestia tenía la astucia de un zorro y la inteligencia de un lobo, un delfín o un caballo, pudo sobrevivir o emigrar, incluso cazar en grupo, signo de mayor agudeza mental, pero la desaparición de los árboles, de su hábitat natural le produjo un severo estado depresivo y prefirió suicidarse.
*Ardite significa, entre otras acepciones, pequeñez, bledo, insignificancia. Resulta un tanto sorprendente que un animal tan brutal y aguerrido, llevara el nombre de su inofensiva apariencia.
El pez de agua
Y ya que hablamos de extrañas variedades del México antiguo, en aguas del Valle de México, cabe mencionar una especie acuática que fuera documentada por el clérigo Joaquín Rodríguez del Valle, uno de los misioneros franciscanos que llegaron atrás de los conquistadores para legalizar la masacre, convertir nativos “sin alma” al cristianismo y redactar crónicas fantasiosas, repletas de inexactitudes sobre lo que vieron en las tierras conquistadas en una dudosa hazaña castellana. Se trata del pez de agua que aparece en el libro Las indias, su descubrimiento, conquista y evangelización de los naturales, donde el fraile menciona, en el capítulo III, dedicado a la flora y fauna, la extraña variedad. Es un pez que tiene todas las características del medio donde habita: el agua. Es inodoro, incoloro y carece de sabor, lo que significa que las carnes, la sangre y la osamenta del animal son de agua y en consecuencia no es posible verlo. Alguna vez, narra el religioso, lo tuvo en sus manos, lo sintió, entre desconcertado y asqueado y violentamente lo devolvió a su elemento. Le pareció una “cosa del diablo”, pues se trataba de un “pez invisible a los ojos”, una criatura demoniaca. Es todo.
Podemos conjeturar que el pez de agua pudo sobrevivir y que sigue allí, en el agua, donde no lo ven y en consecuencia, si lo capturan, nadie llega a percatarse de su presencia. Incluso es posible que más de una vez nos hayamos bebido un pez de agua.
El perro de yerba
“Vi que un perro de yerba me miraba”
Rafael Alberti: Botánica real, 1950
No he sido un hombre cobarde; me definiría, más bien, como alguien valeroso: no en vano soy un guerrero desde que pude blandir una espada, disparar un arco y arrojar una lanza. Pero al encontrarme en pleno bosque con ese extraño animal de yerba, un perro de yerba, no supe qué hacer, cómo enfrentarlo. Pensé que mis armas, como a cualquier árbol o planta, lo atravesarían sin realmente matarlo. El ser me miró fijamente y comenzó a emitir un temible –por raro– gruñido, seco, quebradizo. Los gruesos y antiguos árboles apenas permitían el paso de la luz solar y aquello actuaba en mi contra y me infundía un descontrol que jamás tuve en batalla.
Descarté la huida. Lo más adecuado sería hacerle frente y decidido avancé algunos pasos más. El perro de yerba no se movió y sus gruñidos se hicieron terribles ladridos. Sus fauces dejaban al descubierto unos colmillos de afilada madera. Con la espada en la mano aguardé la embestida. Apoyándose en sus patas traseras, el perro iba a saltar sobre mi garganta a menos que mi acero fuera más mortífero que su hocico.
Pero el agresivo perro de yerba detuvo su ataque: velozmente desapareció en la oscura maleza, como si algo lo hubiera espantado. Miré a los lados y enseguida di la media vuelta atendiendo a un ruido de plantas: un gigantesco oso vegetal me envolvió con inusitada ferocidad.
La tortuga serpiente de fuego
Con cariño a Modesto Seara Vázquez, quien me mostró la Mixteca
En los tiempos primigenios, antes del caos profano, en las tierras mixtecas (durante su esplendor el ombligo del mundo, hoy Oaxaca) hubo una especie que, de sobrevivir, nos asombraría. Era la tortuga serpiente de fuego y fue el resultado de una mutación ordenada por una deidad: un ser mítico incapaz de dejarse ver por los mortales. Vivía en una cueva decorada con caracoles de oro, plumas de quetzal, con el piso de plata y piedras preciosas, las columnas eran de jade con incrustaciones de turquesa.
Los códices son imprecisos, pero los fragmentos que han sobrevivido hablan de una transfiguración ordenada por la bella y discreta, virginal y vengativa Diosa 9 Caña. Antes que los aztecas derrotaran al rey Atonaltzin en (según el calendario cristiano) 1458, el joven príncipe 8 Venado Garra de Jaguar, en sus andanzas, se topó con la Diosa que estaba bañándose en las aguas transparentes de un río que nacía en ningún sitio y conducía a la nada. 9 Caña pasó rápidamente de la vergüenza a la rabia y al irritarse decidió, como implacable castigo, convertirlo en tortuga serpiente de fuego.
Las crónicas lo describen como un ser lastimoso que se arrastraba; del largo caparazón brotaban llamas furiosas. Al principio buscó el río más cercano para calmar los dolores, pero fue inútil: el agua se desviaba o evaporaba con su contacto, como si fuera lava. A juzgar por el Códice Colombino, lámina X, conservó el rostro humano y en sus ojos desorbitados puede apreciarse el dolor eterno.
De este modo vagó por la Mixteca, escondiendo su asombrosa figura a los humanos. Durante los muchos años de la Colonia, algunos españoles que buscaban metales preciosos, se toparon con el monstruo. Fieles a sus creencias, pensaron que miraban una bestia diabólica enemiga de Cristo y nunca se les ocurrió suponer que era un desesperado joven que pagaba muy caro la culpa accidental. Nadie más lo ha visto, aunque algunos viajeros de pronto encuentran, en las zonas más remotas de la Mixteca, rastros de un fuego que avanza zigzagueante en busca de piedad.
El asno de tres patas
Jorge Luis Borges lo menciona, pero fue Zaratustra quien dio la mejor descripción del prehistórico asno de tres patas. Nos dijo que, además, poseía seis ojos y un cuerno de oro con extrañas y sugerentes ramificaciones. Caminaba con cierta lentitud, sus alimentos favoritos eran flores y frutos y defecaba ámbar. Nadie sabe cómo y por qué razones se extinguió. Vivió en Rusia y en México, en tierras de Chiapas, lugares donde los restos de su estiércol abundan.
El oso juguetón
En el norte de México, en el enorme estado de Chihuahua, hay una serie de cavernas prehistóricas que, por su distancia de poblados y ciudades, por estar en el corazón de la zona desértica, han podido conservarse en buen estado. Una de ellas tiene en su interior enigmáticas pinturas rupestres que poco han sido estudiadas, apenas están clasificadas y de las que sólo existen unas cuantas fotografías en los archivos del Museo de Antropología. En sus muros aparecen las escenas de caza que asombrosamente se repiten en todas las pinturas rupestres de Europa, África, Asia, Australia y América. De muchas maneras, son primitivos manuales de zoología que dejaron una clara idea acerca de las distintas variedades de animales que rodearon a nuestros ancestros primitivos. No hay imaginería, es un arte realista de figuras zoomorfas y antropomorfas.
En estas cavernas mexicanas podemos apreciar, como en Lascaux, Altamira, Les Eyzeies y Rouffignac con sus más de doscientas representaciones: búfalos, bisontes, mamuts, ciervos y seres humanos. Pero hay algo más –y aquí está la rareza–abundan las pinturas de oseznos que juegan con niños. Los osos, de pelaje café oscuro, de aspecto gracioso como todos los osos pequeños, se revuelcan y sus garras tocan con delicadeza a los niños. Lo primero que se antoja pensar es que son osos bebés en cautiverio destinados a entretener a los humanos. Pero no es así. Hay que analizar las diversas escenas (quizá pintadas por distintos artistas) y darse cuenta de que es exactamente a la inversa: los niños son los cautivos de los animales. Es de suponer que se trataba de una extraña variedad de osos amigables que, temiendo las lanzas y flechas de los cazadores, se mantenían a distancia y entonces, para que sus hijos y ellos mismos tuvieran con quién jugar, capturaban niños y los llevaban a sus grandes cuevas para su entretenimiento.
No hay más datos acerca de este tipo de osos amigables; probablemente se extendieron por todo el continente, pero no todos los artistas cavernarios tuvieron la idea de retratarlos. Es posible concluir que poco a poco fueron exterminados (ante su escasa resistencia y con fines rituales) y más adelante, cuando ya estaban definidas las grandes culturas prehispánicas en América no existían más. Ahora sólo nos queda ese triste recuerdo de una época distante y mejor, en la que hombres y animales tuvieron la oportunidad de fraternizar y no lo hicieron debido a la violencia de los primeros.
El águila bicéfala de Zempoala
Tan extraña ave, tenía sobre las demás una doble ventaja: con una cabeza buscaba presas para alimentarse y con la otra se cuidaba de sus enemigos. Los habitantes de Zempoala, alrededor del siglo octavo de nuestra era, la veneraron, su efigie sirvió como símbolo atemorizante para enfrentar a los pueblos enemigos. Muchos años después, los aztecas la miraron en pleno vuelo, en una de sus guerras floridas. Planeaba sin rumbo fijo, era tal vez el último ejemplar. Como es natural, su presencia en los cielos produjo espanto en los guerreros mexicas. Los mejores arqueros apuntaron contra ella sus flechas y por desgracia alguna dio en el blanco. Nunca más ha sido vista.
El ciervo de los olmecas y la repulsiva serpiente circular
En tierras veracruzanas, en la época en que reinaban los olmecas, existieron dos especies en constante fricción: el ciervo con cara de perro, garras de águila y lengua bífida, y la serpiente circular o redonda que se alimentaba de los rayos solares y del clima húmedo. Los sacerdotes imaginaban que el primero era la reencarnación de un dios y la segunda un demonio disfrazado. Ambas especies han quedado inmóviles en vasijas y frisos esparcidos por la zona tropical, que hoy conocemos como región huasteca. Vivían en constante pugna y era frecuente ver el extraño combate: el ciervo intentaba sujetar a la serpiente con sus poderosas garras para despedazarla, mientras la otra buscaba escabullirse. No era fácil, la víbora –que carecía de principio y no tenía fin, ausentes la boca y la cola– rodaba con velocidad para escapar. No siempre era afortunada. De muy poco le servía el débil veneno que despedía su piel multicolor.
Sin embargo, no sólo el ciervo con hocico de perro la acosaba, también los humanos la buscaban para matarla y así alejar el infortunio que imaginaban su presencia llevaba, al grado de finalmente extinguirla. Poco después, los olmecas se preguntaron desde sus sonrientes cabezas pétreas si ello fue un error, porque al desaparecer la serpiente circular, los ciervos asimismo se desvanecieron: la base de su alimentación estaba en la nutritiva especie. Lo más curioso es que los olmecas, con tan sólo fijarse en aquella rara especie, hubieran podido inventar la rueda.
Las joyas vivientes de los príncipes mayas
Durante el apogeo del imperio maya, al amparo de Kukulkán, cuando las riquezas llegaban de muy lejos, los nobles recibieron alborozados un obsequio: desde lo más hondo de las selvas centroamericanas, un grupo de comerciantes llevó joyas vivientes. Se trataba de escarabajos cuyos caparazones eran de diamante y mariposas que tenían como alas delgadas laminillas de plata con incrustaciones de jade, ámbar y rubí. Del mismo cofre, mostraron objetos de gran brillantez.
–En realidad, Señor nuestro, es el oro que los ríos arrastran en su camino hacia el mar, en las desembocaduras los cangrejos lo pulen y transforman en conchas y caracoles. Más adelante, ellos mismos y otras especies marinas las ocupan como moradas –explicaron los viajeros dirigiéndose con respeto al rey.
Todos los nobles, sacerdotes y guerreros se apresuraron a solicitar una o varias de esas sorprendentes joyas. En lo sucesivo no fue raro encontrar a esos escarabajos y mariposas pendiendo de las túnicas de los mayas, quienes además perforaron los caracoles y conchas de oro para hacer collares y aretes. Gracias a tales elementos y a su habilidad artesanal, su delicada orfebrería fue sin duda superior a la mixteca y zapoteca.
Con los mayas, se fueron las joyas vivientes. En nuestros días, en recuerdo de aquellos hermosos animales, los empobrecidos descendientes de la cultura maya, utilizan a un patético escarabajo incapaz de comer, perezoso, al que le ponen bisutería, y se lo colocan a modo de prendedor. Se llaman makechs.
Los primigenios
Antes de los olmecas, de los chichimecas, los incas, los mochicas y los algonquinos, antes de los atapascanos y de los toltecas, antes de los mayas y de los aztecas, antes de los quechuas, los cheroquees y de los aymaras, mucho antes de que llegaran extraños seres caminando casi desfallecidos por el norte de América, ya el continente estaba poblado por tribus superiores: los monos. Ellos se extendían de punta a punta eludiendo sólo las zonas frías y poco arboladas, los desiertos y los enormes lagos. Nada construyeron ni dedicaron sus vidas al tedioso culto de algún dios, menos se les ocurrió hacer leyes, tampoco conquistaron otros reinos, no hubo entre ellos ningún guerrero, poeta, músico, arquitecto, escultor, sacerdote o noble, no se dedicaron a explorar el entorno, simple y sencillamente se divertían mucho.
Cuando al fin se encontraron las dos especies, la primigenia, al ver tan desprotegida a la segunda, cometió un gravísimo error: decidió aceptarla. Los humanos como principal tarea tuvieron la de entretener y divertir con sus gracias a los monos. De esta manera hombres, mujeres y niños consiguieron reposo y alimentación a cambio de vivir en jaulas o sujetos por lazos a los árboles. No es posible precisar en qué momento los papeles se invirtieron. El resto es historia conocida, medio invento medio realidad, escrita por los repugnantes seres humanos.
Las serpientes bicéfalas
Serpientes de dos cabezas las hubo en Europa y también en la América prehispánica. Al parecer en uno y otro continente ya no existen más. En el libro Los animales prodigiosos (así titulado en la edición mexicana y en España conocido como Bestiario de seres prodigiosos, prologado por el poeta Rubén Bonifaz Nuño e ilustrado por José Luis Cuevas), René Avilés Fabila retoma la anfisbena. De ella Brunetto Latini dijo lo siguiente: “…es serpiente con dos cabezas, la una en su lugar y la otra en la cola; y con las dos puede morder…”. Se refería, naturalmente, a la que él pudo ver en países europeos. La variedad americana pertenecía al mundo náhuatl y se llamaba maquizcóatl. Los teotihuacanos la vieron por vez primera y los últimos en apreciar tal rareza o aberración fueron los aztecas. De ambas culturas conservamos testimonios. Los primeros la retrataron en un templo dedicado a Quetzalcóatl, los segundos solían ponerla en los relieves de la diosa Coyolxauhqui, según consta en el Códice Borbónico.
Es muy posible que tanto en tierras europeas como en las americanas, haya causado temor o repugnancia. Se sabe que su veneno no era potente, a lo sumo aturdía a quienes mordía con la cabeza o con la cabeza de la cola. Caminaba siguiendo la orden de la primera cuando advertía peligro o encontraba una presa para alimentarse. En general era asustadiza y prefería vivir oculta, a salvo de la mortal curiosidad humana. Entre los aztecas se le rindió algún culto sin importancia real, era un ser que por su figura podía estar cerca de las deidades. Pero ello no la salvó del exterminio. Los mayores la cazaban para comerla: con las cabezas hacían una especie de sopa muy espesa a la que le concedían virtudes afrodisíacas, mientras que utilizaban la piel para adornos en los ropajes ceremoniales. Los niños, a su vez, las perseguían divertidos para ver cómo huían: con una vara amenazaban a una y otra cabeza para verla intentar correr en dos direcciones. Al no poder escapar (como es natural, era una víbora lenta), cada cabeza hacía tal esfuerzo que terminaba por romperse en dos y cada parte reptaba durante un rato antes de morir desangrada.
Qué lástima, en México fue una especie ridícula, acosada por niños cruelmente burlones. De la parienta europea no sabemos cómo vivió y cómo se extinguió. Brunetto Latini se limita a describirla sin mayores detalles.
Los ajolotes
Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas…
Julio Cortázar
Dentro de la fauna exótica que México ha dado, el Ajolote o Axólotl ocupa un lugar destacado. El primer europeo que lo vio fue fray Bernardino de Sahagún y de él dejó constancia en la Historia general de las cosas de Nueva España. Mereció uno de los más enigmáticos relatos de Julio Cortázar y de Juan José Arreola la inevitable vinculación a la mujer: ya que como ella, el ajolote es capaz de menstruar, lo que significa que tiene flujos mensuales. Es un pequeño “pez”, “lagartillo del agua”, con “cuatro pies que rematan en cuatro dedos, como los de la rana; tiene forma de bagrecillo…; es comida sana”, explica el Diccionario de zoología náhuatl. Negro, vientre pintado, no llega a medir más de un palmo de la cabeza a la punta de la cola, es un buen medicamento para los diabéticos y un excelente medio para desatar la lujuria.
Juan José Arreola, en su relato “El ajolote”, precisa que si una mujer se sumergía en aguas repletas de estos animalitos, era susceptible de embarazarse. Por ello, las antiguas mexicas nunca se bañaban en lagos o ríos que tuvieran esos extraños bichos. Cortázar, que sólo vio aquellos que estaban en una pecera en el viejo acuario del Jardin dès Plantes, pudo intuir sus capacidades mágicas. Si uno lo observa fijamente por largo rato, verá que los ojillos del misterioso pez sostienen la mirada hasta que ocurren dos cosas: una, invertir los papeles y que el curioso caiga atrapado dentro de la pecera mientras que el ajolote queda en libertad. La otra es aquella que permite la transmutación del curioso al mundo azteca durante su apogeo.
En realidad es un animalito acuático inofensivo y no tiene ninguno de los poderes o facultades que le atribuyen. Yo recuerdo haberlo visto en los lagos y ríos del valle de México por cientos, tal vez por miles. Mis amigos y yo metíamos las manos en las aguas oscuras y salían docenas de ajolotes. Para ver si ocurría alguna mutación los llevábamos a nuestras casas, pero nada ocurría; si las condiciones eran favorables, se limitaban a crecer y con ello, como en el acuario francés del Jardin dès Plantes, hasta hacerse más repugnantes a los ojos humanos.
El coyote mexica
Coyoacán significa lugar de coyotes y antes de la llegada de los aztecas era un sitio donde, en efecto, ellos eran la especie dominante. La náhuatl era una variedad en la que dentro de un cuerpo cubierto por largo pelaje, coexistían las características de dos seres caninos: la astucia e inteligencia del zorro y la bravura y dignidad del lobo. Sin embargo, ni los zorros ni los lobos apreciaban al coyote, lo vieron siempre como un pariente lejano y hasta un tanto despreciable. El clérigo Francisco Javier Clavijero precisaba, dejando desbordar su imaginación: “es una fiera semejante en la voracidad al lobo, en la astucia a la zorra, en la figura al perro y en algunas propiedades al adive y al chacal…”
La Historia natural de Nueva España lo dibuja más semejante al zorro que al lobo, cuando simplemente era un coyote que había desarrollado un pelaje largo que en lugar de ayudarle le estorbaba al cazar o huir de sus adversarios. Tampoco los seres humanos fueron sus amigos o admiradores, pues nunca le hallaron alguna cualidad: no era comestible y su piel para nada servía. Su extinción no se debió, como afirman muchos, a las persecuciones, se extinguió porque simple y llanamente no tenía personalidad alguna y prefirió, entonces, cometer una especie de suicidio colectivo. Cuando los españoles dominaron a los aztecas por completo, los coyotes ya no existían. Pobres, a la larga hubieran tenido necesidad, como los perros y gatos de hoy en el mundo desarrollado, de un psiquiatra para animales.
El temido hombre alacrán
En los hermosos murales de Cacaxtla aparece claramente un hombre con cola y aguijón ponzoñoso. No es un hombre y tampoco un animal. Es una mezcla infame que los dioses entregaron a los humanos para llevar a cabo ritos crueles o vengativos. Las víctimas (criminales, hombres tomados en combate y doncellas virginales, según la ceremonia) eran llevadas hasta el altar principal, una vez que sus cuerpos eran lavados y purificados en un temascal, allí permanecían postrados, a disposición del hombre alacrán.
El hombre alacrán era único en su especie y lo crearon los dioses para sustituir el antiguo rito de clavarles a los prisioneros un puñal de obsidiana en el pecho para extraerles el corazón. Sin duda el nuevo ritual era más aterrador. Los condenados recibían grandes cantidades de pulque para embrutecerlos o adormilarlos y enseguida eran llevados en medio de cánticos y música de teponaztlis y chirimías hasta el altar principal. Los sacerdotes dejaban a la víctima sobre una cama de heno y permitían que el hombre alacrán saliera de un enorme y lúgubre calabozo para que lentamente se acercara a buscar el sitio más suave para transmitirle el poderoso veneno. Los sacerdotes suponían (confiando en la bondad celestial) que los prisioneros no se percataban de la maniobra, que se trataba de algo rápido y eficaz, pero los segundos en que aparecía el siniestro personaje armado de un mortal y monstruoso aguijón eran suficientes para convertirlos en horas de tortura. No era como entre los mayas y los aztecas, un rito público. Era una ceremonia religiosa privada, distante de las ruidosas multitudes, cuyo fin era tener satisfechos a sus dioses.
Cuando los habitantes de Cacaxtla recibieron la orden superior de abandonar la ciudad, lo único que se les ocurrió antes de partir a un exilio desconocido, fue cubrir con suave arena los frescos que narraban su historia y exponían sus principales deidades y clavarle diez lanzas en el pecho al hombre alacrán. Por tal razón, por la inexplicable salida de Cacaxtla, nos quedan sólo conjeturas sobre aquel monstruoso ser. Sin embargo, más adelante, los tlaxcaltecas solían hablar de aquella extraña mezcla mitad hombre mitad animal como un príncipe encantado, un noble castigado y privado de la libertad a causa de sus frecuentes irreverencias hacia los dioses. Insisten en que logró sobrevivir y que desapareció de la historia pero no de las leyendas que luego los españoles, durante la Colonia, retomaron para explicar varias muertes extrañas ocurridas en las ciudades de Tlaxcala y Puebla, asesinatos que nunca encontraron explicación, sólo la sospecha de que fueron hombres picados por un descomunal y mortífero aguijón de alacrán.
El carpincho o pez con pelo
Cuando los primeros conquistadores, seguidos por una multitud de frailes evangelizadores, llegaron a tierras americanas, al sur, a lo que ahora es Brasil, Venezuela, Colombia y Perú, hallaron a un extraño animal en las aguas de ríos y lagos: el carpincho o capibara, un miembro de la familia de los roedores que para subsistir y poner distancia con sus depredadores, había seleccionado el agua. No era muy diferente a sus parientes, la rata, el ratón, la ardilla, el castor o la marmota, salvo en el gran tamaño, pero para los españoles era una especie desconcertante y como tal le escribieron a su Santidad el Papa Clemente VII en busca de explicación infalible. Le describieron al animal y su entorno, haciendo énfasis en que habitaba en el agua. Las más altas autoridades eclesiásticas de Roma analizaron el caso y dictaminaron: era un pez con pelo y dientes afilados, con cuatro dedos en las manos y tres en los pies y una cola pequeña. Los conquistadores y los evangelizadores recibieron, entonces, la respuesta puntual del Papa: Se trata desde, luego, de un pez y como tal es posible comerlo en lugar de las prohibidas carnes rojas en viernes y otros días santos. Como una consecuencia lógica, por siglos, los cristianos comieron el carpincho en todos los días de guardar y de vigilia: sin saberlo estaban pecando. Las leyes son de observancia obligatoria, conociéndolas o no, y ahora hay miles y miles de almas en el infierno por no respetar los dictados de Dios y haber comido carne roja en días sagrados.
El sombrío murciélago
Que yo sepa, nadie tiene un murciélago en calidad de mascota ni lo buscan para acariciarlo, el pobre es un animal detestado y ciertamente repulsivo. Si el ratón, por ejemplo, no tuviera esa cola sin pelos tal vez sería más apreciado y no combatido como plaga. Deliberadamente cito al ratón porque el murciélago de alguna manera es la versión alada de este incómodo roedor que parece tener en jaque en especial a mujeres y elefantes: pequeño mamífero nocturno de alas membranosas que se alimenta de insectos. Por desgracia, y ello es el colmo, nos recuerda a simple vista a sus primos los vampiros cuya pésima reputación viene de una novela célebre de Bram Stoker: Drácula, y que en efecto se alimenta de la sangre de los animales dormidos.
Las alas emplumadas, en el cristianismo, parecen ser un atributo de profunda religiosidad y en consecuencia es de suponer que las aves son apreciadas por Dios, pues todos los ángeles y arcángeles las tienen y hasta una paloma tuvo que ver con la llegada de Jesucristo a la tierra. De allí a pensar que el murciélago es un animal malvado o diabólico hay un paso. (Abro aquí un paréntesis: el dragón también poseía alas membranosas y siempre fue visto como una representación del mal, en particular durante la oscura época medieval.)
Ciertamente el murciélago es un ser alado repugnante a causa de sus alas membranosas, pero no ha sido el único en carecer de plumas y tener la capacidad para volar: asimismo el pterodáctilo, su más lejano antepasado, surcó los cielos con alas descomunales y sin pluma alguna.
El murciélago es despreciado en un sinfín de culturas, pero para algunas de Oriente es un símbolo de felicidad: cinco de ellos representan a las cinco Dichas: riqueza, longevidad, tranquilidad, salud y muerte dulce.
Entre los antiguos mexicanos, los aztecas, hay una historia más adecuada a la personalidad sombría de este animal. Cuenta que angustiado por su fea apariencia y eternamente condenado al frío, solicitó plumas al cielo para abrigarse y mejorar su apariencia. Como en esos momentos al creador (probablemente Quetzalcóatl) se le habían acabado, no tuvo nada mejor que ofrecerle una idea: así le encomendó que le pidiera una pluma a cada una de las aves existentes en la tierra. El murciélago, de este modo, llegó a tener el más vistoso y hermoso de los plumajes, muy atrás quedaron las llamativos guacamayos y los pavo reales. La portentosa transformación trajo consigo una irrefrenable vanidad, una insufrible pedantería y por si ello fuese poca cosa, una arrogancia sin límites, volaba de un lugar a otro exhibiendo la prodigiosa apariencia. Era tan bello a pesar de su pequeño hocico de ratón que las demás aves protestaron y una bandada de ellas fue hasta lo más alto del cielo para decirle al Señor que el murciélago era un tonto engreído. Dios les dio la razón y de inmediato lo despojó de sus maravillosas plumas multicolores dejándole en harapos naturales, de nuevo desnudo. Vive resignado, desde entonces, en cavernas oscuras y sólo vuela velozmente de noche para ocultar su fealdad.
Conclusión imposible: América sin Europa
Supongamos que los europeos jamás hubieran llegado al continente que hoy lleva por nombre América. ¿Cuáles serían los resultados: a qué dioses le rezaríamos, cuál sería, a cinco siglos de distancia, nuestro camino hacia el futuro? ¿Hubiésemos conservado los mitos propios y la soberbia fauna construida con alardes de imaginación, el arte casi abstracto que derivó de dioses polifacéticos y con poderes mágicos, descubierto la rueda o inventado el automóvil y la manera de volar, tendríamos un desarrollo cultural, político, económico y social distinto e infinitamente superior, el cual, en algún momento de la historia, nos hubiera obligado a descubrir el resto del mundo, explorarlo y sin duda conquistarlo para imponerle nuestro modo de vida, nuestra arquitectura asombrosa y nuestras deslumbrantes religiones politeístas?
Aberraciones
El ave Roc
Sobre ese descomunal pájaro, nada es cierto. Pudieron mirarlo de cerca Simbad el Marino y Marco Polo. Heródoto afirma haberlo visto a distancia prudente y llega a nosotros a través de las exageraciones de Heinz y Borges. Sabemos, en consecuencia, que posee dos cuernos y cuatro jorobas, aspecto que le quita lo espantable y lo introduce de lleno en el reino de las ridiculeces. El ave Roc, al saberse grotesca, ha optado por una absoluta melancolía y una total discreción.
El dragón
El dragón –un ser monstruoso, descomunal y pesada serpiente alada que arroja fuego y humo por las fauces– vivió en la Grecia clásica y entre los primeros romanos, en Asia oriental y en la Europa de la Edad Media. Perseguido, acosado, asesinado, muy pronto estuvo en peligro de extinción hasta que finalmente desapareció del planeta víctima de curanderos chinos y de cristianos que aspiraban a convertirse en tediosos santos como san Jorge y san Miguel. Para los chinos es un ser divino, con poderes mágicos; al contrario, para los europeos es una aberración perversa, un demonio y así suelen representar al Diablo.
No parece quedar uno solo de los dragones, por más que las leyendas germánicas los imaginen cuidando tesoros en cavernas y grutas imposibles de alcanzar.
Pero la memoria popular oriental lo ha mantenido vivo y cada año sale por todos los países donde hay chinos, a pasearse por las calles con movimientos festivos que producen felicidad, al contrario de las imágenes donde el pobre dragón representa el mal.
El mirag
El mirag que habita en las Islas del Mar, situadas muy al norte de Gran Bretaña, es una simple liebre cornuda y contra lo que opina Gustav Flaubert en Las tentaciones de San Antonio, que la halla aterradora, únicamente es prueba de las incesantes infidelidades de su pareja.
Las mandrágoras
En el principio, la mandrágora era tan sólo un vegetal que al ser arrancado del suelo gritaba con vigor poco común, a tal grado que muchas personas enloquecieron al escucharla.
Pero eso es la leyenda, la realidad es otra y diferente: en 1896 un habilidoso e inescrupuloso empresario musical, llevó tres mandrágoras a la Scala de Milán. Allí les enseñó a cantar, a utilizar sus potentes, melodiosas y magníficas voces; las educó: una resultó soprano, y las dos restantes contraltos. Para redondear el negocio, solicitó de Verdi una ópera.
El día del estreno, entre la multitud que abarrotaba la sala y el calor de las lámparas de gas, las tres mandrágoras se marchitaron y nadie pudo gozar de su extraordinaria voz. Verdi, molestísimo por el notable fracaso, destruyó su obra. Hasta 1960, ningún investigador había podido dar con la obra musical, pero en 1962, el músico italiano Uberto Zanolli, quien poco antes descubriera al talentoso compositor Giacomo Facco en la buhardilla de un antiguo palacio mexicano, luego de un trabajo brillante, dio con ella: era una copia imperfecta, maltratada y, desde luego, incompleta. Por desgracia, no existía aún el fonógrafo y Zanolli no pudo dar con documento o testimonio alguno que nos permitiera tener una idea clara sobre las voces de las mandrágoras que cantaban ópera.
Las serpientes
Permítanme decirles una cosa: siempre tuve temor a las serpientes, enorme repugnancia, jamás pude acariciarlas, ni siquiera acercármele a una. Pero eso fue hasta hace poco tiempo. En un viaje a la India, en una sucia calle de Nueva Delhi, me encontré con algo que desde niño sabía: el encantador de serpientes. Un hombre encuclillado, con un turbante grisáceo de mugre y ropajes descuidados, tocaba la flauta; de un canasto de mimbre se erguía una cobra que, hipnotizada, no dejaba de mirar el instrumento musical, siguiendo el ritmo o el movimiento. Allí cambié mi concepción: ya no les tuve más miedo a las serpientes, dejaron de ser temibles monstruos. Ahora me dan pena, como los payasos y los bufones. El único trabajo que han podido conseguir las pobres es un ridículo salir de una canasta y volverse a acurrucar cuando cesa la música. Caro han pagado su osadía de destruir el Paraíso Terrenal.
La serpiente bicéfala azteca
Las serpientes de dos cabezas, una donde suele estar, la segunda en la cola, no existieron únicamente en Europa. Existen multitud de indicios que prueban que hace muchos siglos habitaron en distintos puntos del planeta. La variedad más famosa de todas ellas, la anfisbena, fue vista en Europa: su figura desconcertante inspiró diversos relatos e interpretaciones.
En el continente que hoy llamamos América, la serpiente bicéfala vivió amparada por climas semitropicales. El muy grande emperador Moctezuma tuvo en su zoológico personal un magnífico ejemplar de esta víbora. Solía impresionar a cortesanos y los visitantes, a quienes les mostraba, orgulloso, sus tesoros. Una hermosa escultura de ese reptil es conservada en el British Museum. Permanece en la sala destinada a la cultura azteca y es considerada una de las obras maestras del célebre recinto. Según la ficha, la pieza, cubierta por pequeñas placas de turquesa, data de 1500 luego de Cristo. Era parte del complejo y poco estudiado rito religioso destinado a Quetzalcóatl. Su origen, precisa el catálogo, es azteca/mixteca. No hay más información, la obra prehispánica se defiende sólo con su notable belleza y aparece tanto en el inventario como en un disco compacto, en cuya portada luce espléndido el extraño reptante. Está prácticamente intacta: bien conservada; sus cuatro inquietos y luminosos ojos miran la eternidad.
En México algunos descendientes de aztecas y mixtecos saben, por tradición oral, como los investigadores a través de códices que pararon en el Vaticano y en los Archivos de Indias de Sevilla, que a pesar de sus largos y agudos colmillos, no era mortal, sino juguetona y dócil. Dicho en términos actuales, fue una especie de perrito faldero, que se dejaba acariciar. Su mayor placer consistía en que su dueño o aquél que la encontrara, le rozara suavemente ambas cabezas. La serpiente se revolcaba gozosa. Era, pues, inofensiva y no existe información seria, científica, que explique su extinción. Hay algunos datos irresponsables que indican que el ofidio bicéfalo de pronto entraba en estado agresivo y su primera ocurrencia era devorarse a sí mismo. Entonces las cabezas entraban en un combate que concluía con su muerte. Los zoólogos prudentes han descartado tal hipótesis por descabellada, pues no considera lo primero que cualquier ser vivo utiliza: el instinto de conservación. Sabemos de ella básicamente por la escultura que hábiles manos de artistas le hicieron al ejemplar que estuvo en posesión del último emperador azteca: Moctezuma.
Londres, diciembre, 2013.
El búho
En su Bestiario, Leonardo da Vinci dice sobre la lechuza, búho o tecolote: “Castigan a sus escarnecedores quitándoles la vida, porque la naturaleza ha ordenado que de tal modo se nutran.” No deja de sorprender la afirmación del genio, porque en todas partes del planeta esta ave es el símbolo del buen juicio, de la sabiduría, de la cultura y de las ciencias. De tal modo lo han visto los médicos y los abogados, así lo vieron los griegos que veneraron a una muy destacada divinidad, Atenea, quien sentía tal aprecio por la lechuza que en muchas representaciones el ave aparece junto a ella. Y en más de un libro infantil, el búho representa altos valores de bondad.
Juan José Arreola va mucho más lejos y en una línea muestra a un ser enigmático y tal vez perverso: “Antes de devorarlas, el búho digiere mentalmente a sus presas”.
Leonardo y Arreola nos inquietan al escribir que el búho es un ser rapaz con extraños hábitos alimenticios que al incluir el aspecto intelectual se hace más terrible. Tanto así que en México existe un refrán que indica: “Cuando el tecolote canta, el indio muere”. Contra lo que supone la mayoría de la humanidad, ¿será en efecto, un ave de mal agüero o simplemente un pajarraco vengativo y hambriento?
Artistas tan opuestos como sus épocas y países, Durero, Jean Cocteau, Héctor Xavier y Raúl Anguiano, pintaron búhos. El segundo dibujó un conjunto festivo que nos mira atentamente, casi sin expresión y en consecuencia sin pensamientos negativos. El primero hizo un búho cuyo pico pierde agresividad en medio de dos ojos dulzones, distantes de la dura mirada que caracteriza al águila, sus garras, a cambio, recuerdan que se trata de un implacable carnicero. El tercero lo hizo inexpresivo, absorto, discreto y quizá intelectualizado. Anguiano, por último, les dio a sus plumas colores irreverentes.
No está de más recordar que el búho, como el gato negro, en muchas culturas fue considerado un ser maligno, testigo de las perversiones hechas en torno del burbujeante caldero donde hierven las aberraciones, las pócimas y los conjuros demoniacos. Ello significa que, como las brujas, es un ser incomprendido cuando no calumniado.
El búho, otra vez
El búho es uno de los seres más afortunados de la naturaleza: en todos lados le son reconocidos sus valores y méritos, sobre todo por aquellos que nunca lo han visto cazar y devorar a sus presas. Pero no en todas las civilizaciones lo aceptan como un animal que representa la sabiduría y la sensatez, emblema de médicos y abogados: para los indios de América del Norte, donde hoy están Canadá y Estados Unidos, el búho era un ave de mal augurio que anunciaba la muerte y ésta, por desgracia, es el fin de la inteligencia, la prudencia y la cultura. Venturosamente entre nosotros prevalece su cálida representación de agudeza e ingenio intelectual.
Freaks
El dueño del circo no supo qué hacer, a quién de los dos contratar: si al hombre capaz de darle vuelta de 360 grados a su cabeza sin mover el cuerpo o al hombre que podía girar el cuerpo una vuelta completa sin dejar de mirarse fijamente en un espejo.
–Mmmm, qué haré –dijo el empresario mientras encendía un habano–, tal vez me quede con ambos. Total, son siameses.
El dragón de carne y hueso
El dragón existió en una afortunada variedad de países, culturas y climas. Tenía cuatro patas y alas, lo que lo convertía en un ser insólito, en una rareza zoológica. Pues todos los seres respetables de la creación tienen sólo cuatro extremidades, lo que deja de lado arañas, ciempiés y otras alimañas indecorosas. Lo más sorprendente era su aliento de fuego, formidable arma ofensiva y defensiva: en todos los casos, le servía para comer la carne cocinada a placer.
Los dragones se extinguieron hace cientos de años, pero lograron la hazaña de sobrevivir muchos siglos a sus parientes los dinosaurios, merced a su capacidad de adaptación: podían vivir en montañas nevadas o en zonas desérticas. Su problema o tragedia fue permitir que el mono se transformara en hombre y de esta manera tener un temible enemigo. Los dragones, hasta ese momento carecían de oponentes y depredadores. El ser humano prosperó rápidamente y poco a poco fue matándolos.
Sin embargo, los pobres lograron quedarse en la cultura china, en los recuerdos románticos de caballeros medievales que lucharon contra ellos y en la memoria histórica de multitud de civilizaciones que de una u otra manera fueron afortunados al verlos o combatirlos.
Duda
Una pregunta me agobia pues acabo de comprar un pegaso: ¿qué comen estos hermosos caballos alados: pastura o alpiste? Pero quizá este problema no sea tan grave, mi primo Julián tiene a Minotauro y no sabe qué hacer, a veces le ofrece comida para humanos y otras un buen plato de forraje. Hablé con mi primo y me dijo que la solución era difícil porque no sabía si deberíamos llevar a nuestras mascotas a un veterinario o a un literato.